En las diversas culturas de la antigüedad, el rey ocupaba un cargo intachable. En el pueblo de Israel todos comprendían que dicho cargo era considerando que le venía dado por designio divino. Al rey le correspondía, sobre todo, asegurar un orden social justo y defender el derecho de los más débiles; por eso, lo primero que la comunidad de creyentes pedía para él era la justicia y rectitud. Es muy probable que la tradición judía haya atribuido este salmo al rey Salomón, porque el obtuvo del Señor gran sabiduría para hacer justicia y nada tiene eso de extraño, dado el estilo y la abundancia de sentencias y de floridas imágenes. La tradición dice que al escribir el salmo, Salomón estaba pensando en el príncipe heredero legítimo y que por eso le suplica a Dios los dones espirituales que constituyen un buen jefe de Estado. De esta manera, la justicia y la paz florecerán bajo su gobierno como una mies exuberante que cubra hasta las más altas montañas; su reino durará sin fin, y la dicha de los súbditos será comparable al refrigerio que recibe la árida Palestina con el rocío y la lluvia. El Papa Francisco, hace poco más de un año dijo que «es una pena confesar no rezar por los gobernantes». Y esta oración —afirmaba el Papa— debe hacerse sobre todo para no dejarlos solos. Pero también dijo: «los gobernantes deben rezar para pedir la gracia de servir lo mejor posible al pueblo que se les ha confiado» (Homilía del lunes 18 de septiembre de 2017).
Al ver el salmo responsorial de hoy (Sal 71 – 72 en la Biblia), y leerlo detenidamente me pregunto: ¿Qué tanto rezamos por nuestros gobernantes? ¿Qué tanto pedimos los creyentes que la sabiduría de lo alto les de justicia y rectitud? Yo recuedo con mucho gusto, que a mi Cantamisa, en aquel ya lejano 1989, asistió en ese entonces el alcalde del municipio de San Nicolás, Don Juan Angel Ochoa Sáenz (+) con su esposa y su familia. Don Juan Angel fue vecino de mis papás y me conocía desde niño y gracias a esa presencia, desde aquella primera Misa, no he olvidado nunca pedir por los gobernantes del municipio, alcaldía, estado y país en donde me encuentre. Me da mucho gusto recordar ahora a varios políticos sobre todo alcaldes de ese mi terruño natal, como Don Jesús Hinojosa (+) y Don Adalberto Núñez Ramos, que, en su momento, participaron en varias de las celebraciones eucarísticas que celebré. Al recordar a estos gobernantes, revivo momentos de su sencillez y cercanía, y pienso en cómo debe un gobernante abrir sus oídos y su corazón al Señor para escucharle con sencillez. No es fácil el gobierno de un pueblo, ya decía el santo cura de Ars «San Juan María Vianney— que un alma es una diócesis muy difícil de gobernar. Hoy el Evangelio alaba a la gente sencilla que escucha la Palabra (Lc 10,21-24) y creo que para un gobernante, la sencillez es vital sea o no creyente, pues como quiera que sea sabemos que toda autoridad viene de Dios (Dn 2,37-38; Jn 19,11; Rm 13,1-2).
La Iglesia no participa en Política, en el sentido de que no participa en la lucha política de los países, ni favorece un régimen político por sobre otro, pero sí está llamada a rezar y orientar a los gobernantes, a enseñar y corregir las acciones políticas que puedan afectar la salvación de los fieles. El pontificado de San Juan Pablo II, fue un hermoso ejemplo de este tipo de acción frente a los gobiernos más poderosos del mundo, y demostró que se puede enfrentar a las tiranías más despiadadas solo con la fuerza del Amor, y vencer. Benedicto XVI continuó con eso afirmando que los gobernantes necesitan más que nadie la ayuda de Dios para que sus conciencias sean iluminadas y puedan obrar a favor del bien común de todos. Hoy mi oración es por eso por los gobernantes, suplicándole a Dios con el salmista que florezca la justicia y reine la paz. En México estamos estrenando gobernantes, desde el presidente de la república hasta alcaldes en los lugares más recónditos del país. Recemos por ellos, pidámosle a la Santísima Virgen de Guadalupe —a quien visitaré hoy como todos los martes— que ella interceda por ellos para que se dejen guiar por el Espíritu de Dios y con María, la Virgen Morena digamos: Espíritu consolador, que te complaces en derramar tus dones sobre el mundo: Te pedimos que te dignes iluminar a nuestros gobernantes y unirlos en un solo corazón, en el de Jesús. Luz y unión venimos a implorar de Ti, Espíritu Santo, Tú que eres la tranquilidad infinita, la paz serena y la unión cumplida, escúchanos y concédenos estas gracias que humildemente te pedimos. Penetra en las inteligencias de quienes representan la autoridad divina para que en ellos reine el amor. Dales los dones de sabiduría y de consejo, para que, destruido el espíritu del error y de la discordia, se empeñen en crear y mantener en nuestra patria el orden, la justicia y la paz. Sé Tú, Espíritu Santo, el indisoluble vínculo que una a Ti y a todos los pueblos de la tierra; concédenos la gracia de triunfar sobre la desunión y de la discordia para que todos vivamos para servir a Dios y a nuestros hermanos en un estrecho abrazo de caridad. Amén. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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