lunes, 10 de diciembre de 2018

«Ya llega la misericordia, la fidelidad, la justicia y la paz»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cada Adviento, etapa de preparación a la llegada del Salvador, los católicos nos encontramos con un fragmento del salmo 84 (85) y nos unimos al gozo del salmista que se alegra porque el Señor viene a salvarnos. Al orar con este salmo, afirmamos nuestra esperanza en el Mesías que vino a traernos la esperanza de una vida nueva y que habrá de volver glorioso para llevarnos a gozar de la contemplación eterna en el Cielo. Todo son planes de salvación: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos». El anhelo de paz, de fidelidad y de salvación que canta el salmo, es el mismo que tenemos que tener en el corazón en estos días previos a la Navidad proclamando y celebrando que «la fidelidad brotó de la tierra y la justicia vino el cielo». ¿Qué necesitaremos hacer en medio de las pequeñas cosas que realizamos cada día en casa para que surjan la fidelidad y la justicia en nuestras acciones que a veces parecen insignificantes pero que son las que construyen nuestro ser y quehacer como hombres y mujeres de fe y esperanza que viven en el amor? En el fondo, esto es el Adviento. El Adviento no son adornos, no son figuritas, no son flores, no son árboles de Navidad, no son dulces. El Adviento es ser capaces de que el Señor venga a nuestra casa y, como precursores, poder ayudar a que los demás se preparen para que también llegue a la suya. 

Definitivamente Dios y su ambiente debe ser nuestro hogar. Nosotros los creyentes debemos ver nuestros hogares como espacio de santificación en donde se pueden encontrar, como dice el autor del salmo «la misericordia y la verdad» y donde «se besan la justicia y la paz» para que «nuestra tierra produzca frutos». Pero, para lograr eso, necesariamente hay que pasar algún tiempo en oración saboreando su Palabra en donde se entrecruzan estas cuatro cosas que nos recuerda el salmo: «misericordia... fidelidad... justicia... paz». El mensaje profético de este salmo, que fue escrito cuando el pueblo había vuelto a Palestina, se cumple con la llegada de Jesús, nacido de la fidelidad refulgente de la Santísima Virgen María, quien surgió de la tierra enviada como don del cielo por el gran amor de Dios por su pueblo. Es en Cristo donde definitivamente se dan cita la bondad y la fidelidad de las promesas de Dios, la justicia y la verdadera paz. Al venir Jesús a este mundo, brotó como un germen de la tierra, salido del seno del Padre y del vientre virginal de María, y el cielo, complacido, se asomó hacia los hombres. 

Jesús es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda nuestra tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que se sentían acobardados. Jesús es el que salva, el que cura, el que perdona. Como en la escena de hoy, en la que vio la fe de aquellas personas, acogió con amabilidad al paralítico, le curó de su mal y le perdonó sus pecados, con escándalo de algunos de los presentes (Lc 5,17-26). A aquel hombre le dio más de lo que pedía: no sólo le curó de la parálisis, sino que le dio la salud interior. Lo que ofrece Cristo es la liberación integral de la persona. Jesús hizo realidad lo que en las palabras del salmista parecía una utopía, superó nuestros deseos y la gente exclamaba: «hoy hemos visto maravillas» (Lc 5,26). Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo: el que dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida». El mensaje del Adviento es hoy, y lo será hasta el final de los tiempos, el mismo: «Ya llega la misericordia, la fidelidad, la justicia y la paz», «¡Ánimo! No teman» (Is 35,1-10), «Amigo mío, se te perdonan tus pecados»... «levántate y anda». Cristo Jesús nos quiere curar a cada uno de nosotros, y ayudarnos a salir de nuestra situación, sea cual sea, para que pasemos a una existencia viva y animosa. Es necesario que en Adviento alimentemos la espiritualidad y religiosidad en nuestros hogares, en nuestros grupos, en nuestras parroquias, desde el convencimiento de que es posible salir de la enfermedad de la parálisis o de la ceguera ante las necesidades del resto, o de la mudez en la predicación, o de la sordera ante los reclamos de los que nos necesitan. Sigamos caminando con María, a la espera de Jesús. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

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