miércoles, 5 de diciembre de 2018

«Desde el corazón del Buen Pastor»... Un pequeño pensamiento para hoy

El libro de los Salmos siempre ha tenido un atractivo especial para los creyentes, tanto judíos como cristianos. En cada salmo encontramos las experiencias de los creyentes del Antiguo Testamento que también vivieron en medio del devenir de este mundo. A nosotros, discípulos–misioneros de Cristo no nos resulta difícil identificarnos con ellos, y usar estos cánticos y poemas para acercarnos a Dios y obtener el mismo consuelo y fortaleza que ellos encontraron en él. De entre todos los Salmos, el 22 (23 en la Biblia) es sin duda uno de los más conocidos y apreciados. En sus versos encontramos aliento y confianza para afrontar las diferentes etapas de la vida. La imagen del pastor, que el autor de este salmo utiliza, era una efigie muy común en el Antiguo Testamento (Sal 77,21; 78,52.70; Is 40,11; Ez 34 entre otras citas). Los Santos Padres han aplicado este salmo a Cristo como Buen Pastor que vela por su Iglesia y la alimenta con los sacramentos. De hecho en la Biblia podemos ver una unidad de este salmo con los dos que lo rodean. El 22 nos hace pensar en Cristo como «Salvador», el 23 —que hoy leemos— nos lo muestra como «Pastor» y el 24 como «Rey». Así, la cruz, el cayado y la corona se entremezclan en esta especie de profecía sobre lo que será el Mesías que el pueblo esperaba. 

Estamos en Adviento, y esperamos a ese Mesías, Salvador, Rey y Pastor que vendrá a dar su vida por nuestra liberación. Cristo es el Buen Pastor al que acudía «mucha gente que llevaba consigo tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros enfermos» para que los curara, como nos dice hoy el evangelista (Mt 15,29-37). Cristo es el Buen Pastor que nos acompaña en todas las etapas de la vida, como podemos ver en este salmo: La vida presente, en la que toda necesidad es suplida por el pastor. (ver. del 1 al 3). El paso por la muerte donde su compañía nos libra de todo temor (ver. 4). Y, finalmente, el deleite de la eternidad donde todo deseo será cumplido. (ver. 5 al 6). Nuestro Dios se preocupa no solamente de darnos el alimento material, como nos recuerda también hoy Mateo, él nos da todo y «nada nos faltará» si permanecemos fieles en su rebaño. Como vemos a lo largo del Salmo, la provisión divina incluye cosas tan variadas como alimento y bebida, descanso, protección, restauración, compañía, aliento, dirección, consuelo, gozo, felicidad y gloria. El salmista percibe que el hombre tiene necesidades más profundas que las del cuerpo, y sabe que sólo en Dios pueden ser satisfechas. Siempre es alentador saber que Dios conoce nuestras circunstancias y las dificultades por las que atravesamos en la vida, y podemos estar seguros de que a su tiempo nos conducirá en su sabiduría y bondad hasta su gracia reparadora. 

Nuestro mundo moderno necesita darse cuenta urgentemente de este hecho: el hombre es mucho más que un cuerpo, a quien tan idolatrado lo tiene hoy. El hombre tiene también alma y espíritu, y nuestra cultura materialista y de consumo siempre fracasará en traer la felicidad al hombre solamente con cosas tangibles, porque no tiene en cuenta estas otras facetas y las ignora para centrarse en exclusividad de las necesidades del cuerpo. La única forma de tener la vida en plenitud es volviéndonos a Cristo, sólo en él podemos estar completos (Col 2,9-10) y con él «nada nos faltará», porque el pastor alimenta sus ovejas y cuida de ellas para que tengan buena calidad de vida: «yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10,10). La gracia del Adviento y de la Navidad, con su convocatoria y su opción por la esperanza, nos viene ofrecida desde el corazón del Buen Pastor. Vamos en este Adviento como la gente que acudía al Señor y que él siempre atendía: enfermos, tullidos, ciegos. Gente con un gran cansancio en su cuerpo y en su alma, gente desorientada, con experiencia de fracasos y de éxitos. Pero, la gracia del Adviento y la Navidad es también el que nosotros imitemos a Jesús, aprendamos a ser «pastores» a compartir el pan y a saborear los frutos del amor; que aprendamos a darnos nosotros mismos y multipliquemos nuestra preocupación por los demás como Él, como María su Madre que anhela que nazca en cada uno de nuestros corazones, como los santos que al pasar por el mundo dejaron en sus huellas los rasgos del Buen Pastor y viven ahora «en la casa del Señor por años sin término». ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

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