¡Qué barbaridad... ya estamos en marzo! Y, como cada día uno del mes, nos encomendamos a la Divina Providencia pidiéndole como lo hacía la beata María Inés- que no nos falte casa, honra y sustento. El día de hoy, Jeremías nos habla al corazón (Jer 17,5-10) y nos ofrece una meditación sapiencial muy especial que nos cuestiona y nos pone a pensar en el hombre bendito, que da fruto y el hombre maldito que se queda con una vida estéril. Hay en la actualidad mucha gente que pone su confianza en lo meramente humano, en las fuerzas propias (en la "carne" dirían los antiguos más antiguos que yo). La comparación es expresiva: Estas vidas son estériles, como un cardo raquítico en tierra reseca. Pero también, gracias a Dios, hay mucha gente bendita que confía en Dios y por él hipoteca su vida. Estos son los auténticos discípulos-misioneros de Cristo que dan fruto abundante, como un árbol que crece junto al agua. El optar por una u otra forma de ser acontece en lo más profundo del corazón, y por eso el profeta nos dice que el corazón del hombre maldito es "falso y enfermo". Todos nuestros actos exteriores concretos, son consecuencia, por lo tanto, de lo que hayamos decidido en nuestro interior: si nos fiamos de nuestras fuerzas o de Dios.
El hombre, tocado por el pecado original, está siempre tentado a creerse todopoderoso y olvidar a Dios poniendo su confianza en lo que tiene, en el puesto que ocupa en la sociedad e incluso en lo que pueda aparentar. Hoy vivimos en una cultura de la apariencia que es tremenda. Aparentas que tienes una casona, pero es rentada a precios exorbitantes; aparentas que tienes un carrazo, pero es de la empresa; aparentas que tienes un cuerpazo, pero es de silicón, plástico y policarbonato; aparentas no sé cuántas cosas más... y todo para lucirse como el rico epulón, cuyo nombre ni siquiera se sabe, pues "Epulón" no era un nombre, como algunos piensan, los epulones o septenviros eran los que formaban el último de los cuatro colegios sacerdotales de la Antigua Roma. El mensaje de Jeremías y el del Evangelio de hoy ((Lc 16.19-31) es para todos nosotros, sobre todo en este tiempo en que el camino de la Pascua nos invita a reorientar nuestras vidas y a dejarnos de apariencias y apegos que no nos dejan mirar la belleza de la vida y lo increíble que es ayudar al que nada tiene o al que todo lo ha perdido.
La parábola del rico Epulón, que banqueteaba que daba gusto y del pobre Lázaro, a quien los perros lamían sus llagas, nos deja una pregunta: ¿en qué o en quién ponemos nuestra confianza en esta vida? El rico la ubicó en sus riquezas y falló. En el momento del juicio no le sirvieron de nada. Y no es que fuera injusto, ni que robara, porque el relato no lo dice. Sencillamente, estaba demasiado lleno de sus riquezas e ignoraba la existencia del pobre. Era insolidario, como tantos hombres y mujeres de hoy y además no se dio cuenta de que en la vida hay otros valores más importantes que los bienes materiales. Lázaro (del pobre sí se dice el nombre) no tuvo esas ventajas en su vida. Pero se ve que sí había confiado en Dios y quizá hasta el frescor de la lengua de los perros agradecía y todo eso le llevó a la felicidad definitiva. ¡Qué gran lección para nuestro globalizado mundo envuelto en esa cáscara terrible del materialismo! Hoy terminamos, unidos al corazón purísimo de la Virgen María, que se sintió siempre necesitada de Dios, con la bendición opcional que la liturgia nos pone para la Misa de hoy: "Ayuda, Señor, a tus siervos, que imploran el auxilio de tu gracia, para que obtengan el amparo de tu protección y de tu guía". ¡Bendecido jueves de Cuaresma, jueves eucarístico y sacerdotal!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario