Celebramos en este cuarto domingo de Cuaresma el llamado «Domingo Laetare», un domingo para alegrarnos por la proximidad de la Pascua. En medio de un tiempo marcado por la oración, la limosna y el ayuno, este día la Iglesia nos invita a hacer un alto para recordarnos que nuestras prácticas cuaresmales van encaminadas hacia la alegría de la Pascua. La antífona de entrada de la Misa —que muy poco se usa, debido a que hay un canto de entrada— comienza con esa palabra que da nombre al día: «Laetare, Ierúsalem» (Is 66), «Alégrate, Jerusalén» y el ornamento sacerdotal, que en Cuaresma es morado, hoy se torna —si se tiene— en uno de color rosa. Este domingo es el penúltimo de este tiempo litúrgico, por ello un respiro en el camino de la austeridad al divisar en el horizonte la gloria que se va a alcanzar. Alégrense y regocíjense porque el Señor padecerá, pero será para resucitar y traernos nueva vida. Resucitará en la Pascua trayéndonos nueva vida, nueva esperanza.
La Pascua es el paso de Dios por medio de nosotros. Ya pasó en Navidad de la misma forma humilde y radical. Ahora nos ofrece, en la Semana Santa ya próxima, la prueba de su máximo amor muriendo en la cruz para traernos nueva vida. Seguimos trabajando en nuestra conversión para encontrarnos más de cerca con Dios, pero... ¿quién busca a quién en esta Cuaresma?, ¿busco yo a Dios o es Él quien me busca? No podemos dudar que la iniciativa viene de Él, y en nosotros, tan sólo, quiere encontrar una respuesta. ¿Qué le responderemos en esta Pascua que ya viene? ¿La espero con alegría? ¿Aspiro a resucitar con Él en una vida nueva de más compromiso en mis actividades, en mi ser y quehacer de cada día? Se muere al pecado para resucitar a una vida más limpia, más entregada, más luminosa, una vida «resucitada». En Cuaresma recordamos que el bautismo es nuestra entrada en la gracia de Jesucristo, pero el seguimiento del Maestro produce de manera sensible y consciente los beneficios que San Pablo nos presenta en la segunda lectura de hoy (Ef 2,4-10) y que llenan de alegría el corazón. Las palabras de este santo misionero nos dan una idea llena de esperanza de una nueva creación, gracias al sacrificio de Cristo. Y si recapacitamos un poco en ello veremos que hay pruebas objetivas en nosotros mismos de ese renacer gracias a nuestro cumplimiento de las prácticas cuaresmales —ayuno, oración y limosna— que nos están ayudando a redescubrir el camino de seguimiento de Jesús.
Cada año Dios pasa por nuestras vidas también en Cuaresma. La primera lectura de este domingo, es un claro ejemplo de paso y del juicio de Dios. Debemos ser conscientes de que al final de la vida de cada uno, se nos preguntará qué hemos hecho de nuestra vida con los dones recibidos y qué provecho sacamos de ellos. El pueblo de Dios, Israel, olvido la predilección que con él se tenía. Se fijó en el proceder de los pueblos de su entorno y los quiso copiar. No fue fiel a las normas que le había dictado el Señor y recibió una dura pena, fue enviado al destierro en donde después del sufrimiento, recobrará la alegría de saberse perdonado por la misericordia de Dios (2 Cro 36,14-16.19-23). Conservemos en estos días que faltan de Cuaresma, la alegría de ser mirados con amor por Dios que no nos abandona a las consecuencias de nuestros pecados. Somos amados por un amor inmenso: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,14-21) dice el Evangelio de hoy. Apostar siempre —aun en medio de las dificultades que nuestra condición de pecadores nos pueda ocasionar— por la alegría de la Pascua, es creer en el nombre del Hijo único de Dios que viene a darnos una vida nueva. Que María Santísima, en cuya vida flota siempre un aire de esperanza y de alegría que no se da en otros corazones, y que acompañó a su hijo hasta la cruz, nos ayude a seguir avanzando en esta Cuaresma hacia la alegría de la Pascua. ¡Nos vemos en Misa o por lo menos, los que estamos a distancia, oramos ahí unos por otros! ¡Feliz domingo!
Padre Alfredo.
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