Originaria de la «Incomparable Buenavista de Cuellar» (Así llamó a su también lugar e origen la Madre Teresa Botello) Guerrreo, Emma Velasco Ocampo ingresó en la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento en 1963 y transcurrió la mayor parte de su vida religiosa en el campo de la pastoral parroquial, especialmente en la evangelización de la familia y en la dimensión de la Liturgia, especialmente como Ministro Extraordinario e la Comunión Eucarística y visitando a los enfermos a quienes siempre procuraba con gran solicitud y aprecio.
Conocí a la hermana Emma allá por los años 80s cuando era yo un seminarista estudiante de filosofía. La recuerdo siempre como una mujer muy apostólica, franca, espontánea y sencilla, con una simpatía muy particular y una voz que siempre puso a disposición de nuestro Señor en el Coro de la comunidad, incluso hasta sus últimos años de vida. Las hermanas que convivieron con ella en las distintas casas de las Misioneras Clarisas, dicen que fue una persona muy recta, en quien siempre se podía confiar. Mujer de carácter fuerte y muy decidido, con la nobleza que la vida consagrada va imprimiendo y sensible a las necesidades de los demás, no se detenía ante las adversidades y sopresas que la vida apostólica suele presentar.
Agradeciendo siempre el don de su fuerte y melodiosa voz, siempre puso generosamente al servicio de la comunidad religiosa y en sus actividades apostólicas, como he dicho ya, este talento que supo desarrollar junto con la declamación. Le gustaba alegrar los diversos momentos de la vida comunitaria y apostólica con cantos muy particulares, porque además era un poco compositora, ya que, en ocasión de los cumpleaños de las hermanas, añadía a las mañanitas algunos versos compuestos por ella misma o aprendidos desde su niñez.
Siempre gozosa de su consagración, casi nunca se eximía de los actos comunes en la capilla o el comedor, y ya con una edad bastante avanzada y un problema cardiaco que siempre estuvo latente, siguió siendo miembro activo del coro, asistiendo muy puntual —por no decir la primera—a los ensayos, en los cuales participaba siempre con su incansable entusiasmo, enseñando a las pequeñas y animando a las mayores, siendo siempre obediente y dócil hacia las hermanas que dirigían el Coro. El gran testimonio de amor y fidelidad hasta el final, edificó y animó en todo momento a las que integraban el coro.
En sus largos años de vida religiosa, estuvo en diversas casas de la conregación. En 1966 fue enviada a California, U.S.A. por seis meses. En ese mismo año fue destinada a Roma, Italia, para colaborar con las hermanas que atendían una Clínica. En 1970 tuvo cambio a Madrid, España, donde permaneció solo seis meses; de ahí pasó a Pamplona, en donde estuvo hasta 1973, año en que regresó a México, en ocasión de la emisión de sus votos perpetuos, que celebró en su ciudad natal acompañada de su familia y de las hermanas. En 1974 se dedicó un año, en Arandas, Jalisco, a la pastoral litúrgica y a dar clases de cocina. Regresó a la Casa Madre en 1975, para ocuparse de algunas misiones populares. Después pasó a Guadalajara, Jalisco, de 1976 a 1981, fecha en la que tuvo un nuevo cambio a Arandas para trabajar en la pastoral vocacional hasta 1983. Allí en Arandas, muchísimas personas recuerdan con gran cariño la entrega generosa y desinteresada de esta gran misionera.
En 1991 fue nombrada superiora de la casa de Arandas durante unos meses, luego pasó a ser allí mismo, de 1992 al 2000 vicaria local, al mismo tiempo trabajaba como agente de pastoral litúrgica y en la pastoral social distribuyendo despensas a los más pobres y necesitados del lugar. Fue asesora de Van-Clar, y trabajó esforzadamente organizando bazares y otras actividades, ayudada por jóvenes voluntarios dede 1996 hasta el año 2004.
Su salud, como es lógico en una vida que se desgasta por Cristo, fue decayendo, y tuvo que ser trasladada a la Casa Madre, en Cuernavaca, ya en un plan de descanso y asistencia médica, debido a un problema cardiaco. En esa casa será siempre será recordada por su labor callada en los trabajos más humildes, que a las veces son de primera necesidad, pues con un grupo de hermanas mayores, puntual y diariamente llegaba a doblar servilletas, limpiar frijol, arroz, etc., siempre buscando la forma de servir dentro de sus limitaciones físicas. Era un trabajo que Emma hacía con gusto, pues un alma enamorada de la Santísima Virgen, como ella, sabía el alcance de las tareas de Nazareth. Allí, en la cocina, en la lavandería, en los pasillos de casa, fue siempre una fiel promotora del Santo Rosario.
En el año 2015 recibió su cambio a Guadalajara, a «La Casa del Tesoro», en donde la Superiora de esta comunidad compartió el siguiente testimonio: «La Hermana Emma fue muy querida por la comunidad, muchas de nosotras la recordamos muy agradecidas por su testimonio de fidelidad y gran espíritu misionero que vivió siempre; cómo no recordar su sencillez y bondad en el trato para con todas las personas, su amor a María Santísima, su sentido del humor y su humildad. Vivió su voto de pobreza, sí en lo material, pero sobre todo en su apertura y disponibilidad a hacer siempre la Voluntad de Dios en la obediencia». El 20 de agosto de 2016, celebró con inmensa gratitud sus solemnes Bodas de Oro y de ahí en adelante, su salud fue mimando. Ya desde que estaba en España había sido diagnosticada con un serio problema cardiaco, que gracias a Dios fue controlado hasta que se tuvo necesidad de cambiarle el marcapaso que le habían instalado, después de lo cual fue notorio en ella el deterioro de sus padecimientos —algunos ya crónicos—, pero se mantenía en pie con normalidad y contando en todo momento con el cariño y apoyo de las hermanas enfermeras.
El 14 de marzo de 2017, estuvo presente en la Santa Misa y luego en el rezo de Laudes, así como en el desayuno. Como a a las once de la mañana se sintió mal. Inmediatamente se llamó a su doctora y fue asistida por un sacerdote que le administró la Unción de los Enfermos y le dio la absolución. Así terminó su paso por este mundo y entregó su alma al Señor, después de haber cumplido silenciosa y fielmente la voluntad de Dios, a quien amó generosamente entregándole toda su vida.
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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