martes, 13 de marzo de 2018

«Agua que cura y da vida»... Un pequeño pensamiento para hoy

El profeta Ezequiel (Ez 47,1-9.12) nos ayuda a entender la escena del Evangelio de hoy, tomado de san Juan (Jn 5,1-16) a quien estaremos escuchando en el capítulo 5 tres días seguidos de esta semana. El tema en las dos lecturas es el agua que cura y salva, y por tanto, en el marco de la Cuaresma, podemos ver claramente la intención de la Iglesia de que recordemos el valor de nuestro bautismo, que re-estrenaremos en la Vigilia Pascual. Las aguas que brotan del Templo, que vienen de Dios, van purificando y curando todo a su paso, haciendo que los campos produzcan frutos y que el mar se llene de vida. Es un sublime simbolismo que volveremos a escuchar en esa noche de la Vigilia Pascual. Apunta, por una parte, al paraíso inicial de la humanidad, regado por cuatro ríos de agua, y, por otra, al futuro mesiánico, que será como un nuevo paraíso (cf. Lc 23,43). En el simbolismo del agua, que es vida, purificación, bautismo, sanación, fecundidad, chorro que salta a la vida eterna, gracia, novedad... se nos ofrece tanto la imagen de purificación como la de fecundidad. En ese caudal de la gracia nos bañamos espiritualmente y nos renovamos, por eso damos tanta importancia en nuestra vida ordinaria al sacramental del agua bendita.

El agua, tanto la que anuncia Ezequiel como la del milagro de Jesús, que se preocupa del enfermo que esperaba años y años sin verse beneficiado de las cualidades del agua, estará muy presente en la noche de Pascua. Entendemos así que el agua que apaga nuestra sed brota de Cristo Resucitado. Su Pascua es fuente de vida, la acequia de Dios que riega y alegra nuestra ciudad, si le dejamos correr por sus calles, como dice hoy el salmista: «Un río alegra a la ciudad de Dios» (Sal 45). El agua que puede saciar nuestra sed es Cristo mismo. Basta recordar el diálogo que tiene en otra parte del evangelio con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob (Jn 4,1-42). Él es «el agua viva» que quita de verdad la sed. Si el profeta ve brotar agua del Templo, ahora «el Cordero es el Santuario» (Ap 21,22) y de él nos viene el agua salvadora. La curación del paralítico por parte de Jesús es el símbolo de tantas y tantas personas, enfermas y débiles, que encuentran en él su curación y la respuesta a todos sus interrogantes. «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mi: de su seno correrán ríos de agua viva» (Jn 7,37-39). El agua salvadora de Dios es su palabra, su gracia, sus sacramentos, su Eucaristía, la ayuda de los hermanos, la oración. Dios, en la Pascua de este año, quiere convertir nuestro jardín particular, el de nuestra familia, el de nuestra comunidad y el de toda la Iglesia, por reseco y raquítico que esté, en un hermoso jardín lleno de vida. 

Por otra parte, me llama la atención que además de la enfermedad física del enfermo se percibe una enfermedad interior que sufre hoy mucha gente: «la soledad». Aquel hombre le dice a Jesús: «no tengo a nadie que me ayude...» Uno de los males de nuestros tiempos es la soledad, a pesar de vivir en un mundo tan modernamente comunicado por las redes sociales como Facebook y Whatsapp. Porque tan solo se puede sentir el millonario que todo lo tiene como el pobre y menesteroso que lucha día con día por encontrar algo que comer; sola se puede sentir el ama de casa que tiene un marido que no la toma en cuenta y unos hijos que no tienen tiempo para ella; solo puede sentirse el profesionista que no encuentra trabajo, la hija que no es escuchada, el abuelo que ha sido botado por ahí... pues la soledad no es no tener a nadie físicamente cerca, sino no tener a nadie cerca de nuestra alma. En este mundo materialista todos estamos expuestos a sentirnos desamparados en los momentos duros, o en la cotidianidad de nuestro trabajo diario. Sin embargo, Cristo sale al encuentro para sumergirnos en el «Agua Viva» de su amor y de su verdad. Él es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,16) que con el agua de gracia nos cura y hace que cambie nuestra vida yendo en contra de las costumbres frívolas del globalizado mundo en que vivimos. Porque Él quiere permanecer con nosotros en nuestras almas, por medio de la gracia. ¿Me dejaré curar por esta agua pascual para ayudar luego yo mismo al que está solo? ¿De qué parálisis me querrá liberar Cristo este año al llegar a la noche pascual y renovar mi bautismo? Que María Santísima, la Madre del amor misericordioso, que colaboró para que su Hijo convirtiera el agua en vino y llenara de alegría el corazón de aquellos novios y sus invitados (Jn 2,1-11), nos ayude a no distraernos en estos días que faltan de la Cuaresma y a seguir dirigiendo nuestra mirada hacia la Pascua venidera. ¡Feliz y bendecido martes!

Padre Alfredo.

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