El Evangelio de hoy (Mt 5,17-19) nos presenta a Jesús que compara el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento. Un tema que no resultaba nada fácil para los primeros discípulos–misioneros de Cristo. Jesús criticó repetidas veces las interpretaciones exageradas que se hacían de la ley de Moisés, pero no la desautorizó, sino que la cumplió e invitó a cumplirla, porque, durante siglos, había sido, para el pueblo elegido, la concretización de la voluntad de Dios. Nuestro Señor deja muy en claro que no ha venido a abolir el Antiguo Testamento, sino a perfeccionarlo, a llevarlo a su plenitud, a darle cumplimiento. Pondrá, para que sus seguidores comprendan, varios ejemplos referentes a temas como la caridad fraterna, la fidelidad conyugal, la claridad de la verdad. Siempre en la línea de una interiorización vivencial, sin conformarse con el mero cumplimiento exterior.
El Antiguo Testamento no está derogado. El Evangelio nos enseña que más bien está perfeccionado por Jesús y su evangelio. Los mandamientos de Moisés —como él lo deja en claro— siguen siendo válidos. La Pascua de Israel ya fue salvación liberadora, aunque tiene su pleno cumplimiento en la Pascua de Cristo y en la nuestra. La Alianza del Sinaí, a la que san Juan Pablo II llamó «la nunca derogada primera Alianza», ya era sacramento de salvación, pero ahora ha recibido su plenitud en el sacrificio pascual de Cristo en la cruz y en su celebración memorial de la Eucaristía. Lo mismo podemos decir de los sacrificios y del sacerdocio y del Templo y del Pueblo elegido de Dios: en el Nuevo Testamento llegan a su realización definitiva en Cristo y su Iglesia. Así, los miembros de la Iglesia seguimos leyendo con interés el Antiguo Testamento, como palabra eficaz de Dios e historia de salvación, como diálogo vivo entre la fidelidad de Dios y la manifiesta infidelidad de su pueblo. En algunos aspectos — como el sábado, la circuncisión, el Templo, los sacrificios de corderos— la comunidad que Jesús fundó se ha distanciado de la ley antigua. Pero, en la mayoría de sus elementos, sigue consciente de la gracia salvadora de Dios que ya empezó entonces y continúa ahora: basta recordar cómo seguimos rezando los salmos del Antiguo Testamento en la Liturgia de las Horas y en los salmos responsoriales de las Misas. Eso sí, conscientes de que Jesús ha llevado a su perfección todo lo que se nos dice en el Antiguo Testamento, como lo ha hecho en este sermón de la montaña con el novedoso programa de sus bienaventuranzas. No nos lo ha hecho más fácil, sino más profundo e interior.
Así, todo el que quiera seguir a Jesús, habrá de adentrarse no solamente en el Nuevo, sino también en el Antiguo Testamento descubriendo la misericordia de Dios para hacerla vida. Así es el caso de la beata Diana de Andaló. Hija única del matrimonio Andaló, de Bolonia (Italia), Diana, siempre amante de la Sagrada Escritura, deseó consagrar su virginidad a Dios como religiosa en la Orden que hacía poco había fundado Santo Domingo, pero, como era hija única, se encontró con la oposición de sus padres que no la dejaban irse al convento porque pensaban en el matrimonio para ella como opción de vida. Tanto hizo Diana, y tanto les demostró su amor de predilección por Dios y sus mandatos, que logró que el mismo Santo Domingo recibiera, casi en secreto, sus votos religiosos. Como no había convento de dominicas, ingresó en uno de agustinas. Al enterarse su padre la sacó por la fuerza, pero finalmente consintió en dejarla abrazar la vida religiosa, e incluso contribuyó a fundar un convento de dominicas, donde Diana y otras compañeras se instalaron. Diana murió el 9 de enero de 1236, a los 36 años de edad y fue beatificada por León XIII en 1891. Vale la pena conocer la Escritura y descubrir allí al Dios de la misericordia a quien se le pude seguir en cualquier condición de vida mientras se haga en fidelidad. Que María Santísima nos ayude a apreciar en todo momento el Antiguo y el Nuevo Testamento. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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