«María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel» (Lc 1,39). Isabel, sin necesidad alguna de la Virgen hablara, comprendió quién estaba en su casa. La alegría de la «Sierva del Señor» se proyecta en esta visita.
Hoy recordamos la visita que hace muchos años María hizo a nuestro continente americano, a México en concreto en el cerrillo del Tepeyac. Y hoy, también ella nos visita para repetirnos aquellas palabras que dijo a san Juan Diego: «¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?». ¿Sabremos corresponder a su maternal protección en un mundo que cambia de un modo tan rápido y profundo y que parece hacer a un lado el cúmulo de valores evangélicos que Cristo vino a dejarnos?
Las debilidades y los errores de los hombres a lo largo de tantos años no han impedido a la protección materna de la Morenita del Tepeyac, que comenzó casi con la conquista, extenderse por todo el continente y por muchas partes más. Es más, Ella, la «Dulce Morenita del Tepeyac» como la llamaba la beata María Inés Teresa, ha marcado profundamente la conciencia y los corazones de muchos hombres y mujeres no sólo americanos, sino de los otros continentes. La espiritualidad mariana y guadalupana se extiendo por el mundo entero.
La espiritualidad mariana es algo muy especial de todo Vanclarista. Precisamente la beata María Inés, al fundar Van-Clar, quiso que el día del Vanclarista se celebrara precisamente el 12 de diciembre, recordando que cada uno debe vivir par Cristo bajo el amparo de Ella. En cada miembro de Van-Clar el ser mariano es una postura permanente de fidelidad a Jesús Eucaristía, a la Palabra de Dios, a la acción del Espíritu Santo, a María y a sí mismo por su compromiso misionero.
Sé que en muchas partes se reúnen en torno a este día para celebrar a la Madre Dios y para celebrar el «sí» que cada uno ha dado al aceptar la invitación a dar testimonio de vida cristiana en el lugar en donde se encuentren. Esta fiesta es, de esta manera, algo entrañable, pues al dejarla como Patrona Principal no solo de Van-Clar sino de toda la Familia Inesiana, Madre Inés ha querido dejarla como modelo de vida que se encamina presurosa a llevar a Cristo, quedando ligada indisolublemente a la historia de nuestra familia misionera invocada constantemente, como lo hacía ella, como amiga y compañera que nos visita y se queda con nosotros.
En el Evangelio se narra que María visita a Isabel, Ella, la que ha comenzado a ser la Madre de Dios, la sierva del Señor, se encamina presurosa a compartir su dicha en el servicio, comunicando a Cristo la dicha de la que será siempre su misión de servicio al Padre: ¡Dar a Cristo a la humanidad!
Ella, la redimida y asociada al redentor, la humilde sierva y la que llaman dichosa todas las generaciones, es nuestra Patrona Principal, nuestra amiga y compañera, nuestro modelo de apóstol, por eso la beata solía repetir constantemente y con sencillez: «¡Vamos María!»
«¡Vamos María!», porque el apóstol, no puede prescindir de quien Cristo no ha querido prescindir. «¡Vamos María!», porque los sentimientos de Jesús acerca de su Madre deben estar presentes en la vida de todo apóstol: María en el Adviento, María en Belén, María en Nazareth, María en el Calvario, María en la Pascua. «¡Vamos María!», porque las devociones y medios de piedad marianos que vivimos, se transforman en actitudes profundas y convencidas que duran toda la vida. «¡Vamos María!», porque Ella nos habla de silencio fecundo, de servicio que edifica, de responsabilidad que conduce a la santidad.
Su visita, vestida de guadalupana, nos llenó de alegría en el Tepeyac, pero nos dejó también un compromiso, una tarea que cumplir... Su presencia entre nosotros en su santa imagen y en la casa que nos pidió que le construyéramos para allí mostrar todo su amor, nos invita a imitar, como discípulos–misioneros y como hijos de Madre María Inés, su actitud de paz, de consuelo, de gozo, de alegría.
En la Familia Inesiana su imagen y su casa las hemos reproducido ampliamente. Ella está en todas nuestras casas como estandarte de paz, de dicha, de amor, re reconciliación entre Dios y la tierra.
«María de Guadalupe será el alma del alma de este instituto» dijo nuestra amada fundadora. En el Tepeyac tenemos a nuestra Madre amorosa que nos ama como a un hijito tierno y delicado. Ella, con su calor maternal nos vivificará, Ella será la maestra por excelencia de cada Vanclarista. Ella infundirá en cada uno su mismo espíritu, aquel su amor que la hizo descender del cielo a esta tierra de Anáhuac para acoger, tierna y cariñosa, al pequeñito hijo que en la fe le había nacido.
Quien dice «Tepeyac» dice Madre amorosísima y tierna, Madre que arrulla y que acaricia, Madre que sonríe y protege; Madre que, en la cima de ese cerro bendito, quiso manifestar toda la ternura que encierra su corazón hacia un ser pequeñito y aparentemente insignificante.
Dice Madre Inés que todo en esta obra misionera que ella, inspirada por Dios fundó: «tiene el sello guadalupano». Pues ahora, con ese sello, quisiera terminar esta reflexión repitiendo unas palabras que dijo Madre Inés en una ocasión, según lo testimonia uno de sus escritos:
«Hoy, renovando mis donaciones anteriores, pongo en tus manos pastora y rebaño: mira que hay en él almas muy hermosas que viven sólo de Dios y por las almas: hay otras que, aun no valorizan como deben la gracia insigne de su vocación: sé de éstas aun mas Madre que de aquellas, porque te necesitan más: tú sabes que, a pesar de todo, todas tienen buena voluntad: en tus manos las dejo, en tu corazón purísimo las guardo: presérvalas del mal, ayúdalas, santifícalas, anímalas a realizar su ideal» (Ejercicios Espirituales de 1950).
Padre Alfredo.
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