A la beata María Inés le gustaba constatar cómo el Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, que tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia, que es misionera por excelencia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con este Salmo 88 cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor: «Cantaré eternamente la misericordia del Señor. Anunciaré su fidelidad por todas las edades. Porque dije: "Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad". Encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado, para que esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre crecerá su poder. Él me invocará: "Tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora"».
Dios es siempre fiel a sus promesas. Nosotros muchas veces hemos fallado, pero Dios permanece siempre fiel. Y a pesar de nuestros pecados Él jamás ha dejado de amarnos y de procurar nuestro bien porque es compasivo y misericordioso. Y el amor de Dios hacia nosotros consiste en esto: Que siendo nosotros pecadores, Él nos envió a su propio Hijo para perdonarnos y hacernos hijos suyos. Dios, que mediante la Unción de su Espíritu nos ha hecho de su misma familia, quiere que vivamos, sostenidos por Él, libres de todas nuestras esclavitudes manifestando, con una vida llena de buenas obras, que en verdad es nuestra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Por eso podemos afirmar con toda certeza que quien tenga a Dios con Él lo tendrá todo, pues Dios será su Padre y su protector y su salvador. Si contemplamos a María Santísima, entenderemos mucho de esa misericordia de Dios. Ella la canta en el Magnificat. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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