El hombre y la mujer de fe saben que Dios está en el centro de la vida. Él es quien ha tomado la iniciativa de toda esa aventura de existir. Se ha acercado, ha visitado a la humanidad con su infinita misericordia. Es lo que hoy, en la víspera de la Navidad el escritor sagrado canta con este salmo mesiánico (88 —89 en la Biblia—) que es, un salmo que canta en su primera parte el amor, la misericordia y la fidelidad del Señor como Creador, anotando de paso la elección davídica en una glosa en una segunda parte, del oráculo del profeta Natán, que aparece en la primera lectura de hoy (2 Sam 7,15.8-12.14.16) y que es el punto de arranque de todo el mesianismo regio; finalmente en la última parte, se presenta la lamentación nacional ante el desastre que cuestiona el amor y la fidelidad de Yahvé, en el aparente incumplimiento, o el cumplimiento raquítico de las promesas divinas a la monarquía. El leit-motif del salmista en el fragmento que hoy tenemos en la liturgia de la palabra es el amor, la misericordia y la fidelidad del Señor, que son, tan inmutables como lo es Él mismo. El salmo nos hace cantar nuestro agradecimiento a la fidelidad de Dios: «Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor». Y recuerda expresamente: «Un juramento hice a David, mi servidor, una alianza pacté con mi elegido: “consolidaré tu dinastía par siempre y afianzaré tu trono eternamente”».
Este salmo va a tener, como en todas las composiciones mesiánicas, su pleno cumplimiento en Jesús, a quien ya esperamos con ansia a unas cuantas horas de celebrar la Navidad de este 2018. Él es el Cristo, el Ungido del Señor, como lo atestiguan numerosos pasajes del Nuevo testamento, así como el título de «Hijo de David» para invocarle. La vida de Jesús se vio también sometida a la dura prueba del incumplimiento de las promesas y del aparente incumplimiento de sus promesas. Pero la resurrección de quien esta noche contemplaremos como un niño pequeño a quien su Madre Santísima recostará envuelto en pañales, vendrá a dar una contestación a este escándalo y a glorificar para siempre al Ungido, demostrando así su misericordia, su amor y su fidelidad inquebrantable a toda la humanidad. No todos llegamos a la Navidad en la misma condición de fiesta, hay quienes arriban al portalito de Belén en medio de pruebas que ponen en crisis la comprensión de la misericordia, el amor y la fidelidad divinas que se han de manifestar en la oscuridad de la noche, en una joven pareja y en un pequeñito que será recostado en un pesebre. Allí se fundirá nuestra miseria con l infinita misericordia de Dios que eternamente cantará la humanidad. La beata María Inés dirá: «Cuando la Misericordia y la miseria se encuentran y se comprenden y se funden, ya no queda mas que la Misericordia». (Lira del Corazón, Segunda Parte, Cap. III). Walter Kasper, en uno de los libros preferidos del Papa Francisco escribe: «En la misericordia revela Dios su amor; la misericordia es, por así decir, el espejo de la esencia divina». (Walter Kasper, La Misericordia) y la veremos esta noche hecha carne en Cristo.
Hoy el evangelista nos presenta el cántico del Benedictus (Lc 1,67-79), que probablemente era también de la comunidad, pero que san Lucas pone en labios de Zacarías, el que nos ayuda a comprender el sentido que tiene la venida del Mesías. Los nombres de la familia del Precursor son todo un programa: Isabel significa «Dios juró», Zacarías, «Dios se ha acordado», y Juan, «Dios hace misericordia». En el Benedictus cantamos que todo lo anunciado por los profetas se ha cumplido «en la casa de David, su siervo», con la llegada de Jesús. Que Dios, acordándose de sus promesas y su alianza, «ha visitado y redimido a su pueblo», nos libera de nuestros enemigos y de todo temor, y que por su entrañable misericordia «nos visitará el sol que nace de lo alto». Cada día, en la «Liturgia de las Horas» rezamos este cántico en la oración matutina de Laudes, y ciertamente con coherencia, recordando «el sol que nace de lo alto», que para nosotros es Cristo Jesús, el Salvador que quiere iluminar a todos los que caminamos en la tiniebla o en la penumbra, y comprometiéndonos a servirle «en santidad y justicia en su presencia todos nuestros días», y «guiar nuestros pasos en el camino de la paz» a lo largo de la jornada. Hoy, cantando eternamente la misericordia del Señor con el salmista, en esta víspera de la Navidad, tras la preparación de las cuatro semanas de Adviento, este himno nos llena particularmente de alegría, pregustando ya la celebración del nacimiento del Señor esta próxima noche. ¡Feliz y bendecida Navidad para todos!
Padre Alfredo.
P.D. Permítanme que hoy transcriba entero el cántico del Benedictus. Yo creo que independientemente de los Laudes, podemos tomarnos un tiempo para leerlo con calma y convertirlo en oración preparatoria para la fiesta de esta noche:
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abraham. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.»
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