Ciertamente que las palabras de Jesús en Evangelio, seguirán siempre resonando en nuestro corazón. Y ¿cómo no continuarán siendo válidas en nuestro tiempo aquellas máximas de Jesús que Él pronunció en el sermón del Monte que hemos estado escuchando en partes en el Evangelio de cada uno de estos días. Hoy la escena evangélica se centra en el capítulo 6 de san Mateo en este hermoso y largo sermón de la montaña que se inicia con las bienaventuranzas (Mt 6,1-6.16-18). Jesús nos recuerda que las obras de piedad, como la limosna, la oración y el ayuno, no deben practicarse para ganar prestigio ante los hombres y, con ello, adquirir una posición de poder, vanidad o privilegio. La primera obra de piedad que nos presenta el evangelista es la limosna, que no debe tener publicidad alguna, sino quedar «en lo escondido», en la esfera del Padre. Su recompensa será por encima de todo la comunicación personal del Padre. Por eso Jesús excluye todo interés torcido en la ayuda al prójimo (Mt 5,7.8), según corresponde a «los limpios de corazón». Su premio será la experiencia de Dios en la propia vida (Mt 5,8). La segunda obra de piedad a la que se refiere es la oración, que debe realizarse en lo más profundo del hombre, donde no llega la mirada de los demás. «Tu cuarto», el más retirado de la casa, y «tu puerta» («echa la llave a tu puerta») son metáforas para designar lo profundo de la interioridad. La oración que se hace en lo profundo obtiene el contacto con el Padre. La palabrería en la oración indica falta de fe. El hecho de que el Padre sepa lo que necesita el que ora, muestra que la oración dispone al hombre para recibir los dones que Dios quiere concederle. Finalmente la tercera obra de piedad es el ayuno que, como en los dos apartados anteriores (Mt 6,2-4.5-6) opone aquí Jesús el ayuno sincero a la conducta de los hipócritas, que con su aspecto descuidado dan a entender que están ayunando, con objeto de ser admirados por los hombres. El ayuno ha de hacerse en secreto y sirve para expresar ante el Padre una actitud íntima.
Estas tres obras de piedad, concretan nuestra vida en tres direcciones que abarcan toda nuestra existencia: en relación con Dios «la oración», en relación con los demás «la caridad» y en relación a nosotros mismos «el ayuno». Los santos y beatos han vivido plenamente esta piedad en el interior de sus corazones y de allí ha brotado el ser y quehacer de sus vidas en el diario devenir. Por ejemplo, hoy celebramos a san Alberto Chmielowski, religioso y célebre pintor polaco, el cual se entregó a los pobres procurando ser bueno con todos y practicando las obras de piedad en relación con los demás, con Dios y condigo mismo., Él fundó las Congregaciones de Hermanos y Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco, siervos de los pobres. Desarrollándose en el campo de la pintura, pronto centró su vida en el seguimiento de Cristo que atiende a los más pobres y necesitados. A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le amputó una pierna a causa de una herida. Estudió pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó a Polonia, y en 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Superada una profunda crisis espiritual, comenzó una nueva vida. El 25 de agosto de 1887 vistió un sayal gris y tomó el nombre de hermano Alberto, pues se llamaba Adán.
Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma congregación (Albertinas). Tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz para su acción caritativa. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevas comunidades que ayudaran a los más pobres y necesitados. Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas. Murió, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en Cracovia, en el asilo por él fundado, pobre entre los pobres. Antes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la Virgen de Czestochowa: «Esta Virgen es su fundadora, recuérdenlo». Y: «Ante todo, observen la pobreza». Enseñó a todos con el ejemplo de su vida que «es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que cada cual puede tomar para satisfacer el hambre». Considerado el San Francisco polaco del siglo XX, el hermano Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por san Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma. Que él y María Santísima intercedan por nosotros para que sepamos vivir las obras de piedad en sus tres dimensiones como nos recuerda el Evangelio de hoy. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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