La hermana Ernestina nació con una «Gracia» muy especial: ¡Su nombre!... es que su primer nombre era este precisamente: «Gracia». Sí, Gracia Ernestina Ramírez Talonia, nació en Tequixquiac, Estado de México en 1936. Ingresó a la vida religiosa en 1955 en su amada congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento. Estudió la carrera de Contador Privado y fue maestra en la Escuela Comercial de la Universidad Femenina de Puebla, tarea que marcó el despegue de una vida religiosa dedicada, además de «las cosas del Padre», a la administración de la misma Universidad por espacio de 11 años. Después de haber terminado esta tarea asignada en Puebla, fue destinada al bello puerto de Acapulco, Guerrero, en donde se ocupó como Secretaria Regional de la Pastoral Diocesana por cuatro años, abarcando en tu tarea apostólica las ciudades de Acapulco, Chilapa y Ciudad Altamirano. Trabajando con mucho celo misionero y acompañada de un buen número de jóvenes de Van-Clar, prestó sus servicios en la promoción vocacional y en la Catequesis parroquial del puerto guerrerense.
De Acapulco pasó a Monterrey, en las tierras norteñas de Nuevo León, donde durante dos años, fungió como Secretaria del Colegio Isabel la Católica. Luego, un año estuvo en Huatabampo, en el Colegio Sonora, con esa misma tarea. De allí fue trasladada a Chiapas en donde desempeñó una muy intensa labor misionera entre nuestros queridos hermanos de las etnias de los tzotziles y tzeltales, en la Comunidad de La Florecilla, por seis años.
Siempre con un corazón misionero, al estilo de la beata Madre Inés, Ernestina, dispuesta a dejarlo todo por el Todo, continuó su vida de disponibilidad y entrega en ese mismo tipo de tareas que la obediencia le asignaba. ¡Así la conocí yo! Admirablemente organizada, puntual, cumplida y envolviendo todo su ser con una capa de generosidad que se devivía por el prójimo. En 1986, fue trasladada a Cuernavaca, a la Casa Madre, en donde se ocupó con grande amor de la misión de los niños pobres de la Colonia «Patios de la Estación», en la organización y fundación de la Asociación de ayuda «Niños de México», y en las oficinas de la Diócesis de Cuernavaca, como secretaria del señor obispo Luis Reynoso Cervantes. Concluída esta encomienda, regresó nuevamente a Monterrey por algún tiempo, y luego a Ixtlán del Río, Nayarit, la tierra natal de la beata Madre María Inés, donde sus dotes de excelente secretaria siempre abnegada y solícita, brillaron en la atención del colegio de la comunidad.
La recuerdo mucho en la siguiente etapa de su vida, en la casa de «La Villa», muy cerquita de la Basílica de Guadalupe en Ciudad de México, la última misión que le pidió el Señor. Allí nos recibía siempre con una exquisita generosidad y hospitalidad a todos los que, por una u otra razón, pasábamos por Ciudad de México por trabajo y por diversas encomiendas. No había día en que llegara, que no se desviviera en atenciones y así con todos... ¡seguro viendo a Cristo «peregrino» que buscaba la casita de Batania, para hacer un alto en el andar. ¡Cómo gozaba de ir a Misa a la Basílica y pasar largos ratos —según ella contaba— platicando con la Virgen: —¡Cuídate mucho padre! —me decía—. —¿Te hace falta algo? ¡Descansa un poquito! ¿Cómo sigues?... yo le platico de ti a la Morenita, no se me olvida. ¡Parece que escucho nuevamente a la hermana Ernestina!
Por el avance de su enfermedad, los últimos años tuvo la dicha —como ella misma lo expresaba— de vivirlos en su querida Casa Madre, en Cuenavaca. El día siete de febrero de dos mil nueve, renovó solemnemente su consagración religiosa en sus Bodas de Oro. ¡Varios fuimos testigos de ese momento hermoso! Fiel y entregada, apostólica y contemplativa, agradeció con sencillez las encomiendas que le habían sido asignadas durante tantos años en los que fue siempre disponible, comedida, cumplida, puntual, etc.
El «Año de la Fe» marcó el término de su andar en este mundo, pues por esa misma fe, Ernestina sabía que el Padre la llamaba a la Casa del Cielo. Su vida se fue apagando lentamente, dejándo un grande y fiel testimonio de amor a Dios en la obediencia. Supo aceptar una dolorsa enfermedad del higado con paciencia, pues debido a su temperamento activo, debe haberle costado mucho soportar la inactividad física hasta llegar, en sus últimos meses, a estar postrada en la cama, sin poder asistir a la Santa Misa. ¡Cómo le dolía eso y cuánto se lo ofrecía a Dios! Así la ví las últimas veces, viendo en su mirada serena la ofrenda de esto, que le dolía en lo profundo de su corazón. Se fue consumiento tranquila, aceptando, con la ecuanimidad que le caracterizaba, la limitación del habla sin poderse comunicar y con sus ojos cerrados debido a la misma situación.
El 4 de febrero de ese 2013, luego de eaa dolorosa enfermedad. Ernestina se fue apagando como una velita que se extingue. Se durmió serenamente en brazos del Señor, a quien amó y sirvió con fidelidad esponsal durante toda su vida a él consagrada.
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
No hay comentarios:
Publicar un comentario