viernes, 8 de junio de 2018

«Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Corazón de Jesús comenzó a latir en el seno de María Santísima hace más de 2,000 años, un corazón sagrado que vino a traer al mundo el fuego del amor de Dios. En una sociedad, en la que la ciencia, la técnica y la informática se desarrollan a un ritmo sumamente acelerado y la gente se siente atraída por una infinidad de intereses a menudo contrastantes, el hombre corre el riesgo de perder su centro, el centro de sí mismo, su corazón. El Corazón de Cristo viene a traer un mensaje especial, es un corazón que habla tiene mucho que decir con su silencio, al mundo de hoy. Al mostrarnos su Sagrado Corazón, el Señor Jesús nos quiere recordar que es allí, en la intimidad de la persona, en ese espacio que no hay que dejar endurecer, en donde se decide el destino de cada uno, la muerte o la vida en sentido definitivo. Él mismo nos da en abundancia la vida, que permite a nuestro corazón, enredado entre la indiferencia y el egoísmo reinantes que como una telaraña lo quieren atrapar para asfixiarlo, abrirse a una forma de vida más digna, más elevada, más santa. Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la fiesta que nos permite reafirmar nuestra confianza en la humildad compasiva de Jesucristo, que crucificado y resucitado es la fuente inagotable de gracia donde todo hombre puede encontrar siempre y particularmente el amor, la verdad y la misericordia divina. 

El profeta Oseas, en la primera lectura de hoy (Os 11,1.3-4.8c-9) nos recuerda que el amor de Dios no está afectado por la mezquindad y las incertidumbres que afligen al corazón humano. Oseas nos presenta a Dios como el que ama entrañablemente a su pueblo y se conmociona profundamente al verlo padecer. Por eso cuando hablamos del «Sagrado Corazón de Jesús», lo que menos importa es el órgano físico, porque sabemos que el corazón es símbolo del amor, del afecto, del cariño y, el corazón de Jesús, significa el amor en su máximo grado, «pero no es un símbolo imaginario, sino un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que ha brotado la salvación para la entera humanidad», dice el Papa Francisco (3 de junio de 2015). En Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Dios de Dios y Luz de Luz, se muestra el misterio del corazón de un Dios que se conmueve y derrama todo su amor sobre la humanidad entera. Un amor misterioso, que en los textos del Nuevo Testamento que hoy meditamos (Flp 3,8-12.14-19 y Jn 19,31-37) se nos revela como inconmensurable pasión de Dios por el hombre. No se rinde ante la ingratitud, ni siquiera ante el rechazo del pueblo que ha escogido; más aún, con infinita misericordia envía al mundo a su Hijo unigénito para que cargue sobre sí el destino del amor destruido; para que, derrotando el poder del mal y de la muerte, restituya la dignidad de hijos a los seres humanos esclavizados por el pecado. Todo esto a un precio muy caro, el Hijo unigénito del Padre se ha de inmolar en la cruz: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Símbolo de este amor que va más allá de la muerte es su costado atravesado por una lanza. A este respecto, un testigo ocular, el apóstol san Juan, afirma: «Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua» (Jn 19,34). 

Celebrar esta fiesta es celebrar la misericordia de Dios, que no es sólo un juego de sentimientos sino una fuerza que da vida, ¡que resucita al hombre! Nos lo dice también el Evangelio, en aquel episodio de la viuda de Naím (Lc 7,11-17). Celebrar esta fiesta es celebrar el amor de Dios por el hombre en el encuentro de la misericordia con la miseria humana, con nuestra indigencia, nuestro sufrimiento, nuestra angustia. Desde esta nuestra pequeñez, es desde donde podemos dirigirnos a ese Dios misericordioso, y tal vez sea bueno hacerlo como lo hacía la beata María Inés Teresa: «Mi oración consiste sólo en jaculatorias, en la aceptación de todo eso que le ofrezco a Nuestro Señor, y en cortas peticiones con el corazón. Una que me es muy familiar y me ayuda muchísimo, a vaciar, por así decir mis aspiraciones es esta: “Sagrado Corazón de Jesús en ti confío”. Porque al decirla le manifiesto todo lo que quiero, todo lo que de él espero y todo lo que en él confío. Me quedo muy satisfecha, y él también. ¡Le agrada tanto la confianza de sus pobres criaturas!» (Diario de 1932 a 1934, f. 482). Mañana sábado conmemoraremos el Inmaculado Corazón de María. Ella tiene tan grande el corazón que por eso es Madre de toda la humanidad. Al ver el Corazón traspazado de su Hijo, permanezcamos hoy viernes al pie de la Cruz junto al corazón maternal de la Virgen Madre, ella nos conducirá en nuestros esfuerzos hacia un amor de verdad, sin egoísmo y sin límites, un amor como el que brota del Corazón Sacratísimo de Jesús. ¡Feliz fiesta del Sagrado Corazón... y si puedes no dejes de ir a Misa, aunque hoy no obligue! 

Padre Alfredo.

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