Monición inicial:
Dios, que no cabe en el mundo entero, se ha quedado en la Hostia consagrada. Ante este gran sacramento, inclinamos nuestros cuerpos, doblamos nuestras rodillas, cantamos, adoramos... Este Dios inmenso, que en el pesebre se hizo Niño y en la cruz Víctima, en la Hostia Consagrada se hace Pan, sirviendo de antídoto contra los pecados veniales y preventivo de los mortales. Si pudiéramos dudar del amor de Jesucristo a los hombres, no tendríamos que hacer otra cosa que preguntar: —Señor, ¿qué haces aquí, en esta Custodia? Y la respuesta sería: —Estoy aquí por amor.
Canto de entrada:
«A TÍ LEVANTO MIS OJOS»
A ti, levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo;
a ti levanto mis ojos, porque espero tu misericordia.
1. Como están los ojos de los esclavos,
fijos en las manos de sus señores,
así están nuestros ojos en el Señor,
esperando su misericordia.
2. Como están los ojos de la esclava,
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos en el Señor
esperando su misericordia.
3. Misericordia, Señor, Misericordia,
que estamos saciados de burlas,
misericordia, Señor, misericordia
que estamos saciados de desprecios.
4. Nuestra alma está saciada,
del sarcasmo de los satisfechos,
nuestra alma está saciada,
del desprecio de los orgullosos.
Se hace la exposición del Santísimo como de costumbre.
Ministro: Adoremos y demos gracias en cada instante y momento,
Todos: al Santísimo Sacramento.
Padre Nuestro.
Ave María.
Gloria.
Se hace ahora la siguiente jaculatoria y se repite tres veces:
Ministro: ¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo!
Todos: ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman!
Momentos de silencio para meditar.
Lector 1: ¡Tantos siglos…! Pero el Señor no se ha marchado. El amor le trajo a la Eucaristía y el amor le sostiene. Y si Él late de amor por nosotros, nosotros debemos latir al calor del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Los amigos tendríamos que tener un corazón con alas para volar a la Eucaristía, amarle y vivir de esta savia. Adoremos, agradezcamos, amemos a Señor en la Eucaristía.
Lector 2: Rindamos nuestro cuerpo y nuestra alma en tributo de adoración por los que no le aman, por los que le odian. «No los dejaré huérfanos», dijo aquel Corazón que sabía, a la hora de entregar su Cuerpo, que se iban a cometer tantos pecados. A pesar de eso, quiso quedarse con nosotros. ¡Gracias!, te agradecemos con nuestro pequeño entendimiento este don. Queremos que nuestro corazón corresponda haciéndose como el tuyo.
Canto para meditar:
«DAME UN NUEVO CORAZÓN»
Dame un nuevo corazón,
que te ame solo a ti, Señor,
que se entregue al amor,
que se consuma en este mismo amor.
Dame un nuevo corazón,
que te busque solo a ti Señor,
que se anegue en tu caridad,
y que a todos quiera dar.
1. Un corazón humilde,
que piense primero en los demás,
que sea generoso, para sin medida dar,
un corazón que sea sencillo,
que no se ufane en lo que tu le das.
2. Que sea puro y casto,
y que a los demás me enseñe a amar,
que solo a ti te busque, atento y dócil para amar
abierto al Espíritu Santo,
que no se canse de alabar.
3. Un corazón dispuesto
hasta el martirio llegar,
y que prefiera la muerte,
antes que volver a pecar.
Momentos de silencio para meditar.
Lector 1: «Resistan firmes en la fe», estén fuertes en la fe. Este es el fallo de la hora presente: el de la fe que, en el mejor de los casos, es una fe floja, superficial, cobarde, una fe a medias a la que le falta fortaleza. Y como es floja, como es cobarde, como no es profunda, como no es de grandes convicciones, de ahí se deriva…todo lo que queramos imaginar.
Lector 2: Una vez que se quitan a la fe esas profundas convicciones, esas profundas raíces, esos profundos porqués en que la última razón de ser es la fe, cualquier circunstancia, cualquier criatura, cualquier sacrificio de ideas, cualquier sacrificio de un capricho… cualquier cosa de estas hace tambalearse y se viene todo abajo. Y esos malos testimonios están haciendo polvo la fe de nuestro pueblo. ¡Pobre pueblo cristiano, le faltan misioneros fuertes y firmes en la fe!
Lector 1: Pero aún con todo lo que haya de miseria humana, que hay que caer en la cuenta de que nuestra fe es verdadera y por eso adoramos al Señor en la Eucaristía. Así, el cristiano, el católico, el misionero, permanece firme, no se viene abajo ni ante los fracasos ni ante los malos testimonios que puedan surgir a su alrededor, porque, esto es lo que falla: la fortaleza.
Lector 2: Hoy se tiene una voluntad débil. Se evita todo tipo de esfuerzos. Para muchos solo interesan el placer, la comodidad, los caprichos, la superficialidad y el desorden. Se derrotan fácilmente antes las dificultades por falta de madurez. En algunos cristianos no se da el autodominio y no se asumen las responsabilidades de los actos. Todo eso lleva a un apartamiento progresivo de Dios, aún en las almas consagradas que no buscan fortalecerse.
Lector 1: La fortaleza es la virtud mediante la cual nos vamos haciendo capaces de soportar y vencer los obstáculos que se oponen al bien y a nuestro progreso espiritual. Se trata de hacer de las pequeñas cosas de cada día una suma de esfuerzos, de actos generosos, que pueden llegar a ser algo grande.
Momentos de silencio para meditar.
Monitor: Oremos ahora con el salmo 17 en forma resposorial (puede ser semitonado):
Salmista: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
Todos: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza,
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Todos: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
Todos: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido.
Todos: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
Momentos de silencio para meditar.
Lector 2: Si dirigimos nuestra mirada hacia la Custodia, veremos solo un poco de pan. ¡Los ojos ven un poco de pan!... ¡un poco de pan! Y sin embargo, la fe nos dice que aquí está todo Jesucristo, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Claro que esto no se demuestra con matemáticas. Tenemos que hacer un acto de fe.
Lector 1: El argumento fundamental para creer es éste: 1º: Dios es infalible. 2º: Dios lo ha revelado. 3º: Yo lo creo. Y si fallan los dos primeros, es imposible decir: «Yo creo». Los mártires ¿se hubieran dejado matar si no hubieran estado bien seguros de lo que creían? El apoyo es este: una profundidad de fe con fortaleza, un arraigo firme en la fe. Creer con la fe que hace mártires, como decía San Pablo: «Sé perfectamente de quién me he fiado” (2 Tim 1,12). Con esta fe fuerte, ¡hasta el martirio merece la pena!
Lector 2: La fortaleza llena al alma de fuerza interior, de tal modo que aprendemos a reconocer nuestras posibilidades y la situación real que nos rodea, para resistir y acometer todas las acciones que se presentan en nuestro devenir, haciendo de nuestras vidas algo noble, entero y provechoso que se entrega por Dios y por las almas. Debemos tener mucho cuidado en no quedarnos con una fe infantil, sin desarrollar. ¡No! Si tomamos nuestra vida en serio y estamos firmes en la fe, la gracia no nos faltará.
Lector 1: Es necesario desarrollar la virtud de la fortaleza. Cuando parece que se acumulan dificultades, los cobardes huyen y dejan el campo abandonado; los valientes, en cambio, se crecen en las luchas, resisten. Precisamente cuando surgen contrariedades intrínsecas o extrínsecas, y estamos azotados por vientos, hielos, nieves... que nos impiden caminar o detienen la marcha, entonces ¡sí que hace falta! para que no pasen sobre nosotros como una apisonadora que nos aplasta, sino que, con energía de carácter, con fortaleza, las superemos teniendo a Jesús Eucaristía como centro de nuestras vidas.
Lector 2: Señor, en nuestro diario vivir, cuando vemos esas dificultades grandes, debemos estar seguros de que detrás de todo estás tú, Jesús Eucaristía, ayudándonos a vencerlas. En esta Hora Santa queremos renovar el esfuerzo para ser fuertes y convencernos más y más de que la victoria se conseguirá con la gracia que viene de ti.
Lector 1: Si se desarrolla en nosotros don de la fortaleza del Espíritu Santo, ante graves conflictos del tipo que sean, como por instinto, haremos cosas difíciles con valentía y serenidad. Éste es el que llevó a los mártires, sobre todo a ciertos mártires, con serenidad al martirio; San Lorenzo, por ejemplo, o San Maximiliano Kolbe, san Jesús Méndez Montoya y tantos otros. Esto lo hace el don de fortaleza... ¡Danos, Señor, el don de fortaleza! Las grandes obras cristianas que han emprendido los grandes santos han necesitado, no sólo de la virtud de la fortaleza, sino del don de fortaleza.
Canto para meditar:
«EL SEÑOR ES MI FUERZA, MI ROCA Y SALVACIÓN»
El Señor es mi fuerza, mi roca y salvación;
el Señor es mi fuerza, mi roca y salvación.
1. Tú me guías por sendas de justicia, me enseñas la verdad.
Tú me das el valor para la lucha, sin miedo avanzaré.
2. Iluminas las sombras de mi vida, al mundo das la luz.
Aunque pase por valles de tinieblas, yo nunca temeré.
3. Yo confío el destino de mi vida al Dios de mi salud.
A los pobres enseñas el camino, su escudo eres Tú.
4. El Señor es la fuerza de su pueblo, su gran libertador.
Tú le haces vivir en confianza, seguro en tu poder.
Momentos de silencio para meditar.
Monitor: Oremos ahora a Jesús Eucaristía con estas letanías para fortalecernos en Él. Digamos después de cada súplica: «Quédate, Señor, conmigo».
Te necesito ver presente para no olvidarte, pues ya sabes con cuanta frecuencia te abandono.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Porque soy muy débil y necesito de tus alientos y de tu fortaleza para no caer tantas veces.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Porque Tú eres mi vida y sin Ti con frecuencia decaigo en el fervor.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Porque Tú eres mi luz y sin Ti estoy en tinieblas.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Para que oiga tu voz y la siga.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Para demostrarme todas tus voluntades.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Porque deseo amarte mucho y vivir siempre en tu compañía.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Porque todo mi ser te está consagrado a ti por el bautismo y Tú me perteneces.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Para que hagas de mi corazón una celda de amor de la cual nunca te alejes.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Para que te sea fiel en lo próspero y en lo adverso; en la salud y en la enfermedad.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Para que mi alma que es muy pobre, sea para Ti un lugar de consuelo, un huerto cerrado, un nido de amor.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Para que hagas que tu amor me inflame tanto que me consuman sus amorosas llamas.
Todos: «Quédate, Señor, conmigo».
Lector 1: Quédate, Señor, conmigo, porque se pasa la vida, se acerca la cuenta, la eternidad, y es preciso que redoble mis días, mis esfuerzos, que no me detenga en el camino y por eso te necesito. Se hace tarde y se viene la noche, me amenazan las tinieblas, las obscuridades, las tentaciones, las sequedades, penas, cruces, etc., y Tú me eres preciso, Jesús mío, para alentarme en esta noche de destierro, ¡Cuánta necesidad tengo de Ti!
Lector 2: Quédate, Señor, conmigo, porque en la noche de la vida y de los peligros, deseo ver tu claridad, muéstrateme y haz que te conozca como tus discípulos en el partir del pan, es decir, que la unión Eucarística sea la luz que aclare mis tinieblas, la fuerza que me sostenga y la única dicha que embriague mi corazón.
Lector 1: Quédate, Señor, conmigo, porque cuando llegue la muerte, quiero estar junto a Ti y si no realmente por medio de la Sagrada Comunión, al menos quiero tener mi alma unida a Ti por la gracia y por un abrasado amor. No te pido sentir tu adorable presencia y tus regalos divinos que no los merezco, pero tu residencia en mi por la gracia ¡oh, sí que te la pido!
Lector 2: Quédate, Señor, conmigo, pues a Ti sólo te busco, tu amor, tu intimidad, tu Corazón, tu espíritu y tu gracia. Te busco por Ti mismo porque te amo; y no te pido más recompensa que amarte con solidez, prácticamente, amarte únicamente, amarte cuanto puedo, amarte con todo mi corazón en la tierra para seguir amándote con perfección por toda la eternidad y dame el regalo de que tu Madre me acompañe para alentarme a ser fuerte y firme en la fe como ella. Amén
Canto para recibir la bendición con el Santísimo Sacramento:
«MI JESÚS SACRAMENTADO»
Mi Jesús sacramentado,
yo te adoro y te bendigo,
porque oculto en el sagrario,
has querido estar conmigo (2).
Jesús Hostia inmaculada,
inmolada por bien mío,
que mi alma sea tu morada,
amantísimo Dios mío (2).
Tú eres mi Jesús amado,
el esposo prometido,
de las almas el deseado,
eres mi Jesús querido (2).
Eres tú la flor del campo,
lirio hermoso de los valles,
y de mi alma dulce encanto,
mi Jesús Tú bien lo sabes (2).
Mientras tanto, arrodillado, el ministro inciensa el Santísimo Sacramento.
Ministro: Les diste pan del cielo. (T.P. Aleluya).
Todos: Que contiene en sí todo deleite. (T.P. Aleluya).
Ministro: Oremos. Oh Dios, que en este admirable sacramento nos dejaste el memorial de tú Pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Todos: Amén.
Bendición Eucarística.
El sacerdote o el diácono toma el paño de hombros, hace genuflexión, toma la custodia y sin decir nada, traza con el Sacramento la señal de la cruz sobre el pueblo.
Alabanzas de desagravio:
Bendito sea Dios.
Bendito sea su santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.
Canto Final:
«CAMINARÉ»
Caminaré en presencia del Señor,
Caminaré en presencia del Señor...
1. Amo al Señor porque escucha mi voz suplicante,
Porque inclina su oído hacia mí,
El día que lo invoco.
2. Me envolvían en redes de la muerte,
Caí en tristeza y en angustia,
Invoque el Nombre del Señor:
¡Señor, Salva Mi Vida!
Dos lecturas del Evangelio que se pueden intercalar en los momentos de oración: Lc. 4,1-13: «La fortaleza del Señor ante las tentaciones del demonio en el desierto». Jn. 16,33: «En el mundo tendrán tribulaciones, pero ánimo! Yo he vencido al mundo».
P. Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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