lunes, 31 de diciembre de 2018

«¡Adiós 2018... bienvenido 2019!»... Un pequeño pensamiento para hoy


Se considera que un año es un ciclo, el cual comprende un período desde un inicio hasta un fin que el calendario marca, y aunque la vida no se termina cuando el reloj muestra la medianoche del treinta y uno de diciembre, sí es la clausura de un período de la vida que merece cierta reflexión. Hoy ha llegado ese día, estamos en las últimas horas del año 2018. Es un excelente día para elevar al Señor, con el salmista (Salmo 95 —96 en la Biblia—), un canto de gratitud y de alabanza por el regalo del tiempo, el hoy y el ayer que el Señor na da dado y prepararnos a recibir el futuro que el mismo Dios nos depara. Al terminar este año hay que dar gracias por el don de la fe, que nos ha hecho reconocer en un pequeño niño recostado en el pesebre, a la Palabra con la que Dios creó todo cuanto existe (Jn 1,1-18). El evangelio nos muestra a Jesús como punto de referencia único de la historia. Hoy podemos hablar de que todo nuestro tiempo en este 2018 que terminamos y siempre, en la vida humana y en la fe, tiene un único centro y criterio: Jesús. 

Este es un día para dar gracias por la vida y el amor, que hemos podido proclamar, como asegura hoy el cantor del salmo: «día tras día». Es un día para ofrecer al Niño de Belén cuanto hicimos en este año, el trabajo que pudimos realizar, las cosas que pasaron por nuestras manos y lo que con ellas pudimos construir. Es un día para presentarnos ante el pesebre con las personas que a lo largo de estos doce meses tuvimos a nuestro lado, las amistades nuevas, los antiguos que conocimos, los más cercanos a nosotros y los que están más lejos, los que nos dieron su mano y aquellos a los que pudimos ayudar, con los que compartimos la vida, el trabajo, el dolor y la alegría y los que tenemos lejos en la distancia pero cerca en el corazón. Es un día también para acercarnos al Nacimiento a pedir perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por las palabras inútiles y el amor desperdiciado. Es un día para dejarnos ver por María y José junto al pequeñito Niño que llora envuelto en pañales en el regazo de su Madre y pedir perdón por las obras vacías, por los encargos mal hechos, por los momentos sin entusiasmo. Es un día para acercarse y besar al Niño Dios y suplicarle, en una oración que escuche nuestras plegarias por un mundo mejor con el deseo de renovar el corazón y re-estrenarlo en el Año Nuevo. Es un día para pedir a Dios, en presencia de la Sagrada Familia, por cada una de nuestras familias y de todas las que conocemos. Es un día para alabarle, para bendecirle, para glorificarle. 

A pocas horas de iniciar el 2019, pienso en la agenda que ya me prometió Lalo mi hermano y que aún está sin estrenar y le presento estos días al Niño Dios seguro de que Él sabes si llegaré a vivirlos y cómo los viviré en mi tarea y conquista de cada día. Hoy contemplo el Nacimiento al pie del árbol de Navidad en casa de mis padres, en esta casita en donde pasé tantos años de mi infancia y le bendigo por este regalo que me da de cerrar este año aquí —hace como 20 años que no pasaba Año Nuevo con ellos— y de celebrar, junto a mi familia de sangre esta noche, el regalo de la fe y la esperanza, el amor y la paz, la confianza y la alegría, la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría y tantas cosas más. Quiero vivir cada día del Año que está por llegar con optimismo y bondad, llevando por doquier, como misionero andariego, un corazón lleno de comprensión, de escucha y de conciliación. En medio de tantas fiestas que se suscitan en el mundo esta noche, la última del 2018 y la primera del 2019, aquí estamos nosotros, ustedes y yo, otros cuantos entre los millones y millones de habitantes del mundo, un reducido grupo de creyentes, de hombres y mujeres de fe que seguramente acudiremos al Templo para participar de la «Mesa del Señor» y cerrar el año. Yo celebraré la Misa de fin de Año a las 7 de la tarde en el Espíritu Santo, mi parroquia de origen, el lugar en donde mis padres se casaron, en donde fui bautizado, en donde acudí cada domingo a Misa por años y años con Lalo mi hermano y mis papás, en donde hice mis votos perpetuos y me ordené de diácono y eso me emociona. Luego concelebraré Dios mediante a las 9 de la noche con mis hermanos Misioneros de Cristo en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás, en donde celebré por primera vez la Eucaristía... Hermoso día, último día del año que me recuerda que somos ciudadanos de un mundo siempre sometido a cambios espectaculares dentro y fuera de nuestro ser, cambios que si los sabemos valorar en un recuento como el que podemos hacer el último día del año, deben significar, como cada año hasta hoy, un motivo de esperanza, de ilusión, de expectación por lo que el Buen Dios nos traerá. ¡Adiós 2018... bienvenido 2019! 

Padre Alfredo.

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