El domingo pasado escuchábamos en la primera lectura el relato de "LOS DIEZ MANDAMIENTOS" (Ex 20,1-17), enclavados ahora en este tiempo de Cuaresma con la intención de que aprovechemos este tiempo litúrgico para que los profundicemos, los hagamos nuestros y los pongamos en práctica. Hoy, en el libro del Deuteronomio, Moisés nos hace directamente esa invitación (Dt 4,1.5-9) "para que los pongas en práctica y puedas así vivir". El mundo piensa continuamente, en las diversas épocas que va atravesando la humanidad, que el dinero, el sexo o el poder son lo más importante, y en su ignorancia atribuye poder a las cosas materiales (piedras, ojos de venado, muñecos, herraduras de caballo, amuletos, talismanes, tecolotes, gatos negros, limpias, lectura de cartas, de la mano y del café, uso de la guija y del tarot, entre otras tantas cosas. Y a causa de todo eso, los diez mandamientos van perdiendo valor y al perderlo, como consecuencia se pierde el control y la cordura en nuestra sociedad. Cuando se recobra la importancia de los mismos, se retoma el camino incluso de la sociedad entera. Así lo demuestra la historia de la humanidad.
Quien cumple los mandamientos muestra respeto por Dios y sus principios, respeta al prójimo y también respeta las normas del mundo, sabe cómo comportarse y vivir en comunidad, porque entiende que su libertad termina donde empieza la del otro. El que cumple los mandamientos es sabio y sensato porque tiene temor de Dios y sabe someterse a su autoridad, razón por la cual le irá bien en todo. Eclesiastés 8,5 dice: "El que guarda el mandamiento no experimentará mal". Jesús no vino a abolir este código que lleva a la felicidad y a la realización del hombre (Mt 5,17-19). Los mandamientos de la Ley de Dios siguen vigentes hoy y hasta el fin de los días, de tal manera que cumplirlos es nuestro deber, porque son ellos los que demuestran si en verdad nosotros y nuestras acciones van de acuerdo con la voluntad de Dios que se manifiesta en el amor a Él y a nuestros hermanos de acuerdo con estos preceptos. Pero además, porque al hacerlos vida, honramos a Dios y lo agradamos demostrándole así que en verdad creemos en Él y en el sacrificio de Jesús por nosotros.
San Cipriano, uno de los primeros Padres de la Iglesia en Occidente (c. 200 - 14 de septiembre de 258) decía que "revestir el nombre de Cristo sin seguir el camino de Cristo es traicionar el nombre divino y abandonar el camino de la salvación, porque el mismo Señor enseña y declara que el hombre que guarda sus mandamientos entrará en la vida (Mt 19,17). Que el que escucha sus palabras y las pone en práctica es un sabio (Mt 7,24) y que aquel que las enseña y conforma su vida según ellas será llamado grande en el reino de los cielos" (Tratado sobre la envidia y los celos: El cumplimiento de la ley: el amor operante). ¡Cuánto podemos hacer viviendo los mandamientos en medio de esta cultura actual que nos presenta un nuevo becerro de oro al que dar culto, que es el individualismo, la realización personal, lo que llama el Papa Francisco "la autorrreferencialidad"! El lugar ocupado anteriormente por la Ley pasó a ocuparlo hoy otro ídolo como el becerro de oro: la subjetividad humana en el relativismo. Con las palabras de Jesucristo en el Evangelio de hoy entendemos el secreto de su plenitud que encontramos en otros pasajes: "Yo no he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 6,38). "Yo no hago nada por cuenta propia, mi comida es hacer la voluntad de mi Padre" (Jn 4,34). Y también por qué nos enseña a rezar con la súplica: "Padre Nuestro, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt 6,10). En el momento supremo de la vida de Jesús, antes de entregar su vida por nuestra salvación, le oímos dirigirse a su Padre con expresiones de la mayor intimidad: "¡Abbá! (Padre). Que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). María Santísima es clave para entender mejor esto. Ella, obediente siempre a la Ley de Dios es llamada "Dichosa", la más cercana a cada uno y a todos, porque en el cumplimiento de la voluntad divina, es la más cerca de a Dios. Que ella nos ayude a seguir avanzando en nuestro itinerario cuaresmal. ¡Que tengas un miércoles lleno de bendiciones!
Padre Alfredo.
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