Parece curioso hablar de alguien que ha fallecido reciente e intempestivamente y hablar de gozo por la vida. Pero, ese es el caso de la hermana María del Carmen Martínez Martínez, conocida en un campo amplísimo de apostolado y en su comunidad religiosa como «La hermana Carmelita».
Carmelita nació el 23 de diciembre de 1967 en Ipiña, Ahualulco, estado de San Luis Potosí, en México. Desde muy pequeña, vivió en la zona metropolitana de Monterrey, México; adquiriendo desde entonces el tono, la franqueza, la sencillez y la ocurrencia de la gente del norte, además de un cimentar una fe profunda en Jesús Eucaristía junto a un amor inmenso a la Sagrada Escritura. Desde jovencita destacó como entusiasta catequista, tarea apostólica que la llevó a prestar su servicio misionero como seglar con los Misioneros Servidores de la Palabra en diversos lugares del país.
Cautivada por el celo misionero y el amor a la Eucaristía de la beata María Inés Teresa, amante como ella del estudio y profundización de la Escritura, ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas en el año de 1993. en donde hizo su profesión perpetua, consagrándose a su amado Jesús para siempre, el 16 de agosto de 2002.
Incansable misionera, que traía ya ese fuego en la sangre, formó parte de varias de las comunidades de las hermanas Misioneras Clarisas en México. Estuvo en Cuernavaca, en la Casa Madre en los inicios de su vida consagrada y luego de algunos años en una tarea apostólica entre los más necesitados. También formó parte del personal de diversas casas de misión en Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas; Buenavista de Cuéllar, en el estado de Guerrero; Arandas, en Jalisco —donde fue ecónoma, consejera y superiora local.
En el año de 2007 fue enviada a la región de la Patagonia, en Argentina, donde permaneció hasta el año de 2010 cuando fue enviada a Monterrey, en donde había iniciado aquel ardor misionero que le consumía cada día de su vida en una alegre y muy organizada entrega en el colegio «Isabel la Católica» como secretaria del jardín de niños, después de la secundaria, más adelante como maestra de clases de Educación en la Fe y los dos últimos años, como Coordinadora del área de Pastoral. Allí, la hermana Carmelita no se dio tregua para sembrar el amor a la palabra de Dios en los alumnos, los maestros y los padres de familia; sin dejar de lado, su amada comunidad de Misioneras Clarisas en donde además de toda la tarea apostólica que desplegaba enamorando a los niños y adolescentes de la Biblia, enseñándoles a saborearla; tenía un grupo de hermanas religiosas a quienes una vez a la semana impartía un curso de profundización de la Sagrada Escritura, con un programa elaborado por ella que envidiaría cualquier maestro de seminario o universidad católica. Tenía un gran celo apostólico, al estilo de la «Nueva Evangelización» que se nos pide, siempre animosa para empezar de nuevo y ser mejor cada vez. curiosamente los últimos días de su paso por este mundo, se le veía —aseguran sus hermanas de comunidad— con un semblante alegre diciendo que estaba teniendo un encuentro profundo con el Señor y su Palabra. No perdía oportunidad para hablar a quien fuera de la Santísima Virgen y estaba tan familiarizada con ella, que aun en momentos de convivencia fraterna, como a la hora de tomar los alimentos, de camino al colegio, etc. lo hacía porque le brotaba de manera espontánea.
Siempre serena, no sabía decir que no cuando se le pedía un favor o veía la necesidad de colaborar en algo, fuera asunto de su comunidad religiosa como del colegio, ya se tratara de alguna manualidad o de poner algún bailable regional, preparar algún material vocacional, dar un tema, hablar en la radio o simplemente acompañar a alguien. Le gustaba tejer desde jovencita, hacía zapatitos para dormir y otras prendas que repartía a las hermanas y decía: «¡por si llego a viejita, así me voy a entretener tejiendo y ayudando con eso!». ¡Qué cosas! El Señor sabía que no llegaría y por eso le adelantó la tarea en sus ratitos libres que, en realidad, eran pocos. ¡Cómo recuerdo su entusiasmo ayudándonos de forma muy directa a la hermana Silvia Burnes y a mí en todo el proceso del estudio y análisis del «presunto milagro» de Hugo atribuido a la intercesión de Nuestra Madre la beata María Inés. Ella nos creó el grupo de whatsapp, nos agendaba las citas, nos acompañó a varios de los lugares y animó tanto a Hugo como a todas las demás personas involucradas en todo esto. ¡Carmelita: se que nos estás echando una manita desde donde estás!
El pasado 6 de julio, la hermana Carmelita fue intervenida en una rodilla —le practicaron una artroscopia— por lo cual le mandaron, como es natural, unos días en reposo para recuperarse en el convento. Unos cuantos días después, mientras iba recuperando poco a poco el movimiento, el sábado 15, una de las religiosas le llevó el desayunó a su cuarto y, cuando cuarenta y cinco minutos después, otra hermana llegó a su habitación para acompañarla y retirar la charola, la encontró sin vida en el suelo. Un infarto fulminante dio fin a su tarea aquí en la tierra antes de que cumpliera sus 50 años de edad.
Llena de vida y profundamente enamorada de Cristo, con quien se había desposado, la hermana Carmelita ahora ha sido llamada a la Casa del Padre para tener esa vida en abundancia que su amado Jesús le había prometido desde tiempo atrás: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10,10).
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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