El autor del Libro de las Crónicas —este libro que la liturgia nos intercala en la lectura que veníamos haciendo del libro de los Reyes— atribuye al pecado de la idolatría la ruina que le sobrevino a Joás en su reinado del pueblo de Isarel; un reinado que fue largo y que había empezado bien, con una significativa restauración de la vida social y religiosa del pueblo. El autor del libro sagrado nos hace ver que cuando murió su mentor, que era el sumo sacerdote Yehoyadá, que era quien le había ayudado a subir al trono, se olvidó de sus buenos consejos y siguió los de otros que le condujeron de nuevo a la idolatría y al capricho de una autoridad mal entendida. Cierto es que no solo en aquella época sino en todas, aparecen gobernantes con un «aire triunfalista» que anuncian que serán muy «cumplidores» y que en todo estarán comprometidos con el pueblo. La historia de Joás no es algo nuevo para pueblos como el nuestro. En plena época de elecciones no faltan por aquí y por allá los «Joases» que desgraciadamente, al llegar al poder, se toparán con la tentación de hacer lo mismo que este personaje bíblico del que liturgia habla hoy (2 Cro 24,17-25). Cuántos gobernantes no solo en este México lindo y querido, sino en otras naciones, pueblos y hasta pequeños parajes, parecen padecer una especie de alzhéimer, «olvidándose» de sus electores para abrazar la idolatría del poder corriendo a adorar al mismo tiempo a «don dinero», el falso dios que es tan atractivo en los medios de la política nacional e internacional.
¡Qué claro habla el salmo de hoy! (Sal 88,4-5.29-30.31-32.33-34) cuando dice: «si sus hijos abandonan mi ley y no cumplen mis mandatos, si violan mis preceptos y no guardan mi alianza, castigaré con la vara sus pecados y con el látigo sus culpas, pero no les retiraré mi favor... no desmentiré mi fidelidad, no violaré mi alianza ni cambiaré mis promesas»... ¡Cuánta paciencia nos tiene el Señor! Al hijo de Yehoyadá, Zacarías, el profeta de Dios, que le había recriminado su cambio de conducta, lo eliminaron asesinándolo en el Templo. Zacarías murió exclamando: «Que el Señor te juzgue y te pida cuentas». Más tarde, Jesús les echará en cara a sus contemporáneos: «que caiga sobre ustedes toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del inocente Abel hasta la sangre de Zacarías, a quien mataron entre el Templo y el altar» (Mt 23,35). Zacarías seguramente estará gozando de ver a Dios cara a cara, aquellos otros... yo no se. Tal vez al toparnos en la Biblia con situaciones como estas tengamos la tentación de decir con indiferencia, en estos días previos a las elecciones: «yo no me meto con la política, no adoro ídolos falsos como muchos, no adoro estelas, no tengo ídolos»... pero casi sin darnos cuenta, si no nos ponemos listos, haciéndonos a un lado de una grave responsabilidad cívica y moral, podemos faltar al primer mandamiento, que sigue siendo el más importante: «no tendrás otro dios más que a mí». En medio de una campaña electoral, por más confundido que alguien esté, no le exime de una responsabilidad de este calibre y menos cuando se sabe seguro adorando casi ciegamente al dios dinero, dios éxito social, a la diosa vanidad, a diosa fama, al dios placer, a diosa ambición... todos ellos, ídolos particulares esclavizantes de ideologías o estructuras que brindan seguridad y que si como creyentes no abrimos los ojos, nos acarrearán, a corto o largo plazo a la ruina como hijos de Dios haciéndole a un lado. Hay que leer la historia antigua de Israel para aplicárnosla a nosotros.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos presenta otro rasgo del estilo de vida de sus seguidores (Mt 6,24-34): la confianza en Dios, en oposición a la excesiva preocupación por adorar a tantos dioses falsos de hoy y de siempre. Cristo nos enseña a los suyos la actitud de confianza en el Padre misericordioso, con una comparación con los pájaros y las flores. El verdadero Dios por quien se vive —como nos recordó la Guadalupana— no quiere es que estemos agobiados (palabra que sale hasta seis veces en esta lectura) por las preocupaciones de las necesidades más básicas. También quiere que abramos los ojos para saber mirar las cosas en su justa jerarquía: el cuerpo es más importante que el vestido, y la vida que el comer. Del mismo modo, el Reino de Dios y su justicia es lo principal, y «todo lo demás se nos dará por añadidura» sin estar al «al servicio de dos amos». Esta es una afirmación que en el contexto que en México vivimos estos días nos pone ante la disyuntiva ante Dios al contemplar sus intereses y los nuestros, porque puede haber por ahí ciertos idolillos que siguen teniendo actualidad y que devoran a sus seguidores. Ciertamente, en época de elecciones necesitamos mucha oración, ocupamos poner los pies en la tierra dejándonos guiar por la luz el Espíritu. Pero lo que Jesús nos enseña es que no nos dejemos «agobiar» por la preocupación ni angustiar por lo que sucederá mañana... el 1 de julio ganará quien gane, pero, si nos ponemos listos, todos podemos ganar conservando a Dios en el corazón como nuestro único Dios, el Dios que a pesar de los pesares nunca ha abandonado a su pueblo. Los ejemplos de las aves y de las flores no son una invitación a la indiferencia. En otras ocasiones, Jesús nos dirá claramente que hay que hacer fructificar los talentos que Dios nos ha dado, así que manos a la obra, para saber decidir sin que el mundial —que tanta alegría nos está dando— nos distraiga de una y todas las obligaciones de las que no nos podemos eximir. ¡Bendecido sábado con María, la Madre del Señor!
Padre Alfredo.
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