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Este jueves después de Pentecostés, el Espíritu Santo nos introduce en esa intimidad del corazón sacerdotal de Cristo que todo lo ofrece al Padre y nos envía. Todos los discípulos–misioneros, de todas las vocaciones y sensibilidades, tenemos el Espíritu de Jesús el Sumo y Eterno Sacerdote, hemos sido traspasados por su amor y podemos reaccionar y vivir como Él, pegados al Padre, en absoluta confianza. Ésa es la fuente de nuestra alegría, una alegría que nadie nos puede arrebatar. Cristo vive, nos ama, se ha enamorado de nosotros y nos confía una misión única e irrepetible. Somos pueblo real, linaje sacerdotal, asamblea santa. Somos el pueblo de Dios que, en todos los rincones de la tierra, participa en el sacerdocio de Cristo. De esta manera, la fiesta que hoy celebramos nos recuerda que Cristo no se olvida de nosotros en su gloria: nos anuncia el nombre del Padre, intercede por nosotros, nos conduce en el continuo progreso espiritual y se ha querido quedar para siempre con nosotros en la Eucaristía, porque este corazón de sacerdote y pastor manifiesta sus sentimientos, especialmente, en la institución de la Eucaristía.
El cumplimiento de la voluntad del Padre obliga a este Sumo y Eterno Sacerdote a separarse de los suyos, pero su amor que le impulsaba a permanecer con ellos, le mueve a instituir la Eucaristía, en la cual se queda realmente presente. porque es muy cierto que Jesucristo es sacerdote, pero no para sí mismo, sino para nosotros, porque presenta al Padre eterno las plegarias y los anhelos religiosos de todo el género humano; Jesucristo es también víctima, pero en favor nuestro, ya que sustituye al hombre pecador. Por esto, aquellas palabras del Apóstol: «Tengan entre ustedes los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús» (Flp 2,5) exigen de todos los cristianos que reproduzcamos en sí mismos, en cuanto lo permite la naturaleza humana, el mismo estado de ánimo que tenía nuestro Redentor cuando se ofrecía en sacrificio: la humilde sumisión del espíritu, la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias a Dios. Por eso la fiesta de hoy es grande y es de todos. Abramos nuestro corazón al Corazón Misericordioso de este Sumo y Eterno Sacerdote y bajo la guía segura de María, hagamos nosotros también de nuestra vida una ofrenda sacerdotal con Cristo al Padre. ¡Bendecido jueves, fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote!
Padre Alfredo.
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