Indiscutiblemente que la inmensa mayoría de los santos y beatos de los últimos tiempos, han tenido una profunda devoción al Sagrado Corazón de Jesús, basta ver a la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que dice en sus escritos cosas como estas: «Si el corazón amante de Jesús, vela durmiendo, el del misionero no debe ser menos vigilante, debe incendiarse en el fuego del Señor, para pegar ese fuego sagrado a cuantos corazones existen en el mundo, mediante su oración confiada, humilde y generosa, derramando los beneficios de la Redención, los méritos de Nuestra Madre la Santa Iglesia, por todos los ámbitos del mundo»... «No olviden hijos que, el Sagrado Corazón de Jesús ha sido para nuestra familia misionera ayuda, sostén, amor, fidelidad, amparo, etc. Sigamos confiando en él, sobre todas las cosas.» Sin embargo, hay una larga prehistoria, que se remonta a San Bernardo, abad de Claraval, en el siglo XII, con su devoción a la humanidad de Jesús y tres santas de la Edad Media. Lutgarda, Matilde y Gertrudis que practican personalmente y difunden con sus escritos la devoción al corazón de Jesús. Más tarde, en el siglo XVI, Luis de Blois y San Juan de Ávila predican y dan forma a la veneración del corazón de Cristo. Pero, sin duda, el espaldarazo a esta devoción lo da una monja recluida en su convento de Paray-le-Monial (Francia), santa Margarita María de Alacoque.
Entre 1673 y 1675, santa Margarita recibe cuatro revelaciones notables. Según propia confesión, la primera tuvo lugar mientras estaba en presencia de Jesús Eucaristía, que le confió: «Mi divino Corazón está tan apasionado de amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame, valiéndose de ti, y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo». Pero fue en 1856, cuando Pío IX instituyó esta solemnidad como fiesta universal para toda la Iglesia católica. Luego, León XIII, en 1899, hizo la consagración solemne de todo el mundo al Sagrado Corazón cuya descripción encontramos en el Evangelio de hoy (Mt 11, 25-30) cuando Jesús mismo nos dice que es manso y humilde de corazón y que en ese corazón hay espacio para todos. Configurados con Cristo, sus discípulos–misioneros deberemos procurar tener un corazón como el suyo: manso y humilde; sensible y paciente; misericordioso y atento en la escucha de las miserias ajenas, procurando conjugar, sin nunca separar, verdad y compasión, ardientes en la piedad y llenos de celo en el apostolado.
Naturalmente, el Sagrado Corazón de Jesús implica, en la vivencia de nuestra fe, una clara correspondencia a ese amor de Cristo que tiene que completarse con la imitación. Conocer al que «me amó y se entregó a la muerte por mí» con un corazón manso y humilde, sólo tiene como reacción lógica el enamorarnos de él para imitarle. En este tiempo de confinamiento, en el que muchas familias permanecen en casa, conviene aprovechar esta fiesta para transmitir a las generaciones de jovencitos y niños el deseo de encontrarse con el Señor, de fijar su mirada en él, para responder a la llamada a la santidad y descubrir su misión específica en la Iglesia y en el mundo, realizando así su vocación bautismal (cf. Lumen gentium, 10) para que sean, a su vez, testigos del amor de Dios como buscamos serlo los creyentes adultos que conocemos muy bien lo que esta devoción al Sagrado Corazón significa. Corazón de Jesús, hoguera ardiente de caridad, ten misericordia de nosotros. Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad, ten misericordia de nosotros. Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados, ten misericordia de nosotros. En esta tarea nos acompaña, como nuestra verdadera Madre, la santísima Virgen María. A ella le pedimos que su Corazón Inmaculado interceda incesantemente por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte y que siempre podamos decir: Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío. ¡Bendecido viernes, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús!
Padre Alfredo.
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