Celebramos hoy la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y la liturgia nos invita a adentrarnos en el extraordinario corazón sacerdotal de Cristo. Hoy admiramos el corazón de Jesús como pastor y salvador, que se deshace por su rebaño, al que no abandonará jamás. Al contemplar a Jesucristo como Sumo y Eterno Sacerdote, vemos en él un corazón que manifiesta «ansia» por los suyos, que somos nosotros: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» nos dice en el Evangelio de hoy (Lc 22,14-20). En el Cenáculo, la víspera de su pasión, Jesús quiso hacernos partícipes de la vocación y misión que el Padre celestial le había confiado, es decir, introducir a los hombres en su misterio universal de salvación. En esta celebración Dios establece con cada uno de nosotros un diálogo personal. Dios entra en comunión con nosotros y nos habla de Corazón a corazón, renovando su Alianza. Como Sumo y Eterno Sacerdote Cristo es nuestro pastor que nos conduce hacia fuentes tranquilas, repara nuestras fuerzas, nos guía por el sendero justo y nos sosiega. Su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días, por años sin término (cf Sal 22). Cristo es, por ello, el centro y la fuente de la nueva Alianza.
Este jueves después de Pentecostés, el Espíritu Santo nos introduce en esa intimidad del corazón sacerdotal de Cristo que todo lo ofrece al Padre y nos envía. Todos los discípulos–misioneros, de todas las vocaciones y sensibilidades, tenemos el Espíritu de Jesús el Sumo y Eterno Sacerdote, hemos sido traspasados por su amor y podemos reaccionar y vivir como Él, pegados al Padre, en absoluta confianza. Ésa es la fuente de nuestra alegría, una alegría que nadie nos puede arrebatar. Cristo vive, nos ama, se ha enamorado de nosotros y nos confía una misión única e irrepetible. Somos pueblo real, linaje sacerdotal, asamblea santa. Somos el pueblo de Dios que, en todos los rincones de la tierra, participa en el sacerdocio de Cristo. De esta manera, la fiesta que hoy celebramos nos recuerda que Cristo no se olvida de nosotros en su gloria: nos anuncia el nombre del Padre, intercede por nosotros, nos conduce en el continuo progreso espiritual y se ha querido quedar para siempre con nosotros en la Eucaristía, porque este corazón de sacerdote y pastor manifiesta sus sentimientos, especialmente, en la institución de la Eucaristía.
El cumplimiento de la voluntad del Padre obliga a este Sumo y Eterno Sacerdote a separarse de los suyos, pero su amor que le impulsaba a permanecer con ellos, le mueve a instituir la Eucaristía, en la cual se queda realmente presente. porque es muy cierto que Jesucristo es sacerdote, pero no para sí mismo, sino para nosotros, porque presenta al Padre eterno las plegarias y los anhelos religiosos de todo el género humano; Jesucristo es también víctima, pero en favor nuestro, ya que sustituye al hombre pecador. Por esto, aquellas palabras del Apóstol: «Tengan entre ustedes los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús» (Flp 2,5) exigen de todos los cristianos que reproduzcamos en sí mismos, en cuanto lo permite la naturaleza humana, el mismo estado de ánimo que tenía nuestro Redentor cuando se ofrecía en sacrificio: la humilde sumisión del espíritu, la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias a Dios. Por eso la fiesta de hoy es grande y es de todos. Abramos nuestro corazón al Corazón Misericordioso de este Sumo y Eterno Sacerdote y bajo la guía segura de María, hagamos nosotros también de nuestra vida una ofrenda sacerdotal con Cristo al Padre. ¡Bendecido jueves, fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote!
Padre Alfredo.
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