miércoles, 6 de junio de 2018

«Amigos de verdad»... Un pequeño pensamiento para hoy


Ninguno de nosotros, al llegar a este mundo, fuimos fruto e la casualidad, no somos fruto del azar. Cada uno hemos sido «queridos» por Dios y por eso nuestra vida tendrá como tarea constante el corresponder a ese amor y encontrarlo en quienes comparten con nosotros la vida. La familia, los amigos, los cercanos, son para nosotros la manifestación del amor de Dios. Pablo, cuando escribe las líneas que hoy leemos en la primera lectura de Misa (2 Tim 1,1-18), es un hombre envejecido que se halla en una de las duras y húmedas cárceles de Roma, sin aire ni luz suficientes. Allí espera angustiadamente un juicio del que sabe que no escapará con vida y, por si esto fuera poco, el Apóstol de las gentes tiene la triste conciencia de que ha sido abandonado y traicionado por algunos: «todos los de Asia me han vuelto la espalda, entre otros, Figelo y Hermógenes» (2 Tim 1,15). Las penas del apostolado y las dificultades de la vida célibe que ha llevado, no lo han convertido en un hombre seco e insensible al amor y a la vida afectiva, por eso quiere que Timoteo, el amigo que es para él como un hijo que «tiene sus mismos sentimientos» (Flp 2,20) vaya a su lado. El corazón de todo apóstol es para Dios, sí, pero como dice la beata Madre María Inés Teresa: «Nuestro corazón es todo de Dios y para Él solo. Y en Él amamos a nuestros semejantes, ante todo con amor de caridad, de amistad…» (Carta colectiva de abril 22 de 1962).

Desde el corazón de «amigo», Pablo deja salir una serie de consejos a Timoteo que, venidos de tan gran amigo, nos vienen muy bien a nosotros. Pablo le encomienda que siga adelante con valentía en su ministerio: «aviva el fuego de la gracia» que recibiera el día de su ordenación, que no sea cobarde, sino que actúe con energía, amor y buen juicio, «no tengas miedo de dar la cara», «toma parte en los duros trabajos del evangelio». En la cárcel, no cede en su empeño de anunciar a Cristo: «no me siendo derrotado», «sé de quién me he fiado» y le quedan fuerzas para preocuparse de los amigos y aprovechar hasta las últimas energías para llenar a todos de Dios. Hablando más de la amistad, la beata María Inés, apunta: «Es hermosa la amistad, pero… una amistad que me acerca más a Dios, que tiene la valentía de corregirme mis defectos, que no acepta mis críticas, que me ayuda a superar una crisis con espíritu sobrenatural, no con cariñitos tontos; que me ayuda a preparar una clase con desinterés, que me ayuda siempre a ver las cosas desde un plan sobrenatural» (Carta circular desde Madrid, a 25 de septiembre, 1969)... ¡Qué regalazo es tener amigos y ser amigos! ¡Bendito Dios que tengo muchos amigos y no solo virtuales, como me dijo Sonia ayer en la Basílica al salir de la cajita feliz luego de haberle hecho al Señor muchos amigos en cuatro horas de confesión! ¡Ustedes también, como yo, den gracias por los amigos!


Pero, en contraste con esto, en el Evangelio aparecen los enemigos de Jesús, los saduceos, gente de la elite social que había caído —casi en su mayoría— en la mezquindad de la casuística y en el vicio de tender trampas y poner en ridículo a Jesús. Decididamente, Jesús no lo tuvo nada fácil, la gente «VIP» de ese mundo chocaba con su mensaje y su estilo de vida (Mc 12, 18-27). Los Saduceos, racionalistas escépticos, representan bastante bien una tendencia existente también hoy en algunos de «aparentar amistad», para poner trampas y ridiculizar. Los saduceos se acercan a Jesús en un tono de «falsa amistad» y lo llaman «Maestro» cuestionándole sobre asuntos de la resurrección en la que ni siquiera creían. ¡Qué cercanos y a la vez que poco amigos de Jesús! Si somos amigos de Jesucristo, hemos de confiar abiertamente en Él sabiendo que, lo que busca el verdadero amigo es que seamos felices y nos conduzcamos en la verdad. El asunto, como digo, versaba sobre la resurrección, sobre la vida eterna, pero si aquellos hombres no entendían el valor de la amistad y se acercaban en ese tono a Cristo para dejarlo en ridículo, menos iban a entender que la vida eterna es un asunto de amistad con Dios. San Agustín describía así la vida de eterna en una amorosa comunión de amistad: «No padecerás allí límites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano tendrá también todo; porque ustedes dos, tú y él, se convertirán en uno, y este único todo también tendrá a Aquel que los posea a ambos» (Comentario sobre el salmo 36). ¡Aprendamos a ser amigos desde aquí... aunque no sea 14 de febrero! Roguémosle a la «Amiga de siempre», a la mujer fiel que no nos deja nunca, a la Inmaculada y pura Virgen María que nos ayude a valorar la amistad y que la vivamos como Pablo y Timoteo en camino hacia la vida eterna donde la amistad nos hará a todos hermanos. ¡Bendecido miércoles!


Padre Alfredo.

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