domingo, 16 de diciembre de 2018

«Domingo Gaudete»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Ya estamos en el tercer domingo de Adviento! Un domingo llamado «domingo de gaudete», o de la alegría. Hay dos domingos en el año que se distinguen por el uso del color rosa en la vestimenta y en algunos otros signos, estos son el cuarto domingo de Cuaresma (laetare) y el tercer domingo de Adviento (gaudete) porque en medio de la «espera», recordamos que ya está próxima la alegría de la Pascua o de la Navidad, respectivamente. En la corona de Adviento hoy se suele encender una vela rosada y en la parroquia, gracias a la generosidad de una de las familias de la comunidad, hoy estrenamos ornamento rosa, porque no teníamos. ¡Dios se los pague! El tercer domingo de Adviento nos hace una cordial y sentida invitación para que nadie desespere de su situación, por difícil que ésta sea, dado que la salvación se ha hecho presente en Cristo Jesús y por eso la liturgia, en el Salmo Responsorial, nos remite no a uno de los 150 salmos del salterio sino al capítulo 12 del profeta Isaías que se parece a un salmo, y esto es lo que realmente es. Es como una hermosa joya entre este maravilloso libro profético. Tenemos ante nuestros ojos la alabanza de un pueblo que se expresa en dos breves cánticos de alabanza en los que el autor sagrado nos invita a contemplar la salvación en una persona y no un programa, ni tampoco en un ritual o en una liturgia. La salvación es una persona, y esa «Persona» es el Señor Dios, es decir, el Señor Jesucristo. En ese texto se nos pide responder con alegría y júbilo porque Dios está con nosotros: «El Señor es mi Dios y salvador». 

Estos dos cánticos del capítulo 12 de Isaías son una pura alabanza de corazones que se saben redimidos y se rinden ante Dios por su elección y su salvación. Isaías está convencido de que Dios liberará a los fieles de Israel de sus opositores políticos y de las consecuencias espirituales de sus pecados: «Con él estoy seguro y nada temo. El Señor es mi protección y mi fuerza y ha sido mi salvación». Hoy nosotros, como aquel pueblo —especialmente en este tiempo de Adviento— debemos ser hombres y mujeres llenos de esperanza en el Mesías que viene a liberarnos, de confianza en él, de alegría espiritual. También nosotros como aquellas gentes del Antiguo Testamento, tenemos dificultades materiales, sociales, políticas, espirituales, pero no nos desanimarnos, debemos pedir todos estos días del Adviento a nuestro Mesías que el amor misericordioso del Padre, que lo envía, inunde un día sí y otro también nuestros corazones. Precisamente en esto se basa el gozo de este tercer domingo de Adviento, en la certeza de que nuestro Señor Jesús, nuestro Mesías, ha venido a salvarnos, a liberarnos y a llenarnos de alegría. En medio de la crisis que el mundo vive, saber que Dios tiene la clave de la historia en su mano y sabrá sacar a flote toda esa tremenda situación, nos da paz y nos debe mantener en una alegre espera. No una alegría de, mundo, de placeres pasajeros y falsas alegrías que los hombres llaman felicidad y que no son más que amargura y zozobra. Es la alegría auténtica que produce paz de Dios en el corazón y que se resume en el darse. Alegría que se puede tener aun en medio de las tribulaciones, porque es una alegría que dimana de la redención del que lo dio todo para salvarnos. 

Por eso Juan el Bautista, en el Evangelio de hoy (Lc 3,10-18) dice: «Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo» e iba señalando a todos sus propios deberes según su propia situación pero siempre invitando a la conversión para alcanzar la verdadera alegría. Al hombre que de veras se convertía le llevaba a las aguas del Jordán y le bautizaba. Si alguien no quería dejar sus malos caminos no podía bautizarse. Juan Bautista, daba así un signo de conversión para alegrar el corazón. Esta llamada a la alegría llena la liturgia de este «domingo gaudete». Por eso desde la primea lectura, del profeta Sofonías (Sof 3,14-18), escuchamos una esperanzadora invitación a estar alegres y San Pablo lo repite: «Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense! (Flp 4,4-7). En este tercer domingo de Adviento, domingo de la alegría, vivamos con María, «Causa de nuestra alegría», por ser la Madre del Salvador, el gozo de la cercanía del Señor que viene a salvarnos. Pero que esta alegría sea no una alegría fugaz y superficial, sino una alegría en el Señor, pues Dios viene a nosotros, a traernos la paz y la confianza en Él. ¿Cómo estamos preparando la fiesta de la Navidad? Preparemos esta venida del Señor dejando atrás todo aquello que es paja en nuestra vida, para sacar a relucir el buen fruto que Dios espera de nosotros. ¡Bendecido domingo! 

Padre Alfredo.

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