viernes, 14 de diciembre de 2018

«Como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita»... Un pequeño pensamiento para hoy


Vivimos en una sociedad en la que es inevitable el contacto con estructuras malvadas y con personas corruptas y sin principios de fe, con gente que se burla de los que rezamos y de todo lo que es sagrado. A veces me llama la atención que voy en el metro o en el metrobús de esta singular selva de cemento en CDMX y salen algunos que, con creencias diferentes, visión diversa de las manifestaciones afectivas o comportamientos que no se como definirlos, al ver a alguien con el traje de cura «se lucen» con caricias y comportamientos irreverentes, no se si como burla o como provocación. Yo los hago parte importantísima de mi oración y los encomiendo. A veces los noticieros o editoriales de los periódicos entran en conflicto con la doctrina del Evangelio y las redes sociales procuran ensalzar los malos comportamientos de uno que otro padrecito despistado por cuya causa todos los miembros de la Iglesia somos juzgados con la misma medida que se le aplica al susodicho. Yo creo que en este ambiente tan difícil que vivimos se hace necesario ser como el autor del salmo 1 nos dice: «como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita». A veces veo que esa combinación de ataques de fuera y malos testimonios de dentro, pudieran hacer que se perdiera la confianza en la fe que se nos ha inculcado y en todo lo que con ella tiene que ver. 

Hoy hay mucha gente que, incluso dentro de la Iglesia, quieren acomodarse a los criterios del mundo. Y es que a veces eso resulta más fácil y práctico para evitar sentirse perseguido o criticado. Sin embargo, el salmista nos recuerda hoy que «los malvados serán como la paja barrida por el viento» y que «el Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo». El salmo 1 nos invita este día a tener el Evangelio siempre en los labios y a vivirlo con intensidad y no como niños que no saben lo que quieren, según nos dice el Evangelio de hoy (Mt 11,16-19). Viene Juan el Bautista con toda su austeridad y lo ven mal, lo critican y le acusan de extraño endemoniado; viene Cristo, revestido con una sencillez impresionante, se sienta a compartir la vida y la comida de los hombres, y le dicen que es un borracho y un comilón cualquiera. Venga quien venga, haga lo que haga, diga lo que diga, donde no hay sensibilidad, ni honradez, ni capacidad de creer y amar, habrá siempre salidas infantiles y excusas para no creer. ¿Cuántos Advientos hemos vivido ya en nuestra historia? ¿De veras acogemos al Señor que viene porque creemos en Él? Cada año se nos invita a una opción: dejar entrar al Señor que viene en nuestra vida, con todas las consecuencias. Pero nos resulta más cómodo disimular y dejar pasar el tiempo. 

Lo que un hombre cree acerca de Dios es la cosa más importante de su vida, y hoy hay muchos que no creen porque quieren fabricarse un diosecillo a su medida. Incluso algunos de los que creen piden cosas extrañas. Alguien ha dicho que los creyentes de hoy, asustados por ver tantas realidades que se salen de los criterios de la moral y de las reglas de la convivencia humana, piden a Dios sendas más fáciles de recorrer, en lugar de pedir, como conviene... «un calzado más resistente» para «no guiarse por mundanos criterios». ¡Cuán hábil es la humanidad para rehusar las llamadas de Dios! Encontramos siempre buenas razones para quedarnos con nuestra testarudez infantil. En este Adviento de preparación para celebrar el nacimiento de Jesús, dejémonos tocar un poco por la predicación penitencial de Juan, revisémonos un poco a ver si no hay algunos males que extirpar de nuestras vidas para que el mundo no nos contagie. Y dejémonos arrastrar por la corriente de amor y calurosa simpatía que siente Jesús por toda clase de personas, sobre todo por los pobres, los humildes, los pequeños y los que buscan incomodarnos o se burlan de nuestra fe. Caminemos en este Adviento con María que debió afrontar tantas dificultades y tal vez mucho más duras que las nuestras. Con ella envía pidamos que venga sobre nosotros en este Adviento la fuerza, el rayo del Espíritu Santo que la cubrió con su sombra, para que seamos transformados en hombres valientes como el Bautista, auténticos discípulos misioneros de Jesús que oran por todos. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

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