domingo, 9 de diciembre de 2018

«Se vale soñar»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hay acontecimientos, en la vida de una persona, de una comunidad o de un pueblo que quedan marcados con una alegría indecible que deja una huella imborrable. Para los hebreos, la restauración de su vida ordinaria, después de la cautividad, fue un contento indecible, aunque seguido, como muchas veces sucede, de tristes realidades que hubieron de enfrentar. Pero, aún con eso, las mismas naciones paganas circunvecinas que los habían visto sufrir, no salían de su estupor al ver lo que el Señor obraba a favor de aquel pueblo tan especial. El pueblo soñaba con la restauración completa simbolizada en la alegría y frescura de los torrentes que en el tiempo de las lluvias se desbordaban en las tierras áridas del Negeb, al sur de Palestina y en el tiempo de la cosecha, en que los campos resuenan con cantos de alegría. Así, de esta manera, el alegre recuerdo de aquel acontecimiento, invita, en la voz el salmista, a soñar, a esperar con ansias el tiempo mesiánico... «entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor... al regresar, cantando vendrán con sus gavillas». Tres metáforas expresan el gozo inefable del regreso de la cautividad: un sueño placentero, el agua refrescante de los arroyos en el área desértica meridional, y las festividades de la cosecha. 

¿Quién de nosotros no ha soñado? De niños jugando con un cochecito de plástico uno se sentía ya en la fórmula uno y las chiquillas se soñaban ocupando el espacio de las princesas de Disney. De adolescentes ellas se sentían ya esposas de los galanes de moda y los chicos tapizábamos el closet con posters de Farra Fawcett y los otros Ángeles de Charlie. En la juventud uno sueña con un futuro según lo que quiere estudiar, generalmente se siente gerente, jefe de departamento o ya con maestría y doctorado. Todos, todos soñamos con un futuro mejor en todas las edades, incluso ya entrados en años y con los achaques comunes, soñamos con que la pastilla será milagrosa y nos quitará el dolor... «Creíamos soñar» expresa el salmista, pero, ciertamente, muchos de los sueños que tenemos se hacen realidad, tal vez no como exactamente lo pensamos, sino como está en los planes de Dios. yo soñaba de seminarista con ser sacerdote misionero y aquí estoy, pero en la manera y de la forma que Dios quiere. En este marco del Adviento, junto a este salmo que es una joya de la literatura, el Evangelio nos pone el testimonio de un gran soñador: Juan el Bautista (Lc 3,1-6), un hombre que retomando las predicciones del profeta Isaías sueña con el panorama que debe encontrar en nuestras vidas al llegar el Señor, a quien estamos esperando en este Adviento. 

El sueño de Juan, como el sueño del autor del salmo con el que hoy oramos, es una esperanza que no es vana, una esperanza que se basa en una realidad que va haciendo historia. Yo creo que, en nuestros tiempos, a los católicos y en general a todos los cristianos, nos hace falta soñar para llenarnos de esperanza activa, dinámica, eficaz, que nos impulse a trabajar para transformar nuestro mundo; tener sueños que nos inquieten por impulsar a la humanidad hacia el Reino de la libertad y de la vida. Juan soñó: «todos los hombres verán a Dios» (Lc 3,6), María Santísima soñó: «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48), La beata María Inés soñó: «Que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero»... ¿Por qué no soñar nosotros con que Cristo al volver encuentre un mundo mejor? Pero para soñar se necesita dejar de ser gente instalada, personas escépticas respecto al camino de la humanidad. No podemos soñar con esperanza si somos luz que no ilumina y sal que no sala. En este tiempo de Adviento deberíamos revisar cómo y con qué soñamos. Porque cuando él vuelva nos pedirá cuentas: ¿qué haz hecho de tus sueños? Y da pena pensar en la nimiedad que sin soñar con esperanza se pueda sacar de nuestro equipaje. ¡Bendecido segundo domingo de Adviento! 

Padre Alfredo.

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