Si ayer mi reflexión se centraba en Cristo como «Agua Viva» que nos invita a renovar nuestro bautismo en la celebración de la Vigilia Pascual, hoy pienso en la luz del Cirio Pascual que encenderemos en medio de la oscuridad de esa noche santa: «Vengan a la luz», dice profetizando el profeta Isaías en la primera lectura (Is 49,8-15) invitándonos a salir de las tinieblas o esclavitudes para ir hacia la luz y esa luz, lo sabemos, es la que nos trae Cristo con su resurrección (Jn 5,17-30). El Padre Dios ha constituido a su propio Hijo en la nueva y definitiva Alianza que nos viene a iluminar la vida. Dios nos quiere sacar de la oscuridad de nuestros pecados. Él quiere que nos llenemos de la alegría de quien siempre se sabe «iluminado» por Dios. Y junto con nosotros, la creación entera gritará y saltará de gozo esa noche, pues también a ella alcanzará la luz de Cristo en el Cirio Pascual. Cuaresma es convertirse a la verdad buscando la luz. ¿Tengo ya mi Cirio para la noche santa? ¿Lo estoy buscando ya? Una persona que se llame a sí misma «cristiana» y que no esté auténticamente comprometida con Cristo buscando su luz y se pierda entre las oscuridades de este mundo, no es cristiana.
Hoy mucha gente camina entre un poco de luz y un mucho de oscuridad, a pesar de que es evidente que Jesús es la luz del mundo y el único que puede iluminarnos. Su unidad y comunión con el Padre le enriquece con esa facultad de dar luz a nuestras vidas. Toda su vida y mensaje es una invitación a vivir en la luz. Así lo hizo en su tiempo y lo continúa haciendo en el nuestro. Pero para que esa luz nos ilumine a nosotros, es necesario que «le creamos y escuchemos su palabra». Jesús nos invita a echar mano de las prácticas cuaresmales —ayuno, oración y limosna— para que dejemos toda clase de oscuridad y nos acerquemos a su luz reafirmándonos en su alianza, esa alianza nueva y eterna fundada en el amor incondicional de su misericordia. La Historia de la Salvación es una historia de luz. Dios es la Luz, mientras que la impotencia y el sufrimiento humano se describen en la Biblia bajo la imagen de la tiniebla, hasta el punto de que el camino hacia nuestra plena felicidad se simboliza en el paso de la noche al día, de la oscuridad a la luz: «Trocaré delante de ellos la tiniebla en luz» (Is 42,16). Quien posee conciencia clara, iluminada, responsable, de lo que él es en Dios por Cristo, se encuentra ante un horizonte deslumbrador, aunque se vea salpicado de nubes, dificultades, incertidumbres, riegos. ¡Al final, está Cristo luz del mundo!
Quizá estos días de Cuaresma sean un buen momento para recorrer nuestras propias historias contando o cantando las veces que Dios ha iluminado nuestras vidas, nuestro ser y quehacer, nuestras decisiones, nuestros anhelos. Vale la pena celebrar el sacramento de la Reconciliación para reconciliarnos con Él y reafirmar nuestra opción por vivir en la luz. San Agustín predica: «La penitencia purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad» (Sermón 73). El encuentro con Cristo en el sacramento del perdón, nos libera y nos capacita para saborear la paz y ser luz para nuestros hermanos dirigiendo a la vez nuestras miradas hacia Cristo luz del mundo que viene a iluminarnos como hijos de Dios invitándonos a vivir como auténticos discípulos–misioneros cuyos rostros solamente se pueden distinguir en la luz. No desaprovechemos este tiempo de gracia del Señor. Volvamos a Él con un corazón humilde, arrepentidos de todo aquello que nos alejó de Él. Y Dios tendrá compasión de nosotros, pues siendo rico en misericordia, no se olvida de que somos barro ni nos guarda rencor perpetuo. Que el Señor sea luz y lámpara para nuestro camino hacia la Pascua y Nuestra Señora de la Luz ilumine, como estrellita, nuestro sendero hacia la Vigilia Pascual. ¡Feliz y bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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