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Luego la recuerdo también en la Casa Noviciado de nuestras hermanas allá en Cuernavaca en donde le tocó la etapa de construcción del nuevo edificio del noviciado cocinando riquísimo para mantener las ventas del comedor de los domingos y reunir recursos para la obra. En 1983, sobrevivió a un trágico accidente cuando, de regreso de la toma de posesión de Mons. Rafael Bello (de feliz memoria) como Arzobispo de Acapulco, el automóvil en que viajaba fue impactado por una camioneta causando la muerte del Excmo. Sr. Juvenal Porcayo, obispo de Tapachula y de las hermanas Guadalupe y María del Refugio, también misioneras clarisas. Dios no se la llevó porque le tenía una gran tarea luego de una penosa recuperación en la que siempre mostró adhesión a la voluntad del Señor en medio de los sufrimientos que aquello le traía. Después de ese accidente, Anita quedó para el resto de su vida, con una secuela de dolor y molestias físicas que nunca la dejaron y que no se hicieron evidentes, porque vivió esa ofrenda en silencio y serenidad. Su vida, antes y después del casi fatal accidente, estuvo siempre sostenida por una oración profunda que dejaba ver el desposorio que su alma había hecho con Cristo.
Ya recuperada pasó a mis queridas tierras Ticas y allá, en Costa Rica, fue Maestra de Novicias en donde me tocó compartir con ella ese tiempo precioso que, en diversos años de los 90s me permitió el Señor hacer diversos viajes por largos períodos con diversas encomiendas y, como dirían mis hermanos ticos: «¡Tan buen pan que hacía!», pues, como digo, era excelente en la cocina y en la repostería. A fines de los 90's pasó a formar parte del personal de la Casa General de nuestras hermanas «La Casita» en el corazón de la cristiandad, en Roma, donde gozaba mucho asistiendo, cuando era posible, a las celebraciones que presidía el Santo Padre.
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Anita fue llamada a la Casa del Padre de forma casi repentina debido a un cáncer fulminante que no dio tiempo ni de quimios o radiaciones. Ella, cuando se dio cuenta de la gravedad de su caso dijo que todo estaba ofrecido y que esperaba la llegada del Esposo. Mientras en México se celebraba el XXV Aniversario del retorno al Padre de la Fundadora, poco a poco, allá en Roma, se fueron agotando las fuerzas en la lucha contra el cáncer y se fueron acabando los signos vitales de Anita, hasta que expiró con los auxilios espirituales y la declaración de enfermeros y médicos que certificaron su muerte. Con sólo dos exhalaciones su alma voló a unirse al Esposo Divino, al que tanto había esperado llevada por María Santísima, a quien amaba con toda su alma.
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Doy gracias a Dios por el regalo maravilloso que me dio de conocer a esta mujer maravillosa, con la que compartí momentos en tantas partes y etapas de mi vida y que, con su sonrisa discreta y su mirada serena, ha dejado en mi ser, muchos de los rasgos del Buen Pastor.
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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