sábado, 9 de junio de 2018

«El Corazón Inmaculado de María»... Un pequeño pensamiento para hoy

Yo creo que todos hemos oído hablar de «el canto del cisne». Esa vieja frase que se refiere a una antigua creencia de que los cisnes cantan una bella canción en el momento justo antes de morir. A la segunda carta de san Pablo a Timoteo se le ha llamado así por algunos, porque al final de la jornada, san Pablo, el Apóstol de los gentiles, anuncia su muerte con esta su última carta, en la que refleja una urgencia por declarar los temas importantes de un pastor viejo y cansado, pero lleno de esperanza en la vida venidera. Entre muchas otras recomendaciones san Pablo hace algunas que debemos considerar por su urgencia y actualidad, recomendaciones que moldean el comportamiento del discípulo–misionero de Cristo hasta nuestros días. El encargo que el incansable misionero hizo a Timoteo, es muy directo, no da margen a preguntas como...¿Que debo hacer?, ¿dónde debo predicar?, ¿a qué me ha llamado el Señor?, ¿cuándo debo hacer esto?... el encargo tiene bien definido el rumbo. Predica la palabra o Anuncia el mensaje de Dios y hazlo con un estilo de vida, siempre siendo un modelo de cómo se debe vivir en Cristo (2 Tim 4,1-8), con su mismo corazón, con sus mismos sentimientos (Flp 2,5). 

Ayer, mientras terminaba de entrenar, un señor escuchó que Rogelio, mi entrenador, me saludó con la frase que acostumbra: «¡Padre santo!» y siguió la conversación que inicié con Luis, un hombre ya entrado en años al que conozco hace tiempo. El tipo, a quien no recuerdo haber visto antes, al despedirme de Luis me dijo: «Escuché que es usted sacerdote... yo estuve en el Seminario 4 años y éstos marcaron mi vida para siempre»... y así empezó una amena conversación en los que este señor, ya mayor —por lo menos unos 10 o 15 años más grande que yo—, me constaba las peripecias pero el «andar en Cristo» de aquellos años y la influencia de aquellos años de formación en su vida actual, en sus sentimientos y en el rumbo de se corazón. Hoy que es la Fiesta del Inmaculado Corazón de María, pienso que, de manera directa y misteriosa, María nos remite siempre al Sagrado Corazón de Jesús y a sus sentimientos. Y es que en María —como modelo de todo aquel que se ha dejado alcanzar por Cristo, como este señor de corazón noble y gozoso de vivir su fe— todo se dirige a su Hijo. Los Corazones de Jesús y María están maravillosamente unidos en el tiempo y la eternidad y dejan huella en el que se ha dejado contagiar del amor y sobre todo de la clase de amor que de ellos brota. 

María, la Madre de Jesús y Madre nuestra, nos señala hoy, con esta fiesta, su Inmaculado Corazón que arde de amor divino; un corazón que nos muestra su pureza total y que atravesado por una lanza, como el de su Hijo, nos invita a vivir el sendero del dolor y de la alegría de vivir en Cristo. La primera vez que se menciona en el Evangelio el corazón de María, es para expresar toda la riqueza de la vida interior de la Virgen: «María conservaba estas cosas en su corazón» (Lc 2,19; 2,51). E relato de hoy (Lc 2, 41-51) me recordó que ayer palpé, muy de cerca, cómo en mi propio corazón y en el corazón de este buen hombre, lo que es guardar las cosas de Dios en el corazón. ¡Con cuánta alegría me hablaba este señor de sus años de seminario y de cómo ha quedado todo aquello grabado en su corazón, ahora de padre y abuelo! Así, al pensar en este y tantos corazones más, capto con más claridad que la devoción al «Inmaculado Corazón de María» no es una devoción más, sino una cuestión que nos lleva a aprender de ella a amar al estilo de su Hijo Jesús y con su mismo corazón para decirle con ella: «Jesús manso y humilde corazón, haz mi corazón semejante al tuyo». Hoy que es sábado y que, dentro de un rato tendré el regalo inmenso de dar los sacramentos de la iniciación cristiana a un grupito de catecúmenos adultos que con la ayuda de Caro y Jorge se han preparado, quiero encontrarme con María, que nos dice siempre que nos quiere, que nos quiere con toda su alma y con ese corazón semejante al de su Hijo Jesús. Pidamos al Señor en este día tan especial, encomendando a estos nuevos cristianos que reciben hoy el Bautismo, la Confirmación y que hacen su Primera Comunión que así como preparó en el Corazón de María una morada digna al Espíritu Santo, haga que ellos y nosotros, por intercesión de la Santísima Virgen lleguemos a ser templos dignos de su gloria y lo manifestemos con el gozo que yo vi ayer en un sencillo corazón de alguien que, por la emoción que causó escucharle, hasta olvidé preguntar el nombre... pero, que importa, si ese nombre pudo haber sido el tuyo también. ¡Bendecida fiesta del Corazón Inmaculado de María! 

Padre Alfredo.

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