Empiezo mi reflexión en este domingo V de Cuaresma haciendo referencia al corto pasaje tomado de la carta a los hebreos que nos presenta la segunda lectura (Hb 5,7-9); en ella se recalca que Cristo al estar en este mundo aprende a obedecer, que es alguien que sufre, que clama ser salvado... es decir, remarca las dimensiones profundamente humanas del Señor —verdadero Dios y verdadero Hombre— describiendo con palabras conmovedoras y llenas de realismo la oración y la angustia de Jesús. De este modo, nos queda claro que el Mesías es conducido por el Padre hasta dar la vida... «Ha llegado la hora», dice hoy el evangelista san Juan (Jn 12,20-33) en que el Hijo del Hombre sea glorificado. Por su obediencia al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, Jesús alcanzó una vida cumplida, perfecta, gloriosa, y fue constituido en Señor que ahora da la vida a todos cuantos le obedecen.
Desde tiempos inmemorables, la Iglesia ha profundizado en esta «hora» de la entrega del Señor en su muerte redentora. «Cristo —afirma san Ambrosio— aceptó caer en tierra y ser desparramado, para transformar nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa». Esta semilla de salvación, de la que él mismo habla en el pasaje evangélico de hoy, germinó en beneficio de toda la humanidad (cf. San Ambrosio, Comentario sobre los Salmos: La semilla de todos es Cristo). San Cirilo, por su parte, enseña que «El género humano puede ser comparado a las espigas de un campo: nace en cierto modo de la tierra, se desarrolla buscando su normal crecimiento, y es segado en el momento en que la muerte lo cosecha». «El mismo Cristo —continúa diciendo san Cirilo— habló de esto a sus discípulos, diciendo: ¿No dicen ustedes que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo les digo esto: Levanten los ojos y contemplen los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo el salario y almacenando fruto para la vida eterna» (cf. San Cirilo, Comentario sobre el Libro de los Números: Cristo brotó en medio de nosotros como una espiga de trigo; murió y produce mucho fruto).
Estamos entrando a la última semana de la cuaresma de este año y vuelvo a insistir en la frase del evangelio: «Ha llegado la hora». Para los evangelistas, esa «hora» de Jesús es el momento de su pasión y glorificación, cuando muere el grano para dar fruto, que es manifestación de amor, nacimiento del hombre nuevo y don del Espíritu. La «hora» señalada en Caná en aquellas bodas en las que estaba presente María se realizará en la cruz, con la nueva multiplicación de la sangre redentora del Cordero que brota de su sufrimiento y de gloria, porque a toda persona le llega su «hora» en esos instantes decisivos en los que nadie nos puede suplir y allí estará nuevamente María, al pie de la cruz. La vida humana se ve iluminada cristianamente desde esta «hora» del Señor, que, en todo caso, es, como digo, el momento de entrega final al servicio de la resurrección del Reino. Los días de la Semana Santa están a la puerta, la llegada del Domingo de Ramos es inminente y, como los discípulos, tal vez nosotros tampoco entendamos del todo eso de la «hora». Muchos pretenden ver a Jesús y acompañarle a ratos, sin seguirle hasta el final para morir con él como el granito de trigo porque se han dejado seducir por las frivolidades y superficialidades de la mundanidad de la que habla el Papa Francisco muchas veces. Para nosotros, también ha llegado la «hora», la hora de entender que si no morimos como el trigo, sintonizando con Cristo en su pasión, no habrá frutos de resurrección. ¡Bendecido domingo y a disfrutar de la Misa... que hoy obliga!
Padre Alfredo.
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