sábado, 31 de marzo de 2018

«Un silencio esperanzador»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy la Iglesia, durante el día, guarda un silencio esperanzador, un silencio que gritará el anhelo de la Resurrección en la Vigilia Pascual la noche de este sábado. En la noche —o por la madrugada en algunos lugares—- tendremos la celebración que es la central de todo el año, la que lleva a su cumbre el camino que empezamos con la Cuaresma y la que inaugura la Cincuentena Pascual: la «VIGILIA PASCUAL». Una vigilia plagada de símbolos muy expresivos: la noche misma y su oscuridad, la luz del fuego nuevo, el Cirio, el pregón, las flores, el aleluya, los sacramentos del Bautismo — en donde hay catecúmenos y reciben el bautismo hoy—, y la Eucaristía —la más solemne del año—. Esta noche, en la celebración hay más lecturas que de costumbre —normalmente, siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo—, porque es la noche en que la comunidad cristiana «vela», proclamando la Historia de la Salvación desde los orígenes del mundo hasta la nueva creación de Cristo Resucitado. 

Los libros históricos de la Biblia esta noche nos presentan la creación del mundo y del hombre, recordándonos que ahora es el nuevo Adán, el Hombre verdadero, el Mesías esperado, que centra nuestra atención. La fe de Abraham, dispuesto a sacrificar a su hijo, aparece como figura de Cristo que se entregó a sí mismo para salvar a todos. El paso por el Mar Rojo abierto nos ayudará a entender la Pascua del Señor y la liberación que celebramos radicalmente en nuestro bautismo. Los profetas, en sus cuatro lecturas, nos mostrarán palabras de esperanza y estímulo salidas de la boca de Dios: «los reuniré, les daré un corazón nuevo, los purificaré, serán mi pueblo, los amaré con misericordia eterna, los llenaré de toda clase de dones... Pero sobre todo el Nuevo Testamento, después del canto del gloria, con brillantes expresiones de alegría: flores, música y canto, nos anunciará la gran noticia de la Resurrección y su paralelo sacramental en el Bautismo cristiano, por el que nosotros mismos hemos sido sumergidos en la nueva existencia del Señor como sus discípulos–misioneros y renovaremos las promesas de nuestro bautismo. La Vigilia Pascual que esta noche celebraremos es lo que da sentido a nuestra fe y a nuestra existencia: por eso somos cristianos, por eso nos sabemos discípulos–misioneros, por eso seguimos perseverando a pesar de las dificultades que podamos encontrar, porque Cristo inaugura un nuevo orden, ha resucitado y vive. No seguimos a un libro, o a una doctrina, o a un maestro y fundador de otros tiempos, sino a una Persona Viviente, Jesús, el Mesías y Salvador, que ha sido resucitado por la fuerza del Espíritu y está presente en medio de nosotros, aunque no le veamos, actuando por su Espíritu en nuestro mundo hoy globalizado. 

La vida cristiana no termina en la cruz, sino que nace en esta noche de Pascua. La Resurrección de Jesús lo renueva todo, nos abre a la novedad de su Espíritu vivificante y reciclador. Pero a la vez la Resurrección se nos da en primicia (1 Cor 15,20) y, como toda primicia, tiene algo de seminal, porque lo nuevo siempre nace pequeño. Quizá por eso necesitamos liberar nuestra concepción de la Resurrección de todo tipo de triunfalismo, ya que la experiencia de la Resurrección es siempre humilde y un tanto opaca, porque la realidad no deja de perder su densidad y dureza y sólo podemos captar su huella con los ojos de la fe. Revivir esta noche de la «VIGILIA PASCUAL» la Resurrección del Señor, nos puede cambiar —si queremos— la mirada, el corazón, el alma. Esta noche todos estamos llamados a romper con la mezquindad y la mediocridad. Estamos llamados a poner la fraternidad por encima de rituales, por encima de movimientos y grupos, por encima de tantas pequeñeces que con frecuencia nos apartan a unos de otros. Estamos llamados a sentir que pertenecemos a la comunidad cristiana; que en ella somos acogidos y amados; que en la Iglesia, impregnada por el gozo de la Pascua, no hay exclusión para nadie. Esta es la noche para echar fuera todo egoísmo, toda hipocresía, todo orgullo, todo miedo, todo aquello que impide que brille la luz de la Resurrección. Que de las tinieblas de esta noche santa salgamos todos renacidos y revestidos de la luz de Cristo como revestida está María su Madre. Ella nos ayudará a vivir santamente la Pascua y, como ella, a esperar en actitud orante la fuerza del Espíritu que llegará de lo alto. Caminemos hacia esta noche santa de la «VIGILIA PASCUAL» en un silencio esperanzador. 

Padre Alfredo.

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