lunes, 10 de julio de 2017

EL SEMINARIO... centro formativo de discípulos-misioneros que serán pastores


La Iglesia ha demostrado siempre una especial estima y cuidado materno por la formación de los futuros sacerdotes. Como madre y maestra, es consciente del valor sublime de la vocación de estos jóvenes que han respondido al llamado de Cristo. Y es que la vocación sacerdotal, supone una estima muy especial de Cristo, que los ha invitado a participar de su sacerdocio y de su misión para servir en, y desde una Iglesia particular, en una misión no limitada ni restringida, sino universal y amplísima, de salvación hasta los últimos confines de la tierra (Hch 1,8). Los futuros sacerdotes, son jóvenes que llevan atravesada en el corazón «la solicitud por todas las Iglesias» (PO 10).

La misión sacerdotal, abarca «toda la diócesis y to la Iglesia» (LG 28), así que, en cada comunidad eclesial, los sacerdotes «hacen visible a la Iglesia Universal» (LG 28). Estos sacerdotes, con corazón universal y con el deseo de «instaurar todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10) se forman en los seminarios diocesanos y religiosos, en los que donde se va fraguando la fisonomía del que ha sido llamado, esa fisonomía que es propia del apóstol, en la caridad del Buen Pastor. Allí, en los seminarios y casas de formación, se van forjando los verdaderos pastores de almas a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, y se preparan para el ministerio de enseñar, santificar y regir el pueblo de Dios. Allí, en los seminarios, los alumnos se van llenando de un espíritu universal que los capacita para superar las fronteras de la propia diócesis, nación o rito, disponiéndose a ayudar a las demás diócesis con un corazón magnánimo y poniéndose al corriente de las necesidades de la Iglesia Universal. 

Por eso, la formación de cada joven en cualquier Seminario o casa de formación religiosa, es una obra de trascendencia importantísima, porque ahí se preparan los futuros evangelizadores de tiempo completo de la Iglesia, para el mundo. Las cuatro áreas básicas de formación: espiritual, académica, comunitaria y apostólica, van encaminadas a formar en cada uno al apóstol que es «olor de Cristo» (2 Cor 2,15) para anunciar una Palabra que ya ha sido vivida.

En su formación, los jóvenes aspirantes al sacerdocio, no deben descuidar ninguna de estas áreas, aunque sabemos que merece un cultivo más intenso el campo de la formación espiritual, por ser la más difícil de llevar. Hay que recordar que  los sacerdotes están llamados a ser «Instrumentos vivos de Cristo Sacerdote» (PO 12) y sin Él, nada podrán hacer (cf. Jn 15,5). Los seminaristas deben luchar día a día, por un continuo perfeccionamiento espiritual, porque el anuncio del mensaje evangélico, no es la proclamación de una doctrina o reflexión humana más o menos teórica, sino la proclamación de la Palabra de Dios que ya se ha hecho vida. Por eso los apóstoles son llamados «los amigos del Esposo» (Mt 9,15).

La formación sacerdotal es muy compleja. En primer lugar, porque cada uno tiene su propia historia. En segundo lugar, porque la configuración en Cristo es un movimiento mucho más interior que exterior. En otras palabras, se requiere fuerza de voluntad, convicción, carácter y, sobre todo, fe. La mayor parte de este proceso depende de la disposición candidato para adecuarse al «molde» al que llamamos Cristo. Cristo es el Maestro, el Pastor, el Misionero y el modelo supremo a quien el sacerdote ha de seguir, y esto solamente se puede hacer si se tiene un trato familiar con Él desde el tiempo de la formación. (cf. OT 8). »Ustedes darán testimonio, porque desde el principio están conmigo (Jn 1 5, 27 ) .

Vivir el trato familiar con el Señor, desde el tiempo de la formación, es seguir su ejemplo, profundizar en su persona y misterio, reflexionar sobre los acontecimientos de la vida a la luz del Evangelio, entrar vivencialmente en los planes salvíficos de Dios sobre los hombres.Vivir el trato familiar con Él, es estar siempre al día, unidos al magisterio vivo de la Iglesia, es ponerse en las manos de Dios incondicionalmente, es no tener miedo a Dios que viene e incomoda en la vida sacando al joven aspirante al sacerdocio de su situación de confort, es comprometerse a decir el Padre Nuestro con la fuerza del Espíritu...(cf. PO 13).

Otra área muy importante en el proceso formativo en los seminarios, es la formación académica, que no se debe descuidar. La formación académica es eminentemente apostólica y pastoral. Se orienta hacia la historia de salvación, es decir, hacia los planes de salvación (dimensión teológico-salvífica); hacia el misterio redentor de Cristo (dimensión cristológica); hacia la consagración y misión en el Espíritu (dimensión pneumato1ógica); hacia el misterio de la Iglesia, que es de comunión y participación en la Misión (dimensión eclesial); hacia el hombre concreto y la humanidad entera (dimensión antropológica), hacia la restauración de todas las cosas en Cristo (dimensión escatológica); hacia una actitud contemplativa que prepara para la acción (dimensión espiritual) (cf. PO 4 Y 13; LG 41). 

La formación académica de los futuros pastores de la Iglesia, debe ser,  entonces, muy completa, por eso los jóvenes llamados deben esforzarse por adquirir una cultura sólida, sabia y abierta al mundo de hoy, recordando que se forman para ser Maestros del Pueblo de Dios que «hacen crecer y edifican el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia» (PO 12).

El área de Vida Comunitaria, va haciendo a los jóvenes candidatos «hermanos entre hermanos» en la oración en común, en el deporte y los juegos, en los equipos de trabajo y estudio, en las comidas, etc. La comunión entre los miembros de la comunidad formativa, es un signo de la presencia de Cristo que los invita a ser misioneros allí y siempre. Ya he recordado que la Iglesia Universal se manifiesta en las Iglesias particulares, y que la labor misionera es de toda la Iglesia, pues hay que poner los pies en la tierra y darse cuenta de que en la vida comunitaria también se encuentra una tierra de misión. En la comunidad formativa todos necesitan ser evangelizados y todos deben ser evangelizadores con los medios actuales. «Hoy los jóvenes han nacido digitales... debemos aprender a comunicarnos en forma veloz y breve», comentaba monseñor Jorge Carlos Patrón Wong, arzobispo mexicano y secretario para los Seminarios de la Sagrada Congregación para el Clero en una ocasión. El verdadero reto —continuaba diciendo el obispo— no es cómo usar las redes sociales sino cómo estar en las redes sociales testimoniando el Evangelio (Domingo, 23 de noviembre de 2014).

Hay que aprender a utilizar, en la vida comunitaria, todos los medios y las redes sociales dando un constante testimonio de fidelidad a Aquel que los llamó y son animadores de la vida común con su entrega y generosidad. Sin la participación activa del mayor interesado en la vocación, no hay manera de poder dar el formato deseado. Los contenidos de valores del Evangelio deben ser transmitidos a los jóvenes a través de los medios que los jóvenes de hoy saben manejar, conservando su identidad vocacional. El seminarista tiene que aprender, a través de los medios de comunicación, a tener una experiencia de encuentro con sus hermanos, porque son maneras muy directas de comunicarse.

En el propio seminario y en todo momento, el Señor invita a que como misioneros creen la imagen de la Iglesia Universal con signos permanentes de evangelización. Esto es lo que se llama «Animación misionera», hacer que la comunidad formativa, comunidad en las relaciones fraternas, viva verdaderamente la espiritualidad y responsabilidad misionera universal. Santa Teresita del Niño Jesús, la Doctora de la Iglesia que es patrona de las misiones, jamás salió de su convento, pero resolvió estar siempre al pié de la cruz para recibir el rocío de la salvación y llevarlo a todo el mundo. El seminarista debe tener conciencia de su ser de discípulo-misionero que comparte y re-estrena su vocación con entusiasmo de seguir a Cristo, con los de fuera, pero también con los de dentro de casa. desde aquí. (cf. AG 37). En el seminario o casa de formación ha de vivirse, en comunidad, la dimensión misericordiosa y misionera de la Iglesia como cuerpo, pueblo, reino y sacramento (Cf. LG 11). El tiempo en el seminario es un tiempo esencialmente de prueba. Cada dificultad, cada reto, cada tristeza debe servir de lección para que un día el sacerdote también se identifique con la miseria de los demás. En la memoria del seminarista siempre quedará el abrazo de misericordia que Dios le dio en una situación difícil. Este es el abrazo que el sacerdote tendrá que ofrecer al mundo.

Viene luego el área apostólica. De Jesús misionero el joven en formación aprende a amar y a servir al prójimo a su estilo, al estilo de Cristo. De él busca imitar el ser generoso para con todos. En él se inspira para buscar momentos de solidaridad con quien sufre, con quien tiene necesidad del mismo Dios. 

Al mismo tiempo que los jóvenes seminaristas se van formando, en esta área apostólica prestan un servicio para hacer misionera a toda la comunidad eclesial. El estar con Cristo queda íntimamente relacionado con el «ser enviados a predicar» (Mc 3,14) como «instrumentos vivos» (PO 3 y 12) del Señor.

Nuestra sociedad globalizada, por sus especiales características, necesita ver y encontrar personalmente testigos vivenciales de la presencia de Dios. En sus apostolados, los seminaristas son misioneros, y han de presentar la experiencia de haber encontrado a este «Dios con nosotros» (Emmanuel) en esta época que aparentemente es sólo silencio y ausencia de Dios. Si los futuros sacerdotes no pueden presentar su propia experiencia de Cristo, van a decepcionar a muchas personas de buena voluntad que buscan a Dios, y esa experiencia no es conquista psicológica, ni presentación de un showman de última moda, es encuentro con Cristo resucitado presente que nos hace ser auténticos y transparentes.

En su vida apostólica, los formandos prestan un servicio profético que requiere un testimonio de vida (PO 4), un servicio cultual, haciendo conscientes a los fieles de su sacerdocio bautismal, que es inmolación de Cristo para la vida del mundo (cf. PO 5), y prestan también el servicio de construir la comunidad según el mandato del amor en los diversos grupos apostólicos, comunidades y parroquias, que se convierten en principio activo de unidad y misionariedad (LG 23; PO 6 y 9). Con todo esto, contribuyen a la misión de reunir a la familia de Dios para formarla y edificarla con sentido misional que invite a otros a seguir el camino hacia Cristo y su Iglesia (cf. PO 6). Esto deben vivirlo todos, pero en especial, los que se encuentran en los últimos años de formación y ya han recibido los ministerios del lectorado y el acolitado, como candidatos al sacerdocio, y todos aquellos que ya han sido ordenados diáconos. 

En especial ellos, los diáconos, tienen que dar ejemplo de ser misioneros. Su ministerio diaconal se encuadra analógicamente en el ministerio sacerdotal, precisamente por tratarse del primer grado del sacramento del orden. Su dimensión misionera está en la linea del presbítero y del obispo. Su servicio peculiar de la palabra, de la eucaristía, de la caridad y de la organización eclesial, etc., tiene la característica de la gracia sacramental; en esto se diferencia de los ministros acólitos y lectores, que también están llamados a desempeñar sus funciones con dimensión misionera. Los demás, que no son todavía ministros, deben recordar que la vocación laical es estrictamente misionera y que deben ser pregoneros de la fe.

Como vemos, todo seminarista tiene una tarea misionera muy amplia dentro y fuera del seminario o casa de formación religiosa, construir una Iglesia como Cristo la quiere, y además, tan atrayente, que todos quieran formar parte de ella. La Iglesia confía en los futuros sacerdotes y espera mucho de todos los que habiendo escuchado al Señor, lo han querido seguir de cerca para recibir el don del sacerdocio. 

Pidámosle a la Santísima Virgen María, que todos los jóvenes que se encuentran en etapa de formación como candidatos a ser sacerdotes, sientan la necesidad del compromiso misionero. Que mantengan siempre vivo un intenso espíritu misionero.

Vendría bien leer y meditar el himno de la Caridad y los ministerios para servir que aparecen en la Primera Carta a los Corintios (1 Cor 13,4ss; 1 Cor 12,11-13). 

P. Alfredo L. Delgado, M.C.I.U.

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