El 3 de junio de 1886, en aquel entonces día de la Ascensión, fueron sacados de la prisión, en Uganda, África, Carlos Lwanga —de 21 años— Andrés Kagwa, Mattías Murumba y otros diecinueve jóvenes que no quisieron renunciar a la fe católica para cumplir los caprichos del rey que les exigía una serie de comportamientos inmorales para su beneplácito. Los jóvenes fueron envueltos en unos juncos y, ordenados en fila para prenderles fuego y verlos morir. Entre ellos estaba el hijo del verdugo, a quien le dieron un golpe en la cabeza para que no sufriera al ser quemado. Los muchachos murieron proclamando el nombre de Jesús y diciendo: «Pueden quemar nuestros cuerpos pero no pueden dañar nuestras almas». Y como consecuencia de un rey, irritado por la resistencia que encontraba en aquellos jóvenes para satisfacer sus instintos, y que había decretado la persecución contra «todos los que hicieren oración», entregaron su vida al Señor.
La oración de aquellos jovencitos, una oración, resignada y esperanzada, humilde y sincera, sigue dando frutos hasta nuestros días. Seguro orarían en medio de los tormentos con gemidos y lágrimas. El Señor escuchó aquellas oraciones y hoy, en Uganda, hay un muy buen número de católicos que misionando, ellos mismos a sus paisanos, extienden la fe en el verdadero Dios por quien se vive, venciendo los obstáculos que nunca faltan, pues como les habían enseñado a aquellos jóvenes: Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza (cf. 2 Tim 1,7). Las penas del apostolado y la misma condena, no frenaron a aquellos jovencitos para dar la vida por Cristo. en aquel momento en el que en lugar de salir de aquel horroroso tormento, gemidos o maldiciones, salías únicamente murmullos de oración y cánticos de victoria. Aquellos mártires, exhortándose unos a otros, estuvieron firmes sobre el fuego, hasta que, por fin, sus voces se fueron extinguiendo.
El Señor Jesús, mientras estuvo con nosotros en este mundo, también encontró situaciones difíciles y complicadas de parte de los perseguidores de la fe católica que le fueron poniendo trampas y lo llevaron finalmente a la persecución. La serie de relatos del evangelio de Marcos que estamos leyendo es precisamente una recopilación que el evangelista hace de las controversias, bastante ásperas, entre Jesús y los círculos cultivados de la capital: miembros del Consejo de la nación, animadores políticos (Herodianos, Saduceos). Los Saduceos, racionalistas escépticos, representan bastante bien una tendencia existente también hoy. El Evangelio de hoy (Mc 12,18-27) es un ejemplo bastante claro de ello. El caso que le presentan es de lo más absurdo. Pero Jesús responde desenmascarando la malicia de los saduceos. Les responde afirmando la resurrección: Dios es Dios de vivos. En la otra vida estaremos en la vida que no acaba. Pidamos al mismo Cristo, a través de su Madre Santísima, la valentía que tuvieron Carlos Lwanga y sus compañeros para dar la vida por Cristo, aún en medio de situaciones tan incomprensibles, como la pandemia que estamos viviendo. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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