Dice el salmo 32 (33 en la Biblia): «Los proyectos de Dios duran para siempre...» ¡Qué sublime es ver estos proyectos plasmados en una vocación que se entrega y dura para siempre! Ayer pasé buena parte de la tarde en «La Casa del Tesoro», esa hermosa comunidad de la que ya he hablado en ocasiones anteriores y que está conformada por un nutrido grupo de religiosas Misioneras Clarisas enfermas y ancianas en esta bella ciudad de Guadalajara que desde ayer y hasta mañana me acoge. Cada una de las hermanas, más de 50 a las que pude saludar de una por una, me muestra, cada vez que tengo la dicha de estar con ellas, eso que el salmista canta hoy acompañado del son del arpa: «Los proyectos de Dios duran para siempre». La vocación es un llamado que definitivamente no es para una entrega temporal, es un llamado que el Dios–Hombre que esperamos en estos días previos a la Navidad, hace a un alma para que le siga para siempre. La vida consagrada de estas mujeres, algunas de las cuales las conozco desde pequeño, revela la íntima naturaleza de cada vocación cristiana a la santidad y la tensión de toda la Iglesia-Esposa hacia ese Cristo, «su único Esposo» a quien esperamos en estos días de Adviento. La profesión de los consejos evangélicos está íntimamente conectada con el misterio de la espera de Cristo. El testimonio de las almas consagradas, viviendo los votos de castidad, pobreza y obediencia como valor absoluto y escatológico, nos ayudan a entender la austeridad de este tiempo del Adviento que se entrelaza con la alegría de saber que el Señor está cerca.
La vocación de cada una de estas hermanas —muchas de ellas con más de 40 o 50 años de vida consagrada— es un don precioso y necesario no solo a nuestra familia misionera, sino a la Iglesia y al mundo; mujeres que atestiguan hoy, acompañadas del dolor y del peso de los años el seguimiento del proyecto absoluto de Dios y el servicio a la humanidad en la entrega de su oración y de su oblación en los pequeños y grandes sacrificios que la enfermedad acarrea. En cada una de estas mujeres llenas de Dios, estalla la vida que viene a traer el Mesías esperado. Es él quien, poseído y poseedor a la vez, atrae ahora y mueve a vivir la vocación. Sofonías, en la primera lectura de hoy, nos recuerda el motivo claro de la perseverancia de estas maravillosas mujeres: Dios está cerca: «el Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva». Dios sigue amando a su pueblo: «él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta». La vida que no está animada por un amor, por una ilusión, por una pasión, corre el peligro de resecarse y hacerse extraña.
El salmo 32 me hace valorar los sentimientos de júbilo de estas hermanitas que siguen «al pie del cañón» a pesar de los cientos y miles de adversidades que se puedan ver y que a algunas ya las tienes postradas en cama, sujetas a una silla de ruedas, ayudadas para caminar por una andadera o apoyadas en un bastón. A la luz del valioso e impresionante testimonio de fidelidad de mis hermanas de «La Casa del Tesoro», resuena en mi ama cada palabra de este salmo que parece escrito, no solo para ellas, sino para que todos lo recemos en los últimos días del Adviento: «En el Señor está nuestra esperanza, pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo y en él hemos confiado». Son actitudes que nos preparan a una Navidad vivida desde dentro. Los que, como ellas, tienen espíritu de pobre, no se envanecen al verse favorecidos por Dios con la salud o con cualidades de belleza exterior; al contrario, de inmediato se vuelven sencillos y reconocen dentro de cualquier condición de vida la acción de Dios. María, movida por la solidaridad, viaja en el Evangelio de hoy (Lc 1, 39-45) a toda prisa por los montes para acompañar a su prima anciana que está en avanzada gravidez. ¡Qué le impide a aquella mujer joven, si lo que iba era a comunicar era el gozo de que Dios naciera para el mundo! María va a ver a su prima porque no cabe de gozo y porque ella lo necesita, como nuestras hermanas ancianas y enfermas necesitan de quien les atienda. Al contemplar hoy a la Virgen María en esta actitud, renuevo mi andar en el Adviento y me lleno de gratitud al Señor por el testimonio de alegría de mis hermanas que comunican, desde su condición, un poco de esperanza para este pobre padrecito y para que el mundo se caliente y sonría. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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