sábado, 13 de junio de 2020

«San Antonio de Padua»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Quién no ha escuchado hablar de san Antonio de Padua! ¡Quién no conoce algo de este conocido santo de la Iglesia! Hoy se celebra su memoria, y por eso quiero hablar o más bien, recordar algunas cosas de él con ustedes. En primer lugar, hay que recordar que San Antonio no nació en Padua, donde se encuentra la Basílica en la que se conserva su lengua incorrupta. Su nombre de pila fue Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo y nació en Lisboa, Portugal, en 1195. A los 15 años ingresó a los Canónigos Regulares de San Agustín, pero diez años después dejó el instituto e ingresó con los Frailes Menores Franciscanos donde a los 25 años adoptó el nombre de Antonio. Con una voz clara y fuerte, una memoria prodigiosa y un profundo conocimiento, el espíritu de profecía y un extraordinario don de milagros hizo maravillas a su alrededor. Su fama de obrar actos prodigiosos nunca ha disminuido y aún en la actualidad es reconocido como el más grande taumaturgo de todos los tiempos. El Papa Gregorio IX lo canonizó menos de un año después de su muerte en Pentecostés el 30 de Mayo de 1232 y fue proclamado doctor de la Iglesia en el año de 1946.

San Antonio decidió ingresar a los Frailes Menores porque quería ir a predicar a los sarracenos en el norte de Arabia y estaba dispuesto a morir por amor a Cristo. Se fue a Marruecos, pero una severa enfermedad lo obligó a retornar. La imagen de san Antonio es fácil de identificar porque se le representa con su hábito franciscano y un Niño Jesús en brazos, porque fue testigo de una aparición del Niño Jesús y lo sostuvo en sus brazos. San Antonio es conocido como «el Santo de todo el mundo» —así lo llamó el Papa León XII—porque por todas partes se puede encontrar su imagen y devoción. Es patrón de los pobres, de los viajeros, de los albañiles, de los panaderos y de los papeleros. Acude a él un buen número de personas jóvenes y no tanto, para pedir un buen esposo o esposa y se le invoca para encontrar cosas perdidas. En Padua se entregó con tal ardor que en lo sucesivo a su nombre quedaría asociado el de la ciudad: Antonio de Padua. Se instaló primero en la capilla de la Arcella, junto al convento de clarisas, pero solía predicar en el convento franciscano de Santa María, extramuros de la ciudad. Escribió, por petición del cardenal Reinaldo dei Segni (el futuro Alejandro IV), una serie de sermones según las fiestas del año litúrgico y predicó hasta el agotamiento. A sus sermones diarios asistía gran parte de la ciudad. Habiendo empeorado su salud por los viajes y el trabajo en exceso, se retiró al cercano lugar de Camposampiero para descansar y terminar de escribir los Sermones. Pero la gente tuvo conocimiento del lugar en que estaba y acudió en masa a oírle y pedirle consejo.

El viernes 13 de junio, Antonio sufrió un colapso y, ante el próximo fin, pidió que le trasladasen a Padua. Así se hizo, aunque para evitar las multitudes se detuvieron en la Arcella, donde murió Antonio esa misma tarde tras recibir la extremaunción y recitar los salmos penitenciales. No tenía aún cuarenta años, y había ejercido su intensa predicación poco más de diez. Dejó varios tratados de mística y de ascética y se publicaron todos sus sermones. El ejemplo de vida de san Antonio me hace ir al Evangelio de hoy (Mt 5,33-37) en el que Jesús nos pide una actitud decidida y valiente no sólo para predicar, sino para vivir. El Señor quiere que la verdad brille por sí sola. Que la norma del cristiano sea el «sí» y el «no», con transparencia y verdad, porque todo lo que es verdad viene de Dios y eso es lo que predicó san Antonio. Con sencillez, sin tapujos ni complicaciones, sin manipular la verdad es como este santo varón hacía que el Evangelio llegara al corazón de la gente. Haciendo así, como él, los discípulos–misioneros nos haremos más creíbles a los demás y nosotros mismos conservaremos una mayor armonía interior, porque, de algún modo, la falsedad y la parafernalia rompen el equilibrio evangélico y el anuncio no resulta creíble. Finalmente, tengo algo más que añadir de san Antonio: Él, como todo buen franciscano, profesó un gran amor, devoción, admiración y veneración por la Santísima Madre de Dios, la Virgen María. La natividad de la Virgen, todas sus virtudes, la Anunciación, la maternidad divina, el dolor de ver sufrir y morir a su Hijo, su espíritu de oración, etc., fueron algunos de los muchos argumentos tratados en sus prédicas al pueblo de Dios. Pidámosle a María Santísima que nosotros también no sólo con las palabras, sino con nuestras vidas, seamos una predicación del Reino de Dios. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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