Hay gente que quisiera que algunos pasajes del Evangelio fueran como una especie de crónica destinada a informar acontecimientos y, si son espectaculares, mejor. Algo así sucede con lo referente a la celebración que dentro de la Navidad el día de hoy se conoce como «La fiesta de los santos Inocentes». La realidad es que, cuando las páginas del Nuevo Testamento se escribieron, Cristo ya había muerto y resucitado y la comunidad cristiana había repensado el Antiguo Testamento en clave cristiana a la luz de las enseñanzas del Señor, comprendiendo que Cristo había realizado lo que antes había sido anunciado por Dios. Por lo menos desde el sigo VI, la Iglesia celebra esta fiesta, venerando, en el tiempo de Navidad, a los santos Inocentes. El evangelista, para presentar a Cristo desde sus primeros días en relación con su misión de «Salvador», echa mano de los llamados «midrash» — ( en hebreo, מדרש (explicación), término hebreo que designa un método de exégesis de un texto bíblico, dirigido al estudio o investigación)— que le proporcionaba la comunidad acerca de Cristo en relación al Antiguo Testamento. Por eso, en nuestra liturgia no faltan nunca los salmos, parte de este Antiguo Testamento iba dirigiendo la mirada de la primitiva comunidad cristiana al encuentro con Cristo como el Mesías.
El salmo 123 (124 en la Biblia), nos ofrece hoy, en el contexto de esta fiesta, un salmo de devoción al rey de reyes por cada una de sus intervenciones en la vida del salmista, que reconoce haberse visto beneficiado de su fidelidad y confianza en su salvador al ser librado de cada una de las circunstancias que se le presentaban para lograr establecer una realidad que sorprendería a cada uno de sus enemigos, porque ellos siempre están esperando intimidar a los escogidos de Dios. El autor del salmo asgura que, cuando la confianza del creyente no se encuentra en el hombre, sino en la intervención divina, siempre se le dará una bofetada —muchas veces con guante blanco— al enemigo, no solamente para dejarlo avergonzado, sino para demostrarle que solamente el Padre celestial tiene control supremo de todas las cosas. Yahvé no dejará que los enemigos de sus elegidos descarguen su furor ni que las aguas les lleguen hasta el cuello para demostrar su poder en medio de circunstancias que parecen imposibles de sortear para los hijos de Dios, en las que solo el rey de reyes les puede librar. Así, de esta forma, el relato de los santos Inocentes toma un sentido impresionante. Hay gente que se queda viendo el relato de los santos Inocentes ( Mt 2,13-18), solamente —como ya he dicho— como una crónica amarillista y piensa en miles de niños descabezados. La realidad es que... ¿cuántos niños pudiera haber en poblados tan pequeñitos como aquellos de aquel entonces formados por unas cuantas familias? Así, no es el hecho de la multitud de muertos sino el significado de lo que esto representa para nosotros como discípulos–misioneros de Cristo. San José nos ofrece, en este relato, un testimonio bien claro de respuesta decidida ante la llamada de Dios. En él nos sentimos identificados cuando hemos de tomar decisiones en los momentos difíciles de nuestra vida y desde nuestra fe: «Se levantó, tomó de noche al Niño y a su Madre, y se retiró a Egipto» (Mt 2,14).
Santa Teresa Benedicta de la Cruz —mejor conocida entre nosotros por su nombre de pila: Edith Stein— quien murió mártir, víctima de los nazis en Aushwitz, escribe sobre este acontecimiento de los santos Inocentes: «No muy lejos del primer mártir [Esteban] se encuentran las “flores martyrum”, las tiernas flores que fueron arrancadas antes que pudieran ofrecerse como víctimas. La piedad popular ha creído siempre que la gracia se adelantó al proceso natural y concedió a los niños inocentes la comprensión de lo que sucedería con ellos para hacerles capaces de entregarse libremente y asegurarse así el premio de los mártires. Sin embargo, ni aún así pueden equipararse al confesor consciente que con heroísmo se compromete en la causa de Cristo. Ellos se asemejan más bien a los corderos que, en su indefensa inocencia, “son llevados al matadero” (Is 53,7; Hch 8,32). De este modo son la imagen de la pobreza más extrema. No poseen más riqueza que su vida. Y ésta también se les quita, sin que ellos opongan resistencia. Ellos rodean el pesebre para indicarnos cuál es la mirra que hemos de ofrecer al Niño Dios: quien quiera pertenecerle totalmente, tiene que entregarse a Él sin reservas y abandonarse a la voluntad divina como esos niños». Este es el sentido que debemos comprender en el relato. La celebración de hoy debe hacernos a nosotros también tomar al Niño con su madre, a este Dios que se nos hace cercano, compañero de camino, reforzando nuestra fe, esperanza y caridad. Y que nos hace salir de noche hacia Egipto, invitándonos a no tener miedo ante nuestra propia vida, que con frecuencia se llena de noches difíciles de iluminar. ¡Bendecido día de los santos Inocentes y este es el último «pequeño pensamiento» largo que envío, en adelante serán solo de 10 renglones!
P. Alfredo.
P.D. ¡Inocentes para siempre!... (aquí deben reír). «Un pequeño pensamiento para hoy» seguirá siendo más o menos del mismo tamaño, a veces más largo a veces un poquitito más corto. Mi capacidad de síntesis no es tan buena, como se han dado cuenta y choca con la capacidad de análisis de la realidad. Aprovecho para decirles que aparece en Facebook (Alfredo Delgado Rangel) y en Twitter (@alfredodelgador).
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