martes, 25 de diciembre de 2018

«En el día de la Navidad»... Un pequeño pensamiento para hoy

«Toda la tierra ha visto al Salvador» canta hoy la Iglesia en el salmo responsorial acompañando algunos versículos del salmo 97 (98 en la Biblia). Con la mirada puesta en Cristo, la Iglesia se llena de acción de gracias invitando a reconocer al Señor Jesús como Mesías e invitando a alabar al Señor con todos los medios: la voz humana, los instrumentos de cuerda y de viento. Toda la tierra proclama a Dios como «Señor de señores y Rey de reyes» y canta las maravillas que nos ha traído en su Hijo Jesús que seguramente cantó este salmo a boca llena para alabar a su Padre celestial por sus maravillas, obradas con el pueblo escogido y con su propio Hijo. Al arribar a la Navidad, nosotros igualmente celebramos las hazañas de Jesús a favor de su pueblo: «La tierra entera ha contemplado la victoria de nuestro Dios». El salmista empieza con energía y gozo su alabanza que nos hace ir en pleno a la escena de la Navidad contemplando esta maravillosa escena. Hemos de acercarnos al pesebre y cantar a Dios por las maravillas que ha hecho. Ante los ojos de todas las naciones, se manifiesta la maravilla más grande que el Señor ha hecho al enviarnos a su Hijo nacido para nuestra salvación. Dios quiere que todas las naciones le conozcan y le amen. El salmista da a su alabanza un tinte misionero como el que debemos tener todos los que ya conocemos al Señor y hemos sido objeto de su amor. 

Todo el clamor del escritor sagrado inspirado por el mismo Dios y dirigido a Yahvé como Rey, aumenta de tono con el agregado de los instrumentos musicales a la voz que lo reconoce por sobre toda la tierra. El arpa y los clarines que se utilizaban ordinariamente en el templo para el culto (1 Cro 16,5; 2 Cro 5,12; Esd 3,10-13). El Señor es el Rey y merece la honra y gloria como Rey de todo lo creado. La Iglesia utiliza hoy, en el día de la Navidad, este salmo, para manifestar su adoración a Jesús Niño como Rey del universo entero. Adora a Cristo porque es su Rey ahora y adora a Cristo que nace cada día y que reinará para siempre en el corazón de cada hombre. Sí, Navidad es también nuestro nuevo nacimiento y por eso canta la Iglesia las maravillas del Señor. Leyendo detenidamente el salmo uno se da cuenta de que la Navidad habla abiertamente de Dios Padre, de fraternidad universal, de una dignidad de la persona superior a toda ley, del hombre libre en la justicia y el amor, de la paz sin ningún límite, de una vida inmortal que llega mucho más allá de la muerte. Hoy, día de Navidad, al contemplar al «Divino Niño», portador de las maravillas del Padre de las Misericordias, uno se queda con una fiesta muy especial en el corazón que quiere hacer a un lado tantas cosas como el perder el tiempo en tonterías o en aferrarse a falsas seguridades, porque, como dice Augusto Cury en su libro «El sentido de la vida»: «Nunca alguien tan grande se hizo tan pequeño para volver grandes a los pequeños». 

Sí, por eso hay fiesta en el corazón. Él viene hoy para hacernos grandes, Él ha venido para hacer crecer en nosotros al hombre nuevo y construir la nueva humanidad que hoy es buscada inútilmente por caminos extraviados que no llevan al hombre a Belén, a pesar de las aparentes maravillas de la tecnología moderna que no ha sido capaz de inventar un GPS que oriente al hombre para llegar a la sencillez del Nacimiento, a la sencillez del «Pasito» como lo llaman en mi querida Costa Rica. El «Divino Niño» nos anima a despertar en nosotros la esperanza, a no dudar, a estar ciertos, porque Él ha puesto ya en nosotros y en todos los pueblos y naciones que han de adorarle, la fuerza de la autentica libertad, de la justicia, de la paz, del amor universal sin límites que leyendo el prólogo de San Juan en el Evangelio (Jn 1,1-18) brota como algo maravilloso aunque el hombre no haya sabido que hacer con ese amor. ¡Corramos al pesebre a ver a María y su fiesta en el corazón al recostar a su Hijo en el pesebre y darlo a la humanidad, vayamos con José y descubramos que su silencio ante el pequeño niño es gozo y alegría! Encontremos nosotros también allí a Cristo y saludemos la Navidad como el nuevo nacimiento de la humanidad con todos los que, aún sin conocer todavía a Cristo, trabajan por la libertad, por la paz, por la justicia; construyamos el futuro del hombre, seguros de que la última palabra de la historia le pertenece a Dios y a los que lo buscan y quieren seguirle, amarle y hacerle amar del mundo entero. «Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas»... y ¡feliz, muy feliz Navidad! 

Padre Alfredo.

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