La llamada «ley del talión» —ojo por ojo y diente por diente— era una ley que, en su tiempo, representaba un progreso: quería contener el castigo en sus justos límites, y evitar que la gente se tomara la justicia por su cuenta arbitrariamente. Había que castigar sólo en la medida en que se había faltado: «tal como» —de ahí el nombre de «talión», del latín «talis»—. Pero hoy, en el Evangelio (Mt 5,38-42) vemos que Jesús va más allá, porque él no quiere que se devuelva mal por mal. Para que los escuchas entendieran y guardaran en el corazón esta nueva forma de vivir la ley, el Señor pone ejemplos de la vida concreta, como los golpes, o los pleitos, o la petición de préstamos: «No hagan resistencia al hombre malo... preséntale también la mejilla izquierda... dale también el manto...». Esta, como otras de las enseñanzas de Jesús, hay que entenderla bien, porque no se trata de una invitación a aceptar, sin más, las injusticias sociales y a cerrar los ojos a los atentados contra los derechos de la persona humana.
Ni Jesús ni sus discípulos–misioneros podemos quedarnos indiferentes ante las injusticias. El mismo Jesús pidió explicaciones, en presencia del sumo sacerdote, al guardia que le abofeteó, y san Pablo apeló al César para escapar de la justicia, demasiado parcial, de los judíos. Pero sí se nos enseña que, cuando personalmente somos objeto de una injusticia, no tenemos que ceder a deseos de venganza. Al contrario, que tenemos que saber vencer el mal con el amor. Es la invitación a la actitud de no-violencia que practican tantas personas a la hora de intentar resolver los problemas de este mundo, siguiendo el ejemplo de Jesús que muere pidiendo a Dios que perdone a los que le han llevado a la cruz. Jesús, quien siempre va más allá de lo que las leyes humanas han establecido, considerará que no basta con «ser buenos» y hacernos solidarios con el infortunio de los demás... y que con eso ya nuestra compasión nos exonere de toda culpa. Es necesario además, amar a todos e incluso a quien no conozcamos. Lo importante es vivir siempre en una actitud de generosidad con los demás, gratuita, sin esperar nada a cambio. Dar desmedidamente, ser compasivos, servir a quien realmente nos necesite. Así nos convertiremos en transparencia de la divinidad.
Celebramos hoy a Santa Mª Micaela del Santísimo Sacramento. Una mujer nacida en Madrid el año de 1809, que tuvo que pasar por una infancia en la que murieron sus padres y algunos de sus hermanos. En una visita a un hospital de San Juan de Dios, se dio cuenta de la situación de mujeres que vivían en malas condiciones y que incluso sufrían no solo infravaloración sino tratos infrahumanos y había que evitar esto. Así se sintió llamada por Dios a abrir una casita que acogiera a estas mujeres para librarles de la mala situación en que estaban y la propia Mª Micaela se va con ellas para darles el alimento espiritual de cada día, explicándoles la Buena Nueva del Evangelio formándolas en ese camino de la no-violencia. Muchas fueron las dificultades por las que pasó hasta que tomó como Director Espiritual al Padre Claret —san Antonio María— que le hizo perseverar en su vida interior, fundando el Instituto de Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad. De esta forma se potenció un nuevo carisma en la vida de la Iglesia. Santa María Micaela del Santísimo Sacramento murió en agosto de 1865. envuelta en un halo de mansedumbre y de caridad para con todos en la ley de Jesús, que no se queda en la justicia al estilo del mundo sino que va más allá trascendiendo en la caridad. Que María Santísima, desbordante de amor y caridad, nos ayude a ir mucho más allá del ojo por ojo y diente por diente. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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