Cuando para la causa de canonización de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, se interrogó a la que había sido su Abadesa en el convento de Clausura, la Madre María Inmaculada Ochoa, sobre cómo vivió la beata la abnegación, dijo simplemente: «Siempre fue sufrida y abnegada, palpé y vi el espíritu de sacrificio que tuvo y que hizo todo por amor y por su santificación». Efectivamente, la abnegación junto con la oración y las almas fueron en la vida de Madre Inés tres constantes que se ocultaban con sencillez detrás de una sonrisa alegre y serena de quien apasionada por Cristo no escatimó nunca en ofrecerle lo que era y lo que hacía.
¿Hay alguien en este mundo, –me pregunto–, que no quiera vivir con intensidad o con plenitud? ¿Hay alguien que no quiera ser feliz? Todos hambreamos la felicidad, a veces serenamente, a veces devorando la vida: pero ¿cuál es el secreto?; ¿cómo conseguirla?; ¿por qué la respuesta que el Evangelio nos ofrece nos resulta tan paradójica?: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí la encontrará» (Mt 16,24-25).
A la luz de estas fuertes palabras uno puede ver que el Evangelio no ha dejado de ser Buena Noticia para nosotros y creemosen la felicidad que nos promete (una felicidad crucificada). En esta sociedad nuestra, donde casi todo se vende y la publicidad y el «marketing» tienen un papel tan importante, ¿también nosotros tendremos que «rebajar» la abnegación del Evangelio para que lo compren? ¿Habrá perícopas del Evangelio que es mejor quitarlas o por lo menos omitirlas al leerlo?
«Muy poca gente sabe que los demás existen», decía la filósofa francesa Simone Weil con sus provocadoras palabras. Estamos tan centrados en nosotros mismos que... ¡no nos enteramos! Ya el profeta nos lo advertía: «no te cierres a tu propia carne» (Is 58,7).
En esta cultura narcisista, consumista, hedonista, de sobreabundancia..., ¡nos morimos de hambre! Da vergüenza decirlo cuando tantos niños mueren de verdad por inanición cada día. Tenemos de todo, estamos cabe la fuente, decía la beata María Inés, pero no nos saciamos, nos morimos de hambre y de sed. ¿Quién nos sacará de nosotros mismos? Vivimos llenos de deseos de felicidad, con hambre de Dios —aunque no se le llame así— y hambre del otro. ¿Quizás está ahí la clave?: dejar a Dios ser Dios, y al otro ser otro. O convertirlo en alguien a quién devorar, a quién pueda utilizar según mi conveniencia y que participa de mi vida en la medida en que me llena, me cae bien, «me cae chido», como dirían algunos jóvenes hoy, mientras «sienta algo por él o por ella», «no me moleste ni me cree problemas», mientras «me deje vivir en paz» y «no se meta en mi vida». En este mundo de hoy parecería que todo está en función del yo, incluso el amor... «mientras dure».
El Diccionario dice que «abnegación» es el sacrificio que uno hace de su voluntad, de sus afectos o de sus intereses en servicio de Dios o para bien del prójimo. La palabra no está muy de moda; pero si miramos bien la realidad, veremos cuánto sacrificio hay, entre jóvenes y no tan jóvenes, bajo promesas de éxito, libertad, felicidad o reconocimiento. No se hacen ayunos, pero sí hay dietas para adelgazar y conseguir el preciado 90-60-90; no hay cilicios, pero sí gimnasios y accesorios desengrasantes; no se plantea la conversión, pero sí el «cambio radical», en un reality show que se hace famoso en poco tiempo; no se hacen colas ni hay largas esperas en los actos religiosos —la misa, que no pase de media hora por favor— ni se hacen vigilias largas..., pero se puede estar una noche entera a la intemperie esperando conseguir una entrada para el concierto de algún cantante de moda; no hay tiempo para cuidar lo importante y a aquellos que nos importan, pero se trabaja horas y horas para tener el carro de último modelo que anuncian en la tele o aparece en Internet... Sacrificio hay, y mortificación, y renuncia..., ¡pero sin salir de uno mismo!
En este ambiente en el que prima el individualismo, la autorrealización, el principio del placer, y en el que existe gran dificultad para vivir la alteridad, para mirar el rostro del que tenemos enfrente..., cualquier invitación a descentrarse, a salir de ese esquema, es un «atrevimiento».
La abnegación es entonces un «atrevimiento» característico del servidor que, por definición, no es para sí mismo, sino para su Señor; es la virtud del servicio entero e incondicional. Es la abdicación del amor propio que se sacrifica sin reservas, por las obras y los intereses de Jesucristo y que se concretiza en cosas concretas que, atrevidamente, van contra corriente y que ahora veremos:
1. La disciplina:
La disciplina existe en la casa religiosa, en la escuela o en la universidad, en el deporte, en cualquier institución y debe existir en el hogar...Toda disciplina nos pide negarnos, aunque sea en pocas cosas. Se trata, como arranque, de la disciplina externa que está ordinariamente fijada por el diario quehacer, pero existe también una disciplina interior que es la disciplina de nosotros mismos. Disciplinar nuestros deseos, nuestras pasiones, nuestros sentimientos, nuestra afectividad, nuestros pensamientos, nuestra imaginación. A veces yo pegunto: ¿cuál es tu horario personal? Esa disciplina interna exige abnegarnos mucho más. Quien se abniega, va adquiriendo la facilidad para la disciplina, va formando el hábito. Santo Tomás dice que un hábito es el modo normal, frecuente, ordinario que lleva a la facilidad de aquello que nos proponemos. Si tengo el hábito de la obediencia, por ejemplo, aún hasta en las cosas pequeñas, no tendré que hacer un esfuerzo titánico en cada acto de obediencia.
Los hombres han inventado grandes cosas, tenemos que estarles muy agradecidos. Pero hay también esos inventos pequeños, insignificantes, que tanto han facilitado al hombre la vida y el trabajo ordinario: el papel aluminio, el bolígrafo, el plástico biodegradable... Son pequeños inventos, que nos parecen lo más natural, y por eso no los valoramos, ni pensamos en ellos. Nos puede suceder con la disciplina lo mismo: Que a las cosas importantes, a las cosas «de peso» de la disciplina sí les demos valor...Pero de los pequeños detalles ni nos demos cuenta, ni les prestemos atención porque no los valoramos. Tenemos que valorar esas pequeñas disciplinas de cada día porque allí está un campo en el que se puede practicar la virtud de la abnegación en un dinamismo fecundo que esté constantemente salvando muchas almas.
2. Los extremos.
Entre las carreras del mundo de hoy, una persona hiperactiva es esa persona que no piensa, sino que hace; y haciendo cosas sin pensar, con frecuencia las hace mal, no solo de prisa, sino a lo mejor con lentitud pero sin pensar ni concentrarse. Para muchos jóvenes de hoy ¡lo importante no es pensar sino hacer! En la vida personal, en la formación, en la vida diaria, tenemos el tremendo peligro de caer en dos extremos, el activismo por un lado y el sedentarismo por el otro. ¡Qué se desbarate la mugre esa, al cabo a mí no me toca! ¡Todo lo tengo que hacer yo porque nadie se mueve! No está mal hacer el bien, hacer cosas, sino el frenesí en hacerlas; ni está mal el descanso, pero no todo el día. Y es ese frenesí o esa pachorra lo que nosotros tenemos que sacrificar. No convirtamos el frenesí o la pachorra en un pequeño ídolo. Inmolemos la inclinación temperamental a los extremos en aras de la serenidad. Hacer el bien, pero hacerlo con serenidad, despacio o rápido, según se necesite, pero con serenidad. Los que se quedan solamente en la actividad, por un lado, fabrican cosas, montan cosas, se agitan, no paran, pero no hacen sino multiplicar sus nervios y los de los que les rodean y los pachorrudos desquician a la comunidad al no mover ni un dedo a favor de los demás.
Para conseguir la abnegación quisiera leerles cinco consejos para la serenidad que me encontré por allí:
A. Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente al día, sin querer resolver los problemas de toda la vida.
B. Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad no sólo en el otro mundo sino también en éste.
C. Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos.
D. Sólo por hoy me haré un programa detallado y me guardaré de dos calamidades: la prisa de querer hacerlo todo y la indecisión que me lleva a no hacer nada.
E. Sólo por hoy creeré firmemente, aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo.
3. El realismo:
Es algo de lo que necesitamos constantemente echar mano en nuestra vida. El joven, por naturaleza misma de la juventud, es idealista, y es muy bueno tener grandes ideales. Pero al mismo tiempo el idealismo tiene que estar conjugado con un grande sentido de la realidad. ¡Esto es lo que me toca hacer, me guste o no!
A veces corremos el peligro de vivir soñando. El otro día vi por allí un artículo llamado: «Consejos para cambiar el mund»". Después de dar muchos que podían ser discutibles, aportaba uno que me pareció imprescindible porque concuerda totalmente con el espíritu y espiritualidad que Madre Inés nos ha dejado: «No critiques, no sueñes, haz algo». Ahí está el realismo. Los jóvenes critican a los mayores: «¡Son cosas de viejos!». ¿Quieres cambiar el mundo? ¿Quieres cambiar la Iglesia? ¿Quieres cambiar a los cristianos? «No critiques, haz algo». Criticar es fácil, construir es más difícil, pero requiere abnegación, porque hay que desaparecer.
Ser realista y ponerse a construir exige negarnos a nosotros mismos. No critiques, no sueñes un futuro utópico. Lucha, trabaja, sacrifícate en el yunque del presente para mejorar el futuro de nuestro mundo. Es verdad que conviene soñar un poco, pero no mucho. Sobre todo si se queda uno en el sueño y no se baja a la realidad de la vida. «Sueña, pero haz algo, lucha, trabaja, sufre, ama, entrégate».
Vivamos la virtud de la abnegación con alegría. La abnegación jamás nos debe poner tristes. Hemos de aceptarla y vivirla con valentía, con atrevimiento, con gozo interior. Por si nos queda alguna duda, transcribimos algunas frases que han pronunciado personajes célebres al respecto:
-Sufrir percances no es sufrir una desgracia; pero soportarlos con abnegación es una virtud meritoria. Marco Aurelio
-La abnegación ennoblece aun a las personas más vulgares. Balzac
-En la abnegación lo más raro es la perseverancia. Napoleón
Si estamos dispuestos a morir al yo y a ampliar nuestra idea de lo que Cristo puede ser para nosotros y de lo que nosotros podemos ser para él, si nos unimos mutuamente en los brazos de la fraternidad, Dios obrará con gran poder por medio de nosotros. Entonces seremos santificados por la verdad. Seremos realmente escogidos por Dios y estaremos dirigidos por su Espíritu. Cada día de vida será precioso porque veremos en él una oportunidad de usar los dones que se nos han concedido para beneficio de los demás.
La beata Madre María Inés, escuchó, seguramente, muchas reflexiones sobre la abnegación, ella la vivió en grado heroico, pero, podemos ver claramente en sus escritos, que tuvo para ello, una maestra excepcional, la Virgen María. Escuchó buenas explicaciones sobre la doctrina mariana —como consta por sus notas sobre las pláticas recibidas en Ejercicios—. Los diversos escritos íntimos, que reflejan su interioridad, están llenos de referencias a la Santísima Virgen que se entregó siempre. En el Corazón de su Madrecita del Cielo, iba a buscar o recordar cuanto necesitaba para entregarse en una vida abnegada al Señor (cf. Experiencias, p.3, fol.445). A veces, esta costumbre de recurrir al Corazón de María era como para encontrar alivio en las penas y fuerza en las pruebas (Experiencias, p.49, fol.489; Ejercicios, 1933, p.327, fol.754).
La beata María Inés Teresa dice: «Una sonrisa cuando se quiera manifestar fastidio; sonreír siempre, y aún cuando esa misma sonrisa haga sangrar más. Ya no me cuesta mucho esto porque, desde el principio de mi vida espiritual, he trabajado varonilmente por lograr esta igualdad de carácter, que me subyuga, pero aún no lo he logrado por completo. Con tu ayuda Madre mía seguiré trabajando, hasta que mi exterior sea siempre el mismo: amabilidad y dulzura». (Proc., Vol. VII. Doc. 280, f.752). Así que, ¡no nos desanimemos!
Padre Alfredo.
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