¡Que cosa tan maravillosa es la gratitud! Leo el salmo responsorial de hoy —117 en la liturgia de la Palabra, 118 en la Biblia— y me viene a la mente aquella canción que me gustaba saborear en la voz de Mercedes Sosa y que vuelvo a escuchar una y otra vez: «Gracias a la vida que me ha dado tanto...» pensando que a Cristo que es «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6) le debo todo. El autor del salmo no conoció a Cristo, pero sí al Padre Misericordioso que es quien nos ha dado la vida y con ella la posibilidad de poder agradecer lo que en ella nos ha dado. Ya lo dice el libro de Job: «El Espíritu de Dios me ha hecho, y el aliento del Todopoderoso me da vida» (Job 33,4). Inspirado por el mismo autor de la vida, el salmista se siente agradecido por la eterna misericordia que el Señor tiene para con nosotros (vv. 1,2,3,4,29) y para expresar esa gratitud emplea imágenes vivas y coloridas, situaciones vitales y ha creado todo un cuadro vivo y rico de acción litúrgica como ambiente festivo para expresar su propia gratitud y crear así una fórmula existencial con la cual dar gracias al Señor por todos los beneficios que nos confiere en la vida convidando al mismo tiempo a todos sus hermanos de raza y de fe.
Aunque como digo, el autor de este salmo no conocía a Cristo, es un salmo que de por sí es sumamente mesiánico y es el más citado en el Nuevo Testamento (Mt 21,9.42; 23,39; Mc 11,9-10; 12,10-11; Lc 13,35; 19,38; 20,17; Jn 12,13; Hch 4,11; Hb 13,6; 1 Pe 2,7). Lo evangelistas aplican a Cristo la imagen de la «piedra angular» y de la «puerta». También dicen expresamente que Jesús cantó los himnos pascuales —el Hallel—, esa oración judía basada en los salmos del 113 al118, que es utilizada como alabanza y agradecimiento y recitada por los judíos en las festividades, con lo que nos dan la seguridad de que este salmo estuvo en labios de Cristo. Dios en sus designios, lo sabía el salmista, quería hacer del pueblo elegido la piedra angular del edificio de la salvación para toda la humanidad. Pero sabía también que si Israel iba a ser la bendición de todas las naciones, como le fue prometido a Abraham (Gn 22,18), lo sería por medio de un personaje, el Rey-Mesías. Por eso Jesús se aplicó a sí mismo las palabras de los versículos 22 y 23, relativos a la piedra angular (Mt 21,42-44; Mc 12,10ss; Lc 20,17ss) y se las aplicaron también los Apóstoles (Hch 4,11; Rm 9,33; Ef 2,20-22; 1 Pe 2,4-8) y por eso pudieron las turbas aclamar al Señor el Domingo de Ramos con palabras de este salmo: «Bendito el que viene en el nombre del Señor».
Ahora que estamos en Adviento, nosotros también le pedimos al Padre misericordioso que nos envíe a su Hijo y por eso nos viene bien orar recordando que en cada Misa, al momento de rezar o entonar el Santo decimos: «Bendito el que viene en nombre del Señor» y recordar que ser agradecidos con el Padre Misericordioso que nos ha dado la vida y con ello la posibilidad de conocer a Cristo, es mucho más que decir «¡Señor, Señor!» como nos hace ver hoy San Mateo en el Evangelio (Mt 7,21.24-27). Ser agradecidos es andar por la vida haciendo visible esa gratitud en signos concretos que nos enlazan con el gozo de vivir el querer de Dios, ya que la acción de gracias no es porque el Señor me da o nos da lo que queremos, sino lo que Él, en su infinita bondad y misericordia sabe que nos conviene. Vivimos en el mundo de las prisas, de las urgencias, de los imprevistos y de lo superfluo que nos saque del apuro. ¡Qué tentación tan grande de construir rápidamente, aunque sea sobre arena para aparentar! Pidámosle al Señor que nos libre de esa tentación y que, desde su templo nos bendiga y nos ilumine. Pidámosle a Dios, en unión con María, la mujer elegida para estar unida a este gran misterio de la bondad y misericordia del Señor, que en este tiempo de espera seamos agradecidos por eso, por su gran bondad y por su eterna misericordia y emprendamos un camino juntos hacia la liberación que Dios nos propone en su Hijo Jesucristo, la puerta, la piedra angular, el esperado por los pueblos. ¡Bendecido jueves haciendo un espacio para la adoración de Jesús en la Eucaristía y pidiendo por los sacerdotes, que nos acarrean esa bondad y misericordia del Señor!
Padre Alfredo.
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