Uno de los frutos más característicos de la Pascua debe ser la alegría. Esta alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús, «guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer cuando da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo.
Los santos vivieron amando permanentemente, y ellos han manifestado poseer una gran alegría, ser completamente felices, aún en las dificultades, persecuciones y tormentos a que la mayoría de ellos se han visto sometidos. Porque el verdadero amor es la fuente de la felicidad. La experiencia del amor de Dios y de su Hijo Jesucristo debe ser en nosotros fuente de felicidad para compartir con los demás. Con los que se sienten solos, fracasados, abandonados, descartados... Tantos y tantos seres humanos que merecen ser algún día felices, experimentar el amor liberador de Dios. Pidamos a la Santísima Virgen María que ella nos ayude a permanecer en el amor de Dios. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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