lunes, 31 de diciembre de 2018

Vida en abundancia...


Jesús ha recorrido las etapas de la vida de todos los seres humanos: niñez, adolescencia, juventud y edad adulta en sus diversas etapas. Al nacer, asumió la condición de niño pobre. Desde pequeño sufrió la persecución y luego vivió sometido a sus padres creciendo en gracia, sabiduría y edad, mostrándonos el camino a Dios, su manera de actuar, su forma de ser, que, desde el Antiguo Testamento, es distinta de la nuestra (2 Cro 20).

Los caminos del Señor suelen ser así. Si nos ponemos de parte de él, todo toma en la vida un cauce muy especial, tal vez incomprensible muchas veces para el hombre, quizá un poco atolondrado, como iban los cantores que en el relato de este segundo libro de las Crónicas, pero Dios hace su obra, como podemos también leer.

Dios quiere que en nosotros haya vida y vida en abundancia. Él nos ha elegido para ser pueblo de su propiedad; somos suyos, le pertenecemos. Él quiere para nosotros la paz, la dicha, la alegría y la felicidad, es decir: La vida en abundancia.

Él devuelve la vida a su amigo Lázaro (Jn 11), resucita al joven hijo de la viuda de Naím (Lc 7,17) y a la hija de Jario, que el mismo evangelio nos aclara: «era una muchachita» (Mc 5,21-43). Hoy él sigue resucitando a muchas que no están muertos, sino que están en la modorra de la depresión, de la angustia, de la soledad y que son de todas las edades y diversa condición. Él sigue llamando a dar sentido a la vida.

La misión de los discípulos–misioneros de Cristo es buscar la manera de tener vida en abundancia, de recobrarla o dejarse llenar de vida por Jesús haciéndose responsables de las estructuras sociales, culturales y eclesiales para contribuir a lograr un desarrollo cada vez más humano y más cristiano (S.D. 111). Por eso, al iniciar un nuevo año, hay que darle sentido a la vida. Y hablo de un nuevo año civil, un nuevo año litúrgico, un nuevo año después de celebrar el cumpleaños, un nuevo año al emprender algo nuevo...

No podemos separar nuestra fe de la vida. Cuerpo y Espíritu deben ser amigos y caminar juntos.

Padre Alfredo.

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