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Él, en la Regla de vida que hizo para sus monjes, se refiere a la vida monástica como «escuela del servicio del Señor» (Prol. 45) y pide a sus monjes que «nada se anteponga a la Obra de Dios» (43, 3), es decir, al Oficio divino o Liturgia de las Horas. Sin embargo, subraya que la oración es, en primer lugar, un acto de escucha (Prol. 9-11), que después debe traducirse en la acción concreta. «El Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos», afirma (Prol. 35). Su gran amor y su fuerza fueron la Santa Cruz con la que hizo muchos milagros. Fue un poderoso exorcista. Este don para someter a los espíritus malignos lo ejerció utilizando como sacramental la famosa Cruz de San Benito.
¡Qué hermoso es empezar el día orando! Así nuestra vida de cada día, se puede convertir en una simbiosis fecunda entre acción y contemplación «para que en todo sea glorificado Dios» (cf. Regla de san Benito 57, 9). Bajo la mirada de María, hagamos de nuestro día una oración.
Padre Alfredo.
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