lunes, 10 de julio de 2017

«Hermana Lidus»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo IX.

La Hermana Liduvina Ruelas Rosas, nació el 25 de agosto del año 1928 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, México. Realizó sus estudios de Contabilidad en la misma ciudad, antes de ingresar al Convento en 1958 recibiendo el nombre de Liduvina de Jesús. Ella misma —con la simpatía y sencillez que la caracterizaba— nos contaba desde que la conocí por allá afines de los 70s: —Yo ingresé ya grande, porque cuidé a mi mamá y cuando Dios la recogió, me fui al Convento, quería entregarme a nuestro Señor desde hacia años. La recibió la beata Madre Inés, y algunas de las hermanas, que fueron sus contemporáneas, contaban también, de forma simpática, que creían que era viuda, pues llegó guardando luto.

La mayor parte de su vida religiosa, la vivió conjugando el gozo de su consagración con su servicio como como Secretaria y Ecónoma, especialmente en el Colegio Isabel la Católica, de Monterrey, Nuevo León, en donde pasó una larga trayectoria de diecinueve años, de 1960 a 1979. Allí mismo fue maestra de religión, dibujo y mecanografía en la secundaria y después se dedicó de lleno a la secretaría de alguno de los sectores del colegio. ¡Muchas exalumnas de aquellos años la recuerdan con gran cariño! Era una religiosa muy simpática, con apertura y buen trato tanto con alumnos como con maestros y padres de familia, aemás de amigos y bienhechores. Mi madre y mucha gente que la trató la recuerda con especial cariño recordándola siempre como una mujer humilde, muy femenina y muy religiosa a la vez. 

De 1979 a 1981 fue enviada a la casa de Guadalajara, ocupándose de la economía de la comunidad religiosa y de la residencia universitaria que en aquel entonces se tenía en el lugar que ahora es «La Casa del Tesoro» en donde residen nuestras hermanas enfermas y ancianas necesitadas de atención especial. Estuvo también un corto tiempo con esa misma ocupación en Huatabampo, Sonora para regresar a Monterrey nuevamente a su querido colegio Isabel la Católica por algunos años. Tal vez del carácter regio había adoptado el hablar con franqueza y sin rodeos pero con una gran sencillez. Ella misma decía: —de repente meto el pie. Y trataba siempre de superar sus actitudes, con humildad y nobleza de ánimo.

El año de 1995 marcó un cambio radical en su vida apostólica y misionera, pues fue transferida a la casa misión de Acapulco, Guerrero en donde desempeñó un apostolado de catequesis y formación de laicos. Se entregó como pudo a preparar jóvenes para recibir los sacramentos de la iniciación y para el matrimonio.

¡Luego de muchos años, ahí en Acapulco volvimos a coincidir en diversas ocasiones! Era la misma sonriente y simpática «Hermana Lidus» (así le decíamos) de siempre, pero muy deteriorada y ya bastante mal de sus piernas, que le impedían moverse con facilidad. Era común escucharle decir: —¡Ayúdame «chiquita», o échame una manita «chiquito» para poder pararme. 

El 11 de diciembre de 2001, la hermana Lidus dejó Acapulco e inició su vida, como enferma, en la «La Casa del Tesoro» de Guadalajara, a donde llegó ya en silla de ruedas, pues padecía de artritis reumatoide y arritmia, ocasionada por un soplo en el corazón.

Las hermanas Misioneras Clarisas que convivieron con ella durante todos estos años en las diversas comunidades, afirman que nunca se le escuchaban comentarios negativos, ni el hablar mal de nadie. La recuerdan como una persona de trato muy sencillo, alegre, y esforzado en la generosidad. En sus notas personales, se encontró escrito: «Quiero mucho a mi Instituto, y lo defendería a capa y espada… aunque mi imprudencia me lleva a veces a cometer algún error, sin querer…». Su franqueza infundía simpatía y nobleza en su persona. 

¡Qué bonita es la vida cuando se vive de una manera sencilla el las grandes o pequeñas cosas de cada día! Allí es donde se forja el corazón del discípulo-misionero hasta que el Señor, el dueño de la vida llega a nuestro encuentro para invitarnos a entrar en la Casa del Padre. La hermana Liduvina celebró sus Bodas de Oro el 24 de julio de 2010 en Guadalajara, ya muy enferma. Allí continuó ofreciendo al Señor su vida oculta y silenciosa. El 12 de enero de 2013, mientras estaba internada en un Hospital de Guadalajara, se durmió en la paz de Dios para volar a los brazos del Esposo Divino. 

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

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