Pocas cosas atraen la pasión de tantas personas como el futbol y la religión, y no es que estén peleados. Para muestra está el Papa Francisco, aficionado y socio del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, así como otros sacerdotes que por debajo de la sotana llevan la camiseta —soy Tigre de corazón—. Además, hay que ser honestos: ¡Quien no haya elevado alguna oración al cielo para pedir que su equipo gane, que tire la primera piedra! Al rato es el partido entre México y Alemania y además, en un día que para muchos es especial... ¡hoy es día del padre! ¿Hacia dónde va el mundial? ¿Hacia dónde van muchos papás? Las dos cosas son tan inciertas como el corazón del ser humano, que vive un tanto desorientado y desesperanzado en muchos momentos. Siempre es bueno recordar que el hombre tiene su verdadera patria en el Señor y ahora en este mundo está desterrado. De repente hay fiesta con lo pasajero, como el mundial o el día del Padre, pero la fiesta más hermosa está en el corazón, que, a pesar de todo, está siempre alegre en el Señor anhelando el cielo. Es lo que san Pablo nos recuerda hoy en la segunda lectura de nuestra Misa dominical —que por cierto obliga hoy más que nunca a los papás y a los futboleros— ya que todavía no vemos al que constituye nuestro verdadero hogar.
No está claro si san Pablo en la Segunda Carta a los Corintios (2 Cor 5,6-10) se refiere a la parusía del Señor o si aquí afirma también un encuentro con el Señor en la muerte individual de cada uno de los creyentes. No obstante, en la mente del Apóstol de las gentes está también el afirmar que el sentido de la muerte individual es un encuentro con el Señor. De todas formas, lo importante es en este mundo aceptar la responsabilidad cristiana y agradar al Señor, ante quien todos comparecerán para ser juzgados. La vida aquí en la tierra es un camino que nos conduce al encuentro con Dios. Conviene no distraernos ni equivocarnos de camino, aunque el corazón se sobresalte por nervios, emociones, ansias, esperanzas, angustias y fiestas, como destaca San Agustín: «Estamos en camino: corramos con el amor y la caridad, olvidando las cosas temporales. Este camino requiere gente fuerte; no quiere perezosos. Abundan los asaltos de las tentaciones; Cualquier cosa que sea la que te ha prometido el mundo, mayor es el reino de los cielos» (Sermón 346 B).
Cierto es que el hombre y mujer de fe siempre tienen confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio temporal, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. San Pablo está hablando a una comunidad cristiana que espera ver pronto física y personalmente, en la segunda venida, a un Cristo triunfante. Pero, mientras tanto, a esta comunidad el apóstol les dice que comprende su situación, porque él sabe lo difícil que es vivir guiados sólo por la fe, sin la ayuda de una visión corporal en lo que creen. Y es que vivir sólo guiados por la fe, sin apoyos físicos y corporales, no resulta nada fácil, y menos en un mundo como el nuestro. Por eso hay muchos que no creen, al estilo de santo Tomás, pensando que sólo podemos creer firmemente en lo que vemos y podemos comprobar físicamente. Las realidades espirituales no se pueden ver con ojos corporales como el triunfo de mi equipo favorito o la carnita asada que el mismo festejado tiene que hacer hoy. Por eso, el mismo san Pablo les dice a los Corintios que él «prefiere desterrarse del cuerpo y vivir junto al Señor». Hay que pedir todos los días al Señor que aumente nuestra fe.
Mientras vamos de camino se nos ofrecen pequeñas semillas (Mc 4,26-34) para que demos fruto aunque la manía de lo grande anida en cada corazón y en nuestra sociedad (Ez 17,22-24). El edificio más alto, el automóvil más potente, el jugador más rápido, el predicador más elocuente… Sólo premiamos al «number one». Despreciamos lo pequeño y lo invisible. ¿Cómo podríamos combinar el fenómeno del deporte con la vivencia religiosa del domingo en pleno día del padre? Muchos de nuestros actos no comportan la aceptación del crecimiento de la «pequeña semilla» en nuestro interior y eso es complejo y grave. Pidamos junto a María —si hubiera futbol tal vez lo vería junto a san José y el pequeño Jesús apoyando al Nazareth— que Dios actúe con sus semillas que crezcan de acuerdo con su ley y que nosotros, un día, descubramos con júbilo que la semilla de Dios echa brotes en nuestro corazón y nuestra conciencia gane o pierda México, sea día del padre, de la madre o del niño. Termino hoy con unas palabras de San Juan Crisóstomo: «¡Oh semilla de vida sembrada en la tierra por Dios Padre! ¡Oh germen de inmortalidad que reconcilias con Dios a los mismos que tú alimentas! Diviértete bajo este árbol y danza con los ángeles, glorificando al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. (Juan Crisóstomo, Homilía 7: Cristo es el grano que ha disipado las tinieblas y ha renovado la Iglesia PG 64, 21-26). ¡Felicidades a los papás y felicidades amantes del futbol!
Padre Alfredo.
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