Del mismo modo que el pueblo de Israel esperaba la venida del Mesías, que llegaría como el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a nuestros primeros padres, renovada a los patriarcas y reiterada una y mil veces por la palabra de los profetas, así también hoy nosotros nos preparamos intensamente para celebrar el recuerdo actualizado de aquel gran acontecimiento, que significó el comienzo de nuestra salvación. Estos días de las posadas nos recuerdan que sólo si disponemos nuestro corazón para acoger al Señor, como lo hicieron María y José, los pastores y los magos, el Adviento y la Navidad serán para nosotros un espacio de gracia y salvación. A lo largo de las cuatro semanas de Adviento meditamos con un conjunto de salmos que dirigen nuestra oración agradecida hacia el Señor que viene a redimirnos y volvemos a ser niños, un poco o un mucho, según cada quien. Sí, yo creo que de una u otra manera todos nos trasladamos estos días a las épocas de nuestra niñez, sea hace pocos o muchos años, hay momentos que se graban para siempre a pesar de que los años se van quedando atrás.
Hoy la lectura y reflexión del salmo 70 —71 en la Biblia— me han llevado a recordar algunos Advientos desde que era pequeñito en casa con mi hermano Eduardo y esas prácticas que mamá nos ponía para ir decorando el árbol de Navidad y para preparar el caminito de Adviento con aquellos pequeños pergaminos con ofrecimientos que hacíamos cada día. Y me invita el salmo a eso porque se ve que el autor del salmo ha crecido en un ambiente de fe desde pequeño: «Desde que estaba en el seno de mi madre, yo me apoyaba en ti y tú me sostenías» dice. Yo también, desde que tengo memoria de mi existencia recuerdo el Adviento, las posadas, la envoltura de regalos con papá y mamá para los de la fábrica y los aguinaldos que había que preparar para los niños pobres con ayuda de las asistentes que en esos días trabajaban mucho más arduamente en casa que en otras fechas. ¡Cómo olvidar a Ercilia, a quien tanto le debemos por su arduo trabajo en estos días de diciembre por años sin término y a quien tengo siempre presente en la oración con sus hijos! Cada Adviento nos lleva necesariamente a la alabanza, pero también a la gratitud, y yo creo que, de cierta manera, este tiempo tonifica y renueva nuestra vida. En el salmo de hoy reconocemos humildemente que Dios es nuestra roca y nuestro refugio, el que nos libra de las dificultades, el que ya desde el seno de nuestra madre nos conoce v nos acompaña a lo largo de nuestra vida y eso nos lleva a recibirlo en esta próxima Navidad con inmensa gratitud.
Por otra parte, el texto del Evangelio que hoy nos ocupa (Lc 1,5-25) narra la anunciación del nacimiento de Juan. Zacarías e Isabel son ancianos, y ella estéril. Representan así al pueblo de Dios, al «resto» justo y fiel que esperaba la liberación y que agradece al Señor ese gesto de envío. Ellos son el pueblo pobre, que sin poder recurrir a nadie más, depende de Dios y de sus designios divinos viviendo de su gratitud. Así comienza la Buena Nueva: en un rincón del mundo, con una pareja de ancianos que no han tenido hijos y que sólo confían, esperan y agradecen a Dios tan grande bendición. Tener capacidad de «agradecer» es absolutamente imprescindible para la fe. El conformismo con lo dado cierra la posibilidad de sueños y visiones. Hoy, Zacarías es un visionario un tanto escéptico, pero no importa demasiado su duda. Aceptó la posibilidad. Nosotros también podemos abrirnos a lo imposible y agradecer el envío del Salvador. Y tú, ¿cómo recuerdas estos días previos a la Navidad? ¿Qué te viene a la mente de tu niñez? ¿Qué piensas al contemplar en estos días las figuras de María y José y el pesebre en espera del Niño Dios? ¿Qué y a quién regalas y por qué? ¿A quiénes agradeces en estos días de fiesta? Para Ercilia y para todos, mi saludo fraterno y mi bendición en este miércoles, cuarto día en la novena de Navidad.
Padre Alfredo.
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