martes, 25 de julio de 2017

«EL DÍA DEL SEÑOR»... Orígenes y evolución del domingo


INTRODUCCIÓN.

El domingo, desde el punto de vista histórico, es la primera fiesta cristiana y además, durante mucho tiempo, fue la única fiesta que se celebraba. Los primeros cristianos comenzaron a celebrar el domingo como día especial, pues ya en la primera carta a los Corintios se nos habla del domingo (16,1), al igual que en los Hechos (20,27), la Didaché (14,1) y el Apocalipsis (1,10).


I. NOMENCLATURA.

El domingo fue designado primeramente como «el día primero de la semana» o «día siguiente al «sábado»; «día octavo», «día primero», «día del sol» y «día del Señor».

El día del Señor comporta la idea de que Jesús, por su Resurrección, ha sido constituido Señor de vivos y muertos, que volverá al final de los tiempos a juzgar y que su reino no tendrá fin. Este es uno de los temas principales que contenía el primer anuncio (kerigma) que daban los primeros creyentes. Se refiere al día que hizo el Señor, día de alegría y de gozo, referido, claro está, a la resurrección.

El domingo, como día primero, significa el día en que Cristo, por su resurrección, que aconteció el primer día de la semana, inaugura una nueva creación, superior a la primera. En este sentido lo entenderán algunos escritores eclesiásticos posteriores, como Clemente de Alejandría, Eusebio de Cesarea; el Pseudo Eusebio de Alejandría y otros. Hay, pues, una aproximación entre la primera creación del Génesis y la nueva creación que ha realizado la resurrección de Cristo. Como día octavo, el domingo es el día que recuerda el bautismo, en cuanto realidad que nos salva y como nueva circuncisión que suplanta a la circuncisión judía, que se celebraba el octavo día, y, sobre todo, el anuncio del día que no tendrá fin, con un sentido escatológico. De todas maneras, esta variada terminología expresa una realidad fundamental: el domingo es el día que celebra el misterio de la resurrección del Señor. 


II. LOS ORÍGENES.

Es indiscutible que el significado y el origen del domingo tienen como trasfondo el conjunto de hechos y tradiciones que forman la Pascua: Resurrección de Cristo victorioso, y las apariciones a los suyos. Esa es la causa que explica la conexión que establecen muchos testimonios antiguos entre la celebración dominical cristiana y el gran suceso pascual, el nexo entre la Pascua de Cristo y el domingo cristiano, y el carácter alegre y festivo del primitivo domingo, que siempre tuvo un tinte de esperanza en la resurrección.

La constitución Sacrosanctum Concilium, el Concilio Vaticano II, resume muy bien el origen y el significado pascual del domingo: «La Iglesia celebra el misterio pascual en virtud de una tradición apostólica que se remonta el mismo día de la Resurrección de Cristo, cada ocho días. A este día se le llama con razón el día del Señor o domingo» . Es innegable que la Iglesia, celebrando la resurrección y las apariciones del Resucitado la tarde de Pascua y ocho días después, iluminada por la luz del Espíritu Santo, «desde entonces, nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual... celebrando la Eucaristía, en la cual se hacen de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su muerte» .


III. ELEMENTOS ESPECÍFICOS DEL DOMINGO.

La celebración Eucarística, en definitiva, es el eje dominical. En ella el Resucitado se hace presente entre sus hermanos en la fe y éstos se encuentran con él a nivel sacramental. De este modo aparece que la resurrección no sólo ha dado origen y fisonomía al domingo sino que ha estado también, desde el principio, en el corazón de la celebración dominical.

Esta presencia de Jesús resucitado, a la vez que alegra a la comunidad reunida en su nombre y sintiéndolo muy cercano, aumenta la esperanza de volver a verlo, originando así una vivísima tensión escatológica, resultante de unir la presencia de Cristo resucitado en la celebración de la santa Misa con su última y definitiva venida, esperada ardientemente, como se desprende de las palabras dichas en la misma Celebración Eucarística: «Ven, Señor Jesús». El Resucitado, cada domingo en que se celebra la Eucaristía y por supuesto todos los días en cada celebración de la Misa, no sólo se hace presente, sino que se entrega como «pan de vida» o «antídoto para no morir», como dice san Ignacio de Antioquía, convirtiéndose así en prenda y anticipo de la resurrección de los cristianos.

Dentro de este marco, el domingo incluyó la lectura de la Palabra de Dios. Mientras vivieron los Apóstoles, su voz resonaba en la asambleas eucarísticas, como atestigua el relato de Tróade (Hch 20,7-12); más tarde, comenzaron a leerse sus escritos y todos los demás de Antiguo y del Nuevo Testamento. La Palabra de Dios incluía un comentario actualizado, es decir, lo que ahora conocemos como la homilía. La liturgia de la Palabra tuvo tanta importancia, que pronto vino a ser inconcebible una celebración dominical en la que no se partiese a la vez el pan de la Palabra y el pan Eucarístico.

La celebración de la Eucaristía trajo consigo la inclusión de un tercer elemento dentro de la primitiva estructura del domingo, el «reunirse en común para participar en la Eucaristía». En torno a la presencia del Señor en la Eucaristía, los cristianos se expresaban mutuamente los vínculos de fraternidad, surgidos del bautismo, por el perdón de las ofensas, el ósculo de la paz y la limosna. Esto era tan importante, que la ausencia de un cristiano de la celebración se consideraba como signo de la quiebra inicial o definitiva de la nueva vida que en él había inaugurado el bautismo.

Hay otro elemento o aspecto que es importante tocar. El descanso del domingo. La celebración primitiva del domingo no exigió ni incluyó el descanso laboral, ni siquiera en el ambiente jerosolimitano (de Jerusalén o relativo a esta ciudad israelí), donde parece que coexistieron durante algún tiempo la celebración sabática y la dominical. Desde el inicio, la minoría cristiana, sobre todo en la gentilidad, los cristianos tenían que aceptar y compartir unas estructuras sociales y civiles en las cuales el domingo era un día laboral. Incluso ese contexto podía explicar que las reuniones para celebrar la Eucaristía tuvieran lugar el atardecer del sábado o el domingo muy de mañana o por la noche. El descanso dominical no entró en la praxis cristiana hasta que Constantino lo impuso como obligatorio dentro del imperio.

Cabe mencionar que en aquellos primeros tiempos no era una obligación moral tomar parte en la Eucaristía, pero la comunidad de creyentes se sentía urgida a hacerlo y los fieles superaban con su fervor las dificultades que surgían del carácter laboral del domingo y de otras circunstancias, a veces no sólo adversas, sino hostiles. Gracias a esa participación, verdaderamente piadosa y consciente, su vida se convertía en un claro y atrayente testimonio cristiano.


IV. EVOLUCIÓN DEL DOMINGO.

A partir del siglo IV, el domingo experimenta una importante evolución, gracias a la ley del descanso, el desarrollo del año litúrgico, el entibiamiento del fervor primitivo y la sobrevaloración de las fiestas de los santos.

A partir del 3 de marzo del aó 321, el emperador Constantino impuso la obligación de descansar el domingo. No podemos definir las causas y motivaciones que provocaron esto sino en relación con el Domingo de Resurrección. Los emperadores que lo siguieron fueron haciendo lo mismo y añadiendo a la lista cosas que no se podían hacer el domingo, como la prohibición de juegos y espectáculos en domingo, por respeto al culto divino. Así, se fue favoreciendo la concurrencia en la liturgia dominical y la participación en los actos de caridad de la Iglesia. La Iglesia fue pidiendo a los fieles, de manera oficial, que honraran el domingo absteniéndose del trabajo, en cuanto fuera posible.

En los siglos V y VI el año litúrgico sufrió un fuerte desarrollo. Se organizaron la Cuaresma, el Tiempo Pascual, la Navidad-Epifanía y el Adviento. Se aumentó el número de santos en el calendario y se introdujeron las primeras fiestas marianas. Todo esto trajo consigo un cambio significativo respecto al domingo; de tal modo que no tardó en oscurecerse su carácter de día de la resurrección, siendo necesario muy pronto un esfuerzo de reflexión para redescubrirlo.

San Ignacio de Antioquía dice que no faltaba un cierto número de cristianos tibios o indolentes, que celebraban sin fervor el domingo y no participaban en la Santa Misa. Este grupo aumentó mucho cuando masas enteras se convirtieron al cristianismo después de la paz de Constantino sin la preparación evangelizadora deseable. Los Padres empezaron a hablar del peligro de condenación a que se exponían quienes faltaban frecuentemente a la Eucaristía dominical. De entre los Padres, es Máximo de Turín (a. 408-423), el primero que considera la ausencia a la Eucaristía dominical como una ofensa a Dios, pues supone un desprecio a la invitación de Cristo. San Cesáreo de Arlés (a. 542) es el primero que dice expresamente que es «pecado grave contra Dios» faltar a la misa dominical. Es en el concilio de Agda (a. 506) cuando se sanciona explícitamente la obligación grave de participar en la misa del domingo.

Hacia el siglo IX se exigía que la participación en la misa dominical fuera en la propia parroquia, pero luego eso se descartó y se abrogó completamente por el Papa Clemente VIII. Pero se siguió insistiendo en la obligación grave de oír misa entera todos y cada uno de los domingos.

Respecto al santoral, podemos decir que la dinámica interna de la Iglesia y del mismo año litúrgico provocaron el crecimiento de la celebración de los santos. Pero al no valorarse bien durante la Edad Media la primacía del misterio de Cristo, el domingo fue desplazado con frecuencia por la celebración de un santo o por otra celebración votiva.

A partir del siglo XVII se inicia una situación tan grave, que el oficio dominical estaba casi abolido en tiempos de san Pío X. Este Papa dio medidas muy restrictivas sobre la celebración de fiestas en domingo. Tenían carácter provisional, pues pretendía realizar una reforma más amplia; reforma que no pudo ultimar por falta de tiempo.


A MANERA DE CONCLUSIÓN.

La Iglesia celebrando el día de la resurrección de Cristo, empezó a celebrar el Misterio Pascual cada ocho días, en el día llamado con razón «Día del Señor» o domingo. En este día los fieles se reunían a escuchar la Palabra y a compartir la Eucaristía, recordando la pasión, la resurrección y la gloria del Señor que se hace nuevamente presente cada vez que se celebra la Eucaristía.

Los primeros cristianos hicieron de este día, su reunión y culto; era el día consagrado por la resurrección del Señor, día de liberación total, obtenida por el sacrificio del calvario. Lo principal del domingo era y sigue siendo la reunión de los hermanos para celebrar la Cena del Señor.

Con el paso de los años, la celebración del domingo ha tenido sus altibajos. 


PREGUNTAS PARA PROFUNDIZAR EN EL TEMA:

1. ¿Qué significado tenía el domingo para los primeros cristianos?
2. ¿Cómo vives tú el domingo, como día del Señor?
3. ¿Por qué hubo un tiempo en que fue viniendo a menos la celebración del domingo?
4. ¿Se puede decir que hoy vivimos el domingo como los primeros cristianos?
5. ¿Cuáles sería las características de un domingo como «día del Señor»?

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

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