domingo, 2 de diciembre de 2018

«Descúbrenos, Señor, tu caminos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Comienza un año litúrgico. Un tiempo de espera y de preparación en el que iremos preparando la venida del Señor que nace hecho niño en Belén. Pero, además, el tiempo de Adviento es un espacio para recordar la segunda venida de Cristo, cuando vendrá lleno de gloria y majestad al final de los tiempos. También hemos de esperar esta nueva venida del Señor y nos hemos de preparar para ello. Podríamos decir que las palabras que encabezan el salmo 24 —25 en la Biblia*— nos invitan a abrir la liturgia del Adviento. En efecto, con estas comienza la antífona de entrada de la misa del día de hoy, además de ser el salmo responsorial. De hecho, este salmo expresa lo que han de ser siempre nuestros deseos y anhelos, levantar el alma hacia lo alto, hacia Dios, conocer el camino del Señor para alcanzar la felicidad en esta vida y en la otra, porque, como nos hace ver el salmista, nadie como Dios sabe lo que nos conviene. Él nos ha creado, conoce nuestro pasado y nuestro futuro. Él, sin duda alguna, ve con una diáfana claridad desde su alta atalaya cuál es la ruta a seguir, en este laberinto de la vida, para llegar a la meta soñada. 

A pesar de que este salmo, en la Escritura tiene un tiente de súplica individual, en la liturgia de hoy brota de la comunidad de creyentes que anhela el amor de Dios y celebra su fidelidad. El Señor no quiere soltarnos de su mano dice el salmista, «indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta a los humildes y descubre a los pobres sus caminos». El escritor sagrado nos deja en claro que el Señor es compasivo con quien, aun habiendo pecado, se vuelve a él lleno de contrición. Podemos ser felices si tememos a Dios, lo adoramos y hacemos las cosas que Él ha planeado para nosotros sin tratar de imponer nuestros propios proyectos o luchar para hacer lo que nosotros queremos hacer al margen de la voluntad divina pidiéndole a Dios que le ayude. Es el corazón limpio y sin ataduras, el que puede estar dispuesto a recibir al Señor, que vendrá de nuevo, lleno de gloria y es el corazón sin ataduras el que puede acercarse a recordar y revivir en el alma la primera venida del Salvador. No sólo las cuatro semanas del Adviento, sino cada día, debemos mirar al Hijo del hombre, que vino a salvarnos y regresará con poder y gloria al final de los tiempos, porque durante toda nuestra vida, debemos vivir esperando la segunda venida de nuestro Señor, que vendrá a liberarnos definitivamente del pecado y de la maldad. 

No podemos permitir que en este Adviento Jesús, pase de largo. No podemos consentir que, el Señor, cuando nazca y cuando vuelva de nuevo, nos encuentre desalentados por los acontecimientos que nos acosan. No puede haber peor cosa para un discípulo–misionero que relajar de tal manera la vida y el compromiso cristiano en estos días para quedarse viendo al Señor, que nazca, que pase y que vuelva, encontrándose embobado por las apariencias, por el brillo de las luces crepitantes de los adornos navideños, colapsado por el desaliento o estrujado por los problemas que nunca faltan y despistarse para no disfrutar de su llegada. El Evangelio de hoy (Lc 21,25-28.34-36) con un tinte escatológico en las palabras de Jesús, que anuncia un final de un mundo, remarca la apertura de otro más venturoso con su segunda llegada, con la Parusía. Ojalá que nuestro Adviento se ilumine y encienda nuestro corazón con la misma ilusión con la que María esperó al Mesías. Lo esperamos como Divino Niño, que viene a salvarnos. Pero tenemos además la esperanza de su segunda venida. No sabemos cuándo será, pero tampoco nos importa, porque hay mucho trabajo aquí en la tierra y con los hermanos. Como dice el salmista: «Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos a la verdad de tu doctrina». ¡Bendecido primer domingo de Adviento! 

Padre Alfredo. 

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* Seguramente, en más de alguna ocasión han observado que en la Biblia ciertos salmos presentan doble numeración. Esto es particularmente evidente a partir del Salmo 11, que en muchas versiones de nuestras Biblias aparece como Salmo 11 (10). Más de algún buen católico se pregunta el por qué de esta doble numeración. Los judíos antes de Jesucristo, tenían dos versiones del Antiguo Testamento: El «Texto Masorético», que hace referencia a los libros sagrados escritos en los idiomas originales: hebreo y arameo. Y una versión llamada: «Septuaginta» o de los LXX (70), que hace referencia a los setenta sabios —aunque en realidad eran 72— que tradujeron los textos sagrados al griego, un par de siglos antes de Cristo. Esta versión será la más utilizada por las primitivas comunidades cristianas. El asunto de la doble numeración sucede que en cada una de las versiones, la numeración de los Salmos, a partir del Salmo 9 cambia, pues en la Septuaginta (LXX) los Salmos 9 y 10 según la numeración hebrea, forman uno solo. Por lo que, a partir del Salmo 11, los siguientes Salmos tienen un número menos que en la numeración de la Biblia hebrea. Así, el Salmo 11 del texto masorético es el 10 en la Septuaginta. 

Cuando San Jerónimo —en el siglo IV de nuestra era cristiana— traduce la Biblia al latín, hace uso de la numeración de los Salmos según la versión en griego (la de los LXX). La versión traducida por San Jerónimo será conocida como la «Vulgata» y pasará a ser la versión «oficial» de la Iglesia por siglos, y la que se utilizará generalmente en la liturgia. Con el paso de los tiempos se harán traducciones de la Biblia a las lenguas vernáculas (los idiomas comúnmente hablados en nuestros países); y en estas versiones se hará referencia a la doble numeración de los Salmos, poniendo primero el número según el texto masorético (hebreo) y después el número según el texto de los LXX (griego) y de la Vulgata (latín). Por ejemplo, el Salmo 104 (103) es el 104 en el Texto Masorético y el 103 en el de los LXX y la Vulgata. En el caso de nuestras celebraciones litúrgicas, los textos se tomarán generalmente de la Vulgata o de versiones corregidas que de ella han surgido en tiempos posteriores. Por eso cuando vas a Misa, no encuentras una doble numeración del Salmo Responsorial en la hojita o el misal, sino solamente la numeración que corresponde según la Vulgata.

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