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El hombre, tocado por el pecado original, está siempre tentado a creerse todopoderoso y olvidar a Dios poniendo su confianza en lo que tiene, en el puesto que ocupa en la sociedad e incluso en lo que pueda aparentar. Hoy vivimos en una cultura de la apariencia que es tremenda. Aparentas que tienes una casona, pero es rentada a precios exorbitantes; aparentas que tienes un carrazo, pero es de la empresa; aparentas que tienes un cuerpazo, pero es de silicón, plástico y policarbonato; aparentas no sé cuántas cosas más... y todo para lucirse como el rico epulón, cuyo nombre ni siquiera se sabe, pues "Epulón" no era un nombre, como algunos piensan, los epulones o septenviros eran los que formaban el último de los cuatro colegios sacerdotales de la Antigua Roma. El mensaje de Jeremías y el del Evangelio de hoy ((Lc 16.19-31) es para todos nosotros, sobre todo en este tiempo en que el camino de la Pascua nos invita a reorientar nuestras vidas y a dejarnos de apariencias y apegos que no nos dejan mirar la belleza de la vida y lo increíble que es ayudar al que nada tiene o al que todo lo ha perdido.
La parábola del rico Epulón, que banqueteaba que daba gusto y del pobre Lázaro, a quien los perros lamían sus llagas, nos deja una pregunta: ¿en qué o en quién ponemos nuestra confianza en esta vida? El rico la ubicó en sus riquezas y falló. En el momento del juicio no le sirvieron de nada. Y no es que fuera injusto, ni que robara, porque el relato no lo dice. Sencillamente, estaba demasiado lleno de sus riquezas e ignoraba la existencia del pobre. Era insolidario, como tantos hombres y mujeres de hoy y además no se dio cuenta de que en la vida hay otros valores más importantes que los bienes materiales. Lázaro (del pobre sí se dice el nombre) no tuvo esas ventajas en su vida. Pero se ve que sí había confiado en Dios y quizá hasta el frescor de la lengua de los perros agradecía y todo eso le llevó a la felicidad definitiva. ¡Qué gran lección para nuestro globalizado mundo envuelto en esa cáscara terrible del materialismo! Hoy terminamos, unidos al corazón purísimo de la Virgen María, que se sintió siempre necesitada de Dios, con la bendición opcional que la liturgia nos pone para la Misa de hoy: "Ayuda, Señor, a tus siervos, que imploran el auxilio de tu gracia, para que obtengan el amparo de tu protección y de tu guía". ¡Bendecido jueves de Cuaresma, jueves eucarístico y sacerdotal!
Padre Alfredo.
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