domingo, 16 de julio de 2017

«La hermana Parti»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo XII.

Hoy es día de la Virgen del Carmen, quiero recordar a una mujer maravillosa que conocí hace muchos años cuando ella ya estaba entrada en años y cuyo buen estado de su corazón, le permitió llegar a la edad de casi 106 años. Conviví con ella en muchísimas ocasiones, incluso hasta casi el final de su vida en la «Casa del Tesoro» en Guadalajara. Me refiero a la hermana Sor María del Carmen de la Pasión, mejor conocida como «La hermana Parti». 

María del Carmen Ruíz Zaragoza nació en Cotija, Michoacán, México, en el año 1909. Allí en esa tierra que constantemente recordaba a lo largo de su vida religiosa, realizó sus estudios básicos. Estudió la carrera de Enfermería en la Universidad de San Luis Potosí, con la especialidad en Obstetricia, la que practicó algún tiempo antes de entrar al Convento.

La historia de «La hermana Parti» es muy singular, empezado por el hecho de que las fechas exactas de su nacimiento y de su bautismo nunca se supieron con exactitud, debido a que los archivos de aquellos años fueron incendiados durante las revueltas de la revolución mexicana. Sólo existen certificados con unos cuantos testimonios en los que ha quedado confirmada la fecha de su nacimiento. El único libro de archivos que en el pueblo se pudo rescatar, fué el del libro de confirmaciones, así que de ella se conserva el acta de su confirmación.

María  del Carmen ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas en 1950 en Cuernavaca. Apenas terminado su noviciado, fue destinada a la casa de Puebla, en donde continuó estudios de Normal. Allí le fue encomendada la dirección de la Escuela Primaria de la Colonia de Analco, una escuelita que apoyaba  la Universidad Femenina del Puebla. Ella, apoyada por otras maestras seglares vivió se entregó con todo su amor a la atención de niños pobres, porque esa era la finalidad de esa escuela, ayudar a los más necesitado. Trabajó allí, combinando todo con su vida de oración y mortificación, hasta el año de 1971. Muchos de sus ex-alumnos de aquellos años, la recordarán siempre con cariño y con una inmensa gratitud.  Incluso se sabe que algunos, cuando se enteraron de su muerte, dejaron correr las lágrimas. 

Al concluir su misión educativa en Puebla, fue trasladada a Huatabampo, Sonora. Allá continuó con la misma labor educativa, pero ahora en la escuela primaria  del Colegio Sonora. Ejerció el magisterio también en Monterrey. Estuvo también durante varios periodos de su vida en la comunidad de Guadalajara realizando otro tipo de tareas además de vivir plenamente su vida consagrada con una alegría sensacional que contagiaba. Luego fue cambiada a Cuernavaca para volver a ejercer ahí la enfermería, en el dispensario médico que, hasta la fecha, tiene esa comunidad. En la Casa Madre, extendió sus servicios hasta la atención de las hermanas enfermas,  llamando la atención el hecho de que no se eximía de las labores domésticas que siempre se requieren en una comunidad religiosa. También durante algunos años, fue dedicada a misiones populares en distintos estados de la República. Le gustaba mucho trabajar en los diversos apostolados de la Iglesia y se preparaba con entusiasmo para lo que fuera.

Pero... ¿Dé dónde viene eso de llamarla «La hermana Parti»? Ella misma lo contaba con sencillez y llena de risa. Resulta que cuando era una joven religiosa, para salir a la calle era común que las religiosas no utilizaran el hábito, pues debido a la persecución religiosa, que había hecho estragos en la Iglesia, el gobierno no autorizaba el uso de sotanas y hábitos por las calles. Así que si había necesidad de salir por algo, ella —con la misma sencillez que conservó hasta el final de sus días— preguntaba a la beata María Inés: —Nuestra Madre: ¿nos vamos a ir así o de «particulares» (refiriéndose a la ropa de seglar). Y Nuestra Madre la beata María Inés se reía y le decía: —De «particulares» sor Carmen. 

Es más, las hermanas contemporáneas de la hermana Carmen, cuentan que un día, dado que era muy común que cuando se dirigían a elle le decían «Parti» —y que algunas personas pensaban que así se llamaba—, Madre Inés, en un momento de conferencia que estaba dando a sus hijas religiosas les dijo: —Ya no le estén diciendo a la hermana Carmen «Parti», ella se llama Carmen. Y dirigiéndose a la hermana Carmen le dijo: — Y tú «Parti», no dejen que te digan... «Party». La beata se dio cuenta de que ella también le decía así de cariño. Toda la comunidad se echó a reír y ya no hubo remedio, sor Carmen siguió siendo cariñosamente conocida como «La Parti». Con sencillez recordaba y contaba ella misma aquella anécdota, hasta exagerar con gracia el saberse muy querida por la Beata Madre Fundadora. En una carta que la beata le dirigió en 1971 le decía: «Gracias hija, por tus sentimientos de adhesión y buena disposición para lo que la obediencia pida de ti. Sé que Carmelita siempre está dispuesta y esto es para una Madre el mejor regalo que puede recibir».

Dotada por el Señor con muchas cualidades humanas y con un serio y profundo espíritu de piedad, la hermana Carmen transmitía en pequeños y grandes, con mucha sencillez, el gozo de su vocación. Siempre conservó esa característica de una simpatía especial y muy natural en ella, aún para comunicar sus experiencias espirituales. Le encantaba la poesía y el canto. A la primera invitación o insinuación que le pedía un canto o una recitación, para complacer a sus hermanas de comunidad o a alguna otra persona, reaccionaba con sencillez y alegría. Donde estaba «La hermana Parti» estaba la alegría. Esto lo hizo incluso hasta cuando ya estaba postrada en cama y con la voz muy débil.

Especialmente en sus últimos años de vida, a pesar de que la salud se le iba con rapidez, siempre se mantuvo de buen humor,  tratando de participar en la vida comunitaria, rezando y «haciendo rezar» a quien se le pusiera enfrente, sin quejarse de lo que ella pudiera estar sufriendo y consciente siempre de ser una mujer consagrada a Dios. La última etapa de su vida la pasó en la «Casa del Tesoro» en Guadalajara, como dije al inicio. La gente que la había conocido de años atrás allí mismo en Guadalajara, preguntaba siempre por ella y algunas se iban llorando y se alegraban de haberla visto todavía con vida. Allí, el 25 de marzo de 2003, celebró sus Bodas de Oro como consagrada. A estas alturas de la vida, evangelizaba de una forma muy sencilla haciendo separadores con pequeños recortes que ella misma hacía como podía y juntaba latas vacías, para hacer lapiceras, botecitos para guardar clips, etc... ¡Hay quienes conservan aún esos presentes que con tanto cariño y sencillez les hizo!

Su deterioro físico fue muy acelerado luego de haberle celebrado sus 100 años de vida en una fiesta sencilla, rodeada del cariño de las hermanas religiosas, los Vanclaristas y muchos de sus familiares y amigos. Poco a poco se fue apagando hasta el punto de que ya no pudo emitir ningún sonido, agotándose sus fuerzas hasta el máximo. Ella, que siempre había gozado de mucha salud, al final de sus días, vio llegar la  aparición de la insuficiencia renal y pulmonar, que se abrazaron al desgaste normal de su cuerpo por la avanzada edad. 

El día 7 de marzo de 2014, entregó su alma al Señor, rodeada del cariño de las hermanas de la comunidad que, con cantos y oraciones la acompañaron en sus últimos momentos de dolor para despertarse a la alegría del feliz encuentro con su Dios. Ya Nada la ataba a las cosas de la tierra, le esperaba la felicidad eterna y la corona de gloria que mereció por su fidelidad en sus 65 años de vida consagrada.

P. Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

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