jueves, 20 de diciembre de 2018

«DE CORAZÓN LIMPIO Y MANOS PURAS»... Un pequeño pensamiento para hoy


Las dos interrogantes que hoy tenemos en el salmo responsorial, tomado del salmo 23 (24 en la Biblia): «¿Quién subirá hasta el monte del Señor? ¿Quién podrá entrar en su recinto santo? Nos dan a entender que estamos ante un himno que se entonaba cuando el pueblo subía a Jerusalén para entrar en el santuario de Dios. El que entrará a adorar a Yahvé, el Rey de reyes y Señor de señores, será «el de corazón limpio y manos puras...» Sí, no bastarán para acercarse ante el Mesías las manos limpias, la pureza exterior para tomar entre los brazos al pequeño Niño que nacerá ya dentro de unos cuantos días; se necesita además un corazón limpio, un corazón puro, libre de pecado, libre de la codicia, libre del orgullo que pululan en nuestra sociedad de consumo; un corazón que está inundado del deseo de orar, de transmitir los misterios de la fe y de llenar el mundo del amor del Mesías. Los de corazón limpio no pueden ser como muchos que veía el autor del salmo en misma aquellos tiempos y que pretendían adorar a Dios y se iban tras de Baal a la vez. Los de corazón limpio no pueden ser como algunos que se dicen cristianos el domingo en Misa y entre semana recurren a la santería, a la lectura de cartas y al tarot. 

Dicen algunos historiadores que en la religión egipcia de aquellos tiempos en que los judíos esperaban el Mesías, los corazones de las personas muertas eran colocados en una balanza para ser pesados con el fin de ver si eran dignos de entrar en la vida eterna... Y me pregunto: ¿Cuánto pesará mi corazón?, es decir, ¿cuán limpio está? Los judíos sabían que el de corazón puro y manos limpias, al acercarse al santuario, recibía la bendición (berakah) y el beneplácito de la justicia divina (tzedakkah). Nosotros no subiremos al Templo de Jerusalén a recibir la bendición y la justicia, sino que nos acercaremos al pesebre de un pequeño niño, el Niño Dios y, si somos honestos con nosotros mismos, tendremos que confesar que no somos dignos de acercarnos. En el tiempo del Adviento, nos preparamos para acercarnos a Aquel que si es plenamente limpio de corazón y de manos puras, a ese Dios todopoderoso que se hace pequeño pata dejarse abrazar por nuestra miseria queriendo ser también nosotros como Él, de manos limpias y puro corazón. 

La Iglesia entona este salmo responsorial en Adviento anhelando la venida del Logos eterno al seno de la Virgen y al corazón del creyente. Precisamente el Evangelio de hoy nos presenta como figura central a María, la joven mujer de Nazaret, en la Anunciación (Lc 1,26-38). El evangelista nos la presenta sin títulos, sin currículo, incluso sin méritos. San Lucas, tan atento siempre en adjuntar a la presentación de cada personaje un breve currículo, al presentar a María, no dice nada. Sin embargo, esta mujer, como lo sabemos, es de corazón limpio y manos puras que gozan de la gracia de Dios. Dios pone en ella sus ojos y se deja embelesar por ella. No se sabe si María está llena de gracia por su inmediato futuro o por todo su pasado. Quizá para Dios todo forme una unidad. Pasado, presente y futuro están incluidos en la expresión: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Así como la Virgen abrió las puertas de su vida para dejar entrar al Verbo encarnado, así también dejemos entrar al Rey que ya llega a nuestras vidas. Que la condición humilde de Cristo que viene en un pequeño Niño para ser el siervo sufriente, traiga bendición y justificación a nuestras manos que quieren ser puras y a nuestros corazones que quieren estar limpios. ¡Bendecido jueves día en que Jesús Eucaristía, el Dios de manos limpias y corazón puro es adorado en muchos templos del mundo entero! 

Padre Alfredo.

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