martes, 26 de junio de 2018

«Ni perros ni puercos»... Un pequeño pensamiento para hoy

Ezequías fue uno de los mejores reyes que tuvo Judá. Sincero y devoto, este hombre no fue un ser pluscuamperfecto, ni destacó por las brillantes dotes que poseía, se distinguió más bien de los demás reyes de Judá por la grandeza de su fe (2 Re 18,5). La historia sagrada nos dice que era hijo de Acaz (2 Cro 29,1), un hombre malvado y apóstata y que, a pesar de remar contra corriente aún en su misma familia, se convirtió en el rey noble que hizo de Judá un espacio religioso de paz, en el que él era el primero en orar por las dificultades y los peligros que acechaban a su pueblo. Es uno de los reyes mencionados en la genealogía de Jesús en el evangelio de Mateo. 

La primera lectura de hoy (2 Re 19,9-11.14-21.31-36) nos sitúa en el año 701 antes de Cristo, después de veinte años del destierro de Israel. Senaquerib asedia Jerusalén con su ejército, porque, como a los demás reyes de Asia, les interesa el territorio de Palestina, como camino hacia Egipto. Pero Senaquerib fracasa. No sabemos por qué motivos tiene que levantar el campamento y retirarse. Ezequías ha recurrido a Dios y le ha dirigido una hermosa oración, que hoy leemos —y nos convendría volver a leer en estos días— implorando su ayuda para librarse de las garras del enemigo. La respuesta positiva a esa oración de parte de Dios llega por medio del profeta Isaías y durante un siglo, Judá se verá libre de lo peor. ¡Qué enseñanza! Ciertamente también a nosotros nos iría mejor en todo si fuéramos fieles a nuestros mejores principios y valores. Le iría mucho mejor a la sociedad civil y a la Iglesia y a cada familia o comunidad, pero, exigimos a los demás —incluidos todos los candidatos a puestos públicos— lo que nosotros no queremos dar. La oración nos puede ayudar a entender que las fanfarronadas de los poderosos —que a veces son iguales a las nuestras— como la carta de Senaquerib no son, a menudo, la última palabra, y vemos cómo se derrumban ideologías e imperios que parecían invencibles. Es una lección en el nivel político y social y no me pongo de parte de nadie ni atacando a nadie... ¡simplemente les invito a orar! 

En el Evangelio de hoy (Mt 7,6.12-14), Jesús nos enseña que «la puerta que lleva a la salvación es estrecha y que son pocos los que entran por ella»; en cambio, la puerta que lleva a la perdición es ancha, y son muchos los que penetran por ella. El mismo Jesús nos enseña cuál es el camino para entrar por esa ajustada puerta. Él nos va señalando los principios que tenemos que seguir si queremos confiar en él y ser sus seguidores y testigos en el mundo. Los teólogos de su tiempo —y también los de ahora— se preguntaban si serían muchos o pocos los que se salvarán. San Lucas nos recuerda que Jesús no respondió a semejante pregunta (Lc 13,23). Si son pocos o muchos, es un secreto de Dios; en todo caso, no es ésta la cuestión. Al decir que la puerta es «estrecha», Jesús quiere recordarnos que el camino de la vida es fatigoso y doloroso y que exige una confianza inmensa en Dios como la tuvo Ezequías. Más adelante se comprenderá que este camino es el de la cruz. Y al decir que son pocos los que entran por él, Jesús anuncia que su camino no es el que siguen los criterios del mundo, el de las ideas dominantes o de moda; el suyo es siempre un camino en la oposición al comodismo y a la instalación del mundo, un camino minoritario que los que no tienen a Dios no comprenden. San Agustín comentando el Evangelio de hoy nos ilumina ilustrando nuestra mente y nuestro corazón respecto a no dar lo santo a los perros ni las piedras preciosas a los puercos. El Santo de Hipona nos dice: «Perros son los que ladran calumniosamente; puercos son los manchados con el lodo de los placeres sensuales. No seamos ni perros ni puercos para merecer que el Señor nos llame hijos» (Sermón 60,A,4). La defensa de nuestra fe nos urge siempre, especialmente en tiempos de elecciones. No podemos, ni hoy ni nunca, participar en la liturgia diaria o dominical con malas disposiciones del alma, solamente criticando, peleándonos entre nosotros o mostrándonos indiferentes ante la responsabilidad que muchos tenemos como ciudadanos... hay que correr al confesionario y mantenernos en gracia rogando al Señor. No podemos ir a las urnas sin ton ni son. Ezequías oraba con gran fe para dejarse iluminar por Dios, oremos y pidamos también nosotros luz. Por mi parte hoy le pediré a la Dulce Morenita del Tepeyac, en la Basílica, antes de entrar a mi cajita feliz a confesar, que tenga misericordia de nosotros y nos de en México al gobernante que necesitamos para acercarnos más a su Hijo Jesús que nos muestra ese camino, estrecho siempre, pero esperanzador. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

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